Con catorce años y pico, y
sintiéndome un hombrecito, una cantidad de raras sensaciones recorrían mi
cuerpo, sobre todo por las noches cuando estaba en la cama. Hubo una noche en
la que me dio por probar algo nuevo para mí. Como explicarlo… sabéis como se llama
eso que se les echa a los animales en el suelo para que se tumben… Pues eso es
lo que quise probar aquella noche. Pasé mucho calor hasta conseguirlo.
A pesar de tener algo más de
catorce años y como otros muchos adolescentes, creemos que lo sabemos todo, que
no necesitamos a nadie… y menos para que nos diga que tenemos que hacer y cómo.
Aunque no lo creáis mis inquietudes eran algo diferentes. Sentía la como una
obligación necesaria echar de menos a mis papas en horas en las que no estaba
con ellos. Los quería siempre, me dieron
la vida y sus vidas. Los quería porque amaba la sensación del amor por
los demás. Naturalmente que sabía que me quedaba mucha vida por delante, si
Dios quería, claro. Con todo y con eso estaba seguro de que iba a cometer
cientos de errores en los años venideros, sólo era cuestión de atender y de
nutrirme de ellos.
Una noche recuerdo que la pasé
casi sin dormir, porque no podía dejar de pensar en que quería ser de mayor.
Jolín, hasta tenía una lista de cosas. Alguna de esas cosas tenía que ser la
primera y puse ser policía o bombero. Pensaba que era una buena profesión para
poder ayudar a las personas que lo necesitaran. Ambas las marqué con un x, ya
que sabía que hacía falta una estatura mínima y viendo a mi familia no tenía
muy claro que pudiera llegar. Otra opción era ser abogado para poder defender a
las personas que no pudieran costearse uno, la taché y al lado puse, juez.
Sonaba mejor, más contundente y tenía más fuerza y poder de decisión. La
tercera era ser futbolista y ganar mucho dinero para ayudar a las personas,
sobre todo a los niños. La verdad es que no era muy bueno, fui realista y le
puse otra x al lado. Ser camionero y conducir todo el día me molaba, pero eso
de estar lejos de mi familia y amigos no iba conmigo, por el momento. Esa noche
repasé toda la lista, de la primera a la última. La última era… me dormí.
En el cole había un par de chicas
que me gustaban mucho. Bueno había más de dos, digamos que muchas. Era
afortunado por estar en una clase donde se asemejaba la cantidad entre chicos y
chicas. Sobre todo había una chica pequeñita que tenía cara de niña linda
traviesa. Bueno no sé cómo decirlo con buenas palabras, pero vuestra
imaginación seguro que ya tiene una idea de que quiero decir.
El nombre me lo reservo porque no
viene al caso. Pues bien, esa nena me gustaba por su aspecto, pero no era mi
tipo. Mi tipo era otra chica con nombre de flor que se regala para San Jordi, y
no quiero dar más pistas. Una chica muy graciosa y simpática. Tenía la suerte
que su casa estaba un poco antes que la mía, y por ese motivo casi siempre
íbamos juntos. Era andar a su lado y sentirme como más fuerte, más valiente. Me
arrimaba a ella todo lo que podía aprovechando que cruzábamos un semáforo o que
frente a nosotros venía alguien y tenía que dejarle pasar. Aquel perfume que
desprendía su piel embriagaba por completo mis sentidos y dejaba tocada mi
pasión por ella. La hubiera besado mil veces…
En el cole los colegas pensaban
que como a todos me molaba la pequeñita, y a mí me iba bien que lo pensaran,
así no se daban cuenta que estaba colado por la otra. La cuestión es que un día
le propuse quedar para hacer los deberes en su casa o en la mía. A mí casa no
vino nunca. No sé porque prefirió la suya, bueno creo que todos sabemos el
porqué. Su mamá no nos quitaba ojo, a mí sobre todo. Siempre a parecía con
alguna excusa y preguntaba, ¿necesitáis algo…? Ganas no me faltaban de decirle…
“Pues sí señora, que se vaya a dar un paseo bien lejos, ya le aviso cuando me
vaya.”
