Mientras caminaba hacia la parada del Bus, no dejaba de pensar que siempre
era lo mismo. Cada día era calcado al anterior y nunca se acontecía algo
diferente. A veces me gustaría que pasara algo gordo… no sé, un poco de emoción
en mi vida me iría fenomenal.
Llegué a la parada y me senté, más o menos donde siempre, ya te digo que
cada día era calcado. Miré la hora, eran las siete y cuarenta y nueve de la
mañana, así que faltaban once minutos para que llegara mi Bus. El primero del
día era puntual. Crucé las piernas y me acurruqué un poco contra la esquina de la
parada, y por un momento cerré los ojos. Pensaba en que once minutos cuando
estás aburrido, es demasiado tiempo para esperar.
Algo estremecedor sonó de repente. Un fuerte estruendo quebró la calle casi
por completo y un seguido de fuertes explosiones, se iban acumulando entre las
grietas del asfalto y las aceras. Las farolas se desplomaban como si fueran de
alambre fino y las fachadas se iban desmoronando como castillos de naipes
demasiado usados. Las sirenas de ambulancias y bomberos aullaban a lo lejos la
urgencia de los acontecimientos. La gente corría sin norte y los gritos de
socorro se entonaban a miles. Una parte de la acera donde me encontraba empezó
a abrirse con suma rapidez, y mis ideas para salir de allí eran escasas en ese
instante de tensión.
Pero me bastaron unos pocos segundos para dar un salto y pasar al otro
extremo antes de que aquella maldita grieta se tragara la parada del Bus. Miré
a mí alrededor y sólo percibía agonía, miedo y voces de auxilio clamando ayuda
desesperadamente. Tenía que trazar un plan estratégico con el que poder salvar
al máximo de personas posible. Empecé por recoger a un par de críos que se
había separado de su mamá cuando el asfalto empezó a desquebrajarse. Tras
ponerlos a salvo a los tres, empujé parte de un edificio que empezó a
desmoronarse, para impedir que la parte superior cayera encima de un grupo de
personas que quedaron aisladas en una zona peatonal.
Me colé en un garaje cercano para comprobar si había alguien en peligro. No
me equivoqué. Tuve que ingeniármelas para colarme entre varios vehículos
amontonados, seguía la llamada de socorro de varias personas y el sollozo de
unos niños. Supongo que eso fue lo que me hizo sacar fuerzas de no sé donde,
para apartar lo que tenía por delante hasta llegar donde estaba aquella gente.
En total eran siete personas, que evidentemente no podía sacar de una vez. Pero
mi ingenio, de nuevo funcionó. Se me ocurrió llevar a aquellas personas hasta
un furgón que tenía a unos ocho o diez metros y meterlos dentro. Una vez los
tuve a todos bien sentados y aprovechando el espacio libre que había hecho para
llegar hasta allí, arrastré el furgón. Mis fuerzas iban a más, parecía que
cuanto más me esforzaba, mejor me encontraba. Seguí empujando hasta conseguir
sacarlo al exterior. Acerqué aquel furgón hasta un puesto que hubo montado los
servicios de emergencia sanitaria.
Mi labor aún no había terminado. Al otro extremo de la avenida, una columna
de humo negro y espeso me indicaba mi próximo rescate. Con una velocidad que
jamás hubiera imaginado, ni yo ni nadie, me situé en el lugar exacto donde
tenía que ayudar. Era como si las ideas surgieran solas, o mejor dicho, la
intuición iba por delante de cualquier intención o propósito.
Se había producido un incendio en un edificio de oficinas y se había
extendido a dos viviendas. A pesar de que era evidente la gravedad del
siniestro, los servicios de bomberos no habían llegado, obviamente estaban
ocupados en otros incidentes y rescates. Tras asegurarme que el edificio estaba
desocupado, fui primero a ver si quedaba alguien en las viviendas. Por suerte
todo el mundo había podido salir. Salvo por algunas rozaduras y contusiones
leves, estaban todos bien.
Para sofocar el incendio se me ocurrió subir como un rayo por el edificio
de oficinas, pasando por todos los WC y abriendo todos los grifos posibles,
también abrí las bocas contra incendios para que el agua se colara por cualquier
agujero, grieta, boquete o hueco, provocando el enfriamiento del edificio y apagando
el fuego. Cuando terminé con el tema del agua, me encontraba en el piso
cuarenta y dos, el último, y de allí accedí a la azotea. Me asomé aprovechando
la altura para poder ojear lo que estaba sucediendo. Era realmente caótico.
Pero lo mejor fue ver a muchas personas atendidas por campamentos sanitarios y
otros muchos ya a salvo.
Los estruendos habían disminuido, aunque aún había movimientos de tierra.
Desde allí arriba, me sentía como un gran héroe salvando la ciudad de no sabía
qué, y eso tenía que averiguarlo, Fui bordeando poco a poco el edificio con
intención de observar lo que ocurría por los alrededores. De pronto vi una
especie de maquina rara, me detuve y la observé. Estudié sus ángulos y puntos
débiles durante unos segundos. Cuando supe por donde entrar en ese montón de
hierro, salté al vacío en dirección a aquella cosa. En cuatro saltos me planté
delante de aquel trasto indefinido. Golpeé lo que me pareció una puerta varias
veces. Allí no contestaba nadie. Golpeé de nuevo más fuerte y la puerta cayó
hacia dentro. Me colé en el interior y un ambiente frío y seco me invadió por
completo. En voz alta grité si había alguien… no hubo respuesta. Lo único que
reaccionó fueron un conjunto de luces brillantes que llamaron mi atención. Me
dirigí hasta el panel en cuestión y observé unos minutos la secuencian de las
luces. Parecía fácil la combinación que se presentaba, pero no toqué nada hasta
asegurarme. Cuando estuve seguro que debía hacer y cómo, me acerqué al panel
correspondiente y apreté una secuencia contraria a la que se había producido unos
segundos antes. Todo lo que había por allí, se detuvo de inmediato.
Un fuerte bocinazo sonó dentro de mi cabeza atolondrada. Me desperté, abrí
los ojos y vi el Bus parado frente a mí y al conductor haciendo ademanes para
que me subiera o si no, se marchaba.
Me caguen la ostia… me levanté del asiento de un brinco mirando a mi
alrededor, buscaba las grietas, el humo, los gritos de auxilio y los llantos, e
intentaba escuchar las sirenas y yo que sé que más… Bueno sí, también buscaba aquella
puta máquina rara y la secuencia de lucecitas. Y lo único que vi era la luz
intermitente de la máquina lectora del Bus, que marca las tarjetas de viaje.
Joder… yo creí que estaba siendo un
día diferente, que era un superhéroe… y resulta que sólo fue un sueño de once minutos.
Lorenzo López