Y la mañana siguiente transcurrió igual, lloviendo
a mares, sin parar ni aflojar lo más mínimo. Me senté en el sofá pensando que
sería el domingo más horrible de mi vida.
Pensaba y pensaba.
De repente se me ocurrió bajar al trastero por
curiosidad. Simplemente quería echar un vistazo, hacía tiempo que no asomaba
por allí. Me puse la chaqueta que tenía en el colgador, era un lugar frío y más
con lo que estaba cayendo… y bajé. Abrí la puerta y encendí la luz, di un par
de pasos y empecé a mirar todo lo que había allí.
Entonces me detuve en una caja grande que apenas
recordaba y me subí a la estantería hasta dar con ella. La bajé y la abrí. La
verdad es que lo hice como si fuera un regalo para mí. En el interior había
juegos de mi hijo, apenas tendría unos 7 u 8 años cuando jugaba con todo
aquello. Ahora tendría 43 años y pico. Siempre fue un buen chico, algo
travieso, con mucho temperamento y con la costumbre de hablar muy claro. La
vida de invitó a salir y dirigirse al cielo, donde espero que descanse
eternamente. Antes de abrir aquella caja me dio por mirar hacia arriba y cerrar
los ojos, mientras notaba unas lágrimas cayendo por mis mejillas. Pero él no lo
hubiese querido, así que abrí la tapa de la caja y miré en su interior.
Empecé sacando varias