Pero tenía mis principios y por
supuesto no lo hice. Aguantaba como un jabato las envestidas a aquella señora
que era capaz de enturbiar hasta mi imaginación, como si supiera lo que estaba
pensando. Que creo que sí lo sabía…
Antes de terminar el curso, bueno
el último día de clase, aproveché esa valentía que me daba andar a su lado
dirección a casa, y me lancé a hacerle la pregunta más importante de mi etapa
de adolescente. Estaba demasiado nervioso y tuve que pellizcarme la nalga
izquierda del culo, de mi culo claro, para poder realizar la gran pregunta.
¿(Aquí iría su nombre)… quieres ser mi novia? Buuuffff… me miró unos segundos
fijamente, tanto que pensé retroceder un par de pasos por si había alguna ostia
o bofetada, pero aquella valentía y sobre todo que seguía pellizcándome la
nalga, hizo que me mantuviera firme en mi sitio. Tras desclavar sus ojos de los
míos, dijo. No puedo Lorenzo, me gusta otro chico… y lo mejor fue esto,
diciendo… Pensaba que te habías dado cuenta por cómo le miro. Joder…pero como
iba a darme cuenta de cómo miraba a otro tío, sí yo no era capaz de ver más
allá de sus ojos y su cuerpo.
Me cagüen la puta!!! Exclamé para
mis adentros, a ella no le gustaban las palabrotas, pero a mí en ese momento me
vinieron a la mente tantas como para pasar la tarde.
En realidad lo que escuchó ella
fue… “tonta que era una broma…” y solté una carcajada más falsa que un billete
de mil duros. Y ahí quedó todo, nos despedimos hasta el día siguiente, bueno
era un decir porque fue la última vez que la vi en todo el verano, tenía que
sacármela del corazón. Al final lo conseguí.
Cita de Lorenzo López
El sentimiento de algunas personas hacia otras no siempre es
correspondido con sentimiento, sino con ignorancia.
Unos días antes de cumplir los
dieciséis ya estaba buscando trabajo, los estudios no me daban para mis gastos.
Así que decidí salir a pasear por la zona comercial de Lleida, la calle Mayor y
la calle San Antonio, con la intención de ver algún cartelito de esos puesto en
el interior del aparador que decía. “Se necesita aprendiz”.
Y ahí estaba yo, entrando en una
de las tiendas de moda más caras del momento, 1987. Pero como aún me faltaba
una semana para los dieciséis años no pude empezar ya, así que le pedí al señor
que me atendió que me guardará el puesto porque me interesaba mucho. Y me lo
guardó. El mismo día de mi cumple esperaba tanda en la cola del imen para
hacerme con la tarjeta verde, que me autorizaba para trabajar. Esa misma mañana
y muy contento me acerqué a la Boutique y le di mi tarjeta a aquel señor de
traje negro que se alegró de verme diciendo “sabía que vendrías…” tomó nota de
mis datos personales y me citó a las nueve en punto del día siguiente para
empezar a trabajar.
Por 18.726 pesetas me pegaba unos
hartones de doblar ropa y limpiar que ni el chico de karate kid.
A los tres meses me subió poco
más de dos mil pesetas mi sueldo. Pasaron tres meses más, en total seis y lo
dejé. Me salió una buena oportunidad y me fui a currar de camarero en la
Cafetería Golden , en Av. Blondel. Me molaba más estar cerca de la gente y no
entre cajas de cartón, pelusas y ropa cara tirada por las mesas de una tienda
de lujo por el mal capricho de algunos clientes demasiado tiquismiquis.
En esa cafetería conocí a grandes
personas, algunas no están entre nosotros, pero otras aún hoy en día nos
saludamos. Fueron buenos tiempos los que estuve allí, un año y pico, y mi
sueldo también era mejor. Hasta que un día a las siete de la mañana cuando iba
abrir la cafetería me encontré con una cadena que rodeaba las rejas y un
candado del que yo no tenía la llave. A pocos centímetros un cartel que decía
“cerrado por motivos personales”, coño!!! Todos a la puta calle, esos fueron
los motivos personales.
Me estaba haciendo un hombre sin
darme cuenta.
Cita de Lorenzo López
Creo que en algún momento de nuestra vida, deberíamos volver atrás y
ser aquellos niños que éramos antes, inocentes, traviesos y juguetones de gran
corazón.
Lorenzo López
*Este fragmento pertenece al libro Secretos de mi alma, que podréis encontrar en el siguiente enlace. http://www.bubok.es/libros/231930/Secretos-de-mi-alma