Ya eran las siete y cincuenta y dos minutos. Esa tarde se me hizo más
pesada que cualquier otra de la semana. Lo bueno es que era viernes y eso
siempre ayuda.
Cuando llegué a casa, solté mis cosas encima del butacón que hay en el recibidor
y me despedí del maletín, los zapatos y la corbata hasta el lunes. Fui directo
al baño, me quité la ropa y me di una ducha. Salí del lavabo con la toalla
rodeando mi cintura y me asomé al balcón. Las vistas no eran realmente buenas,
pero sí suficientes para hacerse una idea de cómo estaba el ambiente. Esa noche
tenía ganas de salir un rato, desconectar y divertirme.
Sabía que mis amigos se iban a pasar el fin de semana fuera, y aunque me habían
propuesto ir con ellos, preferí quedarme.
A pocos minutos de las diez de la noche me dispuse a salir de casa. Antes me repasé un poco ante el espejo. La primera
intención era ir al centro a comer algo y más tarde visitar algún garito para
echar unos tragos y con un poco de suerte conocer a gente nueva. Mi estómago
fue el encargado de llevarme hasta la Tasca Pepín. La especialidad eran las
tapas variadas y las carnes. Empecé a mirar buscando sitio para sentarme. Me
gustaba tener gente guapa a mi alrededor, así que preferí quedarme en la barra,
y como no, al lado de un grupo de chicas. Concretamente seis.
Las chicas estaban conversando entre ellas, riendo y disfrutando de sus
consumiciones. Me coloqué al lado derecho del grupo y llamé la atención del camarero.
Como ya tenía claro que iba a pedir, no hizo falta mirar la carta… y para beber
una copa de vino tinto. Junto con copa de vino me pusieron unas aceitunas para
ir picando.
Aquellas chicas reían y se divertían contándose sus cosas. Parecía no
importarles demasiado que alguien, como yo que estaba muy cerca, las escuchara.
En contadas ocasiones se acercaban lo suficiente para contarse algo en un tono
más bajo, y eso no lo pillaba. La verdad es que mi intención no era cotillear,
pero me divertía escuchar aquel conjunto de comentarios y sucesos que tan
alegremente se mascullaban entre ellas. Hasta me pareció escuchar que una de
las chicas perdió sus bragas en una fiesta. Madre mía. No sé cómo se pueden
perder unas bragas como quien pierde un botón…joder!!
Ahora que lo pienso, quizá por eso las perdió, por joder con alguien aprisa
y “corriendo”, nunca mejor dicho. Es posible que en uno de esos acercamientos
para chismorrear al oído, la morena potente, dueña de las bragas en cuestión, contara
cómo las perdió y con quien. Sinceramente, eso me convence aún más de que fue
follando descontroladamente en un espacio reducido como el que tiene un retrete
público. Y tan fogosamente envistiendo contra la pared del mismo, aquellas
bragas desaparecieron de entre sus piernas macizas. ¿llevará hoy o no...? Ostia puta, cuando me
trajeron el combinado de verduras con gambas a la plancha, casi estuve a punto
de pedirle que me pusiera para llevar. Mi copa de vino se vació, pero el atento
barman, la llenó por intuición, ya que sus ojos estaban clavados entre los seis
escotes repletos de gozo.
Aquellas seis tipas, capitaneadas
por la morena de piernas macizas, estaban a pocos minutos de irse. El despiste
que me provocó el camarero al darme el plato, impidió que escuchara donde iban
después. Porque la verdad es que me hubiera gustado ir.
Cuando se despidieron casi al unísono, el camarero estaba cerca de mí y
parecía conocerlas. Por un momento se me pasó por la cabeza, si ese pillín de
camisa blanca y pajarita negra, fue el empujador del retrete… y ahora dueño
silencioso de las bragas de la morena. Que cabrón...
Sin darme cuenta, había consumido casi el total del plato, y mi copa de
vino vacía. Al camarero lo vi venir con la botella para llenarla de nuevo y le
paré. No por favor, tráigame la cuenta. En segundos tuve el ticket a mi vera. Puse
el dinero sorprendido por la rapidez. El gesto de mi rostro, pareció llamar la
atención del barman, que me contestó. Me pareció
que tenía prisa. Será que quedó en ir al Mansión 2 con las chicas que tenía a
su lado hace un rato.
Volví a sorprenderme, y sin recoger mi cambio, salí del local dirección al Mansión
2.
Entré como si supiera donde tenía que ir. Como si alguien me estuviera
esperando. Nada más lejos de la realidad. Cuando reaccioné, me dirigí a la
barra. Tras unos minutos ignorado porque no me atendían, me
subí a una especie de escalón que había a los pies de la barra. De esta manera
estaba más a la vista, o por lo menos esa era mi intención. En uno de los
saltos que di, me pareció reconocer a la morena de las bragas perdidas. Y mi
reacción fue bajar de donde estaba. En ese momento, fue cuando escuché al camarero
gritar… que te pongo tío. Me cago en la ostia… dije. El chaval de barra gritaba…no
te entiendo.
Pasé de él y fui hasta donde me pareció que podían estar aquella media docena de féminas. La gente empujaba mientras bailaban como si fueran cabestros en celo. Así que yo hice lo mismo, ponerme a bailar, para que de esa manera, poder llegar de una forma menos sospechosa junto a las tipas y sus pechos brillantes por el sudor.
Pasé de él y fui hasta donde me pareció que podían estar aquella media docena de féminas. La gente empujaba mientras bailaban como si fueran cabestros en celo. Así que yo hice lo mismo, ponerme a bailar, para que de esa manera, poder llegar de una forma menos sospechosa junto a las tipas y sus pechos brillantes por el sudor.
De reojo vi que estaban a pocos centímetros de mí. Eso me enloqueció tanto,
que tuve que morderme la lengua unos segundos para controlarme. Mejoré mi
posición, para poder controlar sus rostros y sus piernas firmes que se alzaban
sobre unos tacones que a mí me provocaban vértigo.
Esta vez sí que alguien de la barra me atendió con rapidez. Tanta, que me
sorprendió que me preparara un gin-tonic en menos de 15 segundos… a 10 pavos. Vaya,
vaya, la hora tiene que salir carísima.
Volví a centrarme en los escotes. Sobre todo en los pechos de la morena y
en su cuerpo macizo, sostenido más que un "fa"…
sobre aquel par de piernas interminables.
Cuando parecía que todo estaba funcionando. Que mis estrategias daban
resultado más que positivo y los ojazos de la morena se hincaban sobre mi como
rayos de luna opalina… entonces resulta que me despierto en el puto sofá, con
la toalla húmeda rodeando mi cintura. Pasaban de las 3 de la madrugada… me tomé
un vaso de leche y me fui a la cama.
El sueño no lo pude recuperar… perdiéndome el escote más auténtico que mi
imaginación haya podido crear.
Vaya putada….
Lorenzo López