Violeta terminó su jornada
corrigiendo 36 exámenes. De los cuales aprobaron veintiuno.
Ese viernes no quiso entretenerse
hablando con nadie. Simplemente se despidió de aquellos que se iba encontrando camino
al parquin. Agotada casi del todo subió al coche, se acomodó en el asiento y
tras cerrar la puerta gritó con todas sus fuerzas. Se arregló el pelo y se
marchó.
Ansiaba llegar a su casa. Cada
segundo que pasaba en el coche se le hacía eterno. Lentamente se acortaba la
distancia entre ella y su casa, su guarida. El sonido de la llave entrando en
la cerradura de la puerta de entrada al piso, fue lo más parecido a un orgasmo
fugaz. Dejó el bolso y el porta documentos junto a los zapatos, en el suelo. Caminó
directamente hacia el cuarto de baño. Accionó el grifo del agua caliente y
mientras su bañera se llenaba, empezó a quitarse el jersey y los tejanos. Mientras
el espejo reflejaba parte de la silueta de su cuerpo, sus manos acariciaban la
piel que lo envolvía. Su pelo azabache, largo y sedoso, ayudaba acariciando sus
hombros y parte de su espalda. Lentamente sus dedos hacían pausas en sus senos,
aún tapados por un sujetador morado,
mientras clavaba los ojos en aquel espejo para mirarse con lascivia. Su boca
abierta dejaba salir el aliento templado de su interior marcando un cerco
imperfecto en el cristal, que difuminaba parte de su cara. Los labios carnosos
de color rojo intenso, sugerían alguna cosa más. La estancia se calentaba a la
par que su cuerpo. Su mente se iba estimulando con casa roce, y su lengua
asomaba tambaleante como una culebra hambrienta. Usando las dos manos se
deshizo del sujetador. Se llevó ambos índices a la boca y los lamió unas
cuantas veces, para luego humedecer sus pezones. El brillo de los mismos
resaltaba en el espejo mudo y lleno de secretos.
Tan despacio como pudo se deshizo
de sus pantis. Sus largos dedos recorrieron las piernas de abajo hacia arriba
con la misma prisa con la que se disfruta un beso en el cuello. Cuando los
dedos llegaron cerca de su cintura, se apoderaron de sus nalgas. Se las
acarició repetidas veces en todos los sentidos, incluso se las azotó media
docena de veces, hasta dejarlas sonrosadas del todo. De nuevo sus índices se
colaron bajo la cinta de su tanga negro y juguetearon con él unos segundos. Sesenta
y nueve segundos más tarde el tanga llegaba a sus rodillas… poco después
rozaban sus pantorrillas haciendo una pequeña pausa. Pasaron por sus tobillos
en un instante hasta quedarse en el suelo perdiendo su forma principal.
Vació un cuarto del frasco de gel
con perfume a rosas y se coló en la bañera sigilosamente. Sus pies entraron en
el agua como una cuchilla afilada, formando una honda perfecta que abarcó el
ancho y largo del recipiente. Sin ruidos, sólo un ansiado deseo depravado que
recorría su cuerpo por dentro, emergiendo por cada poro de su piel canela unas
gotas de sudor por su pasión sexual. El agua rodeaba su cuello, y sus hábiles
manos se escondían bajo aquella espuma aterciopelada. Unas pequeñas burbujas y
vaivenes en el agua, delataban el movimiento casi exacto de sus manos en su
vagina, rozando delicadamente su clítoris. Sus dientes mordisqueaban su labio inferior
con rabia y tesón. Su corazón latía desesperadamente esperando un orgasmo
perfecto que le diera su momento de auténtico placer. Y su mente era como una
máquina de crear imágenes eróticas que le ayudaban a masturbarse. Entre sus
dientes se escapaban unos pequeños gemidos placenteros que no aguantaban más en
su interior. Sus ojos marrones se cerraban para ayudar a inventar escenas de
lujuria.
Violeta gozaba cada vez con más
plenitud, cada vez era mejor y la lentitud con la que se tocaba ralentizaba el
momento cumbre que deseaba. Su cabello negro se despeinaba al ritmo de sus
espasmos que anunciaban un ansiado y maravilloso orgasmo.
Un gran gemido en Do mayor resonó en el cuarto de baño abriendo
su boca y separando sus labios rojos. Su
cuerpo se sacudió con un par de espasmos, y sus músculos se contrajeron al
máximo. Todo su cuerpo estremeció dentro de aquella bañera rebosante de agua y
de secretos íntimos.
Se recogió parcialmente su negro
pelo y acomodó su cabeza en la esquina izquierda de la bañera, cerró los ojos y
la relajación más exquisita se apoderó del cuerpo de la profesora de lenguaje,
aquella noche de viernes 13.
Siempre es mejor unos instantes
de felicidad, que unos días de estrés…
Lorenzo López