Aquella mañana no parecía
distinta a las demás. Amaneció y mis ganas de sonreír eran tan escasas como
cualquier otro día.
Tras asearme, salí en busca de
aquella parte de suerte que dicen que todos tenemos. Confiaba en tener la
oportunidad de hacer alguna prueba en tantos sitios como se me presentaran para
ello. Cualquier sitio que se prestara a que yo les demostrara mi valía, allí
iba a dar todo de mí.
Habían pasado más de dos horas y
mis piernas empezaban a notar el cansancio. Mi corazón y mi entusiasmo me
empujaban a seguir. Como cada día de cada mes… Seguí caminando, entrando y
saliendo de cualquier lugar donde pudiese hacer algo positivo. Me ofrecía a
demostraciones varias y también a pruebas sin remunerar. Pero nadie tenía la
voluntad de apostar por mí.
Tocaron las 13.30 horas y muchos
sitios empezaron a cerrar. Quise ser positivo y pensé que aún me quedaba toda
la tarde para seguir ofreciendo mi experiencia y mis ganas. A pesar de todo mi
esfuerzo y empeño por conseguir demostrar que valía para algo, nadie me dio ni
una oportunidad. Empezó a anochecer y mis opciones disminuían por momentos y la
desesperación se apoderaba de todo mí ser.
Llegué a casa con demasiadas
pocas ganas de nada. Me tomé un vaso de leche caliente y me fui a la cama. No es
que tuviera sueño, lo que tenía eran ganas de llorar.
Mientras sollozaba, mi nariz se rellenaba
de mocos y mi respiración era un tanto complicada.
Al final conseguí aliviarme y me
relajé lo suficiente como para poder pensar en algo que me hiciera sentirme
bien. Conseguí hasta sonreír un par de veces…
Con los ojos cerrados y la mente
abierta, mi corazón y yo deseábamos lo mismo. Que se cumpliera el deseo.
Parece ser que así fue, el deseo
se cumplió.
Aquella mañana no desperté como
siempre, ni en el mismo sitio. Lo hice en un lugar extraño, aunque me sonaba de
algo. Mis ganas de hacer cosas existían, pero eran por otro tipo de cosas. Miré
hacia arriba y agradecí que se hubiera cumplido mi deseo. No sólo había muerto,
si no que me había convertido en un ángel, tal y como hube deseado. Ahora podría
hacer aquellas cosas que en tantas ocasiones deseé.
Podría ayudar a quien se lo
mereciera. Darle cariño a quien lo necesitara. Repartir oportunidades para todo
aquel que las quisiera y sobre todo enderezar a los que me negaron ser una
persona normal entre todas las personas. No podía permitir que se volvieran a equivocar
con nadie más. No se trataba de castigar, si no de enseñar a que todo el mundo
merece la oportunidad de tener una oportunidad.
Y ese fue parte de mi cometido
desde entonces, dar oportunidades a quien no me las dio a mí…
Lorenzo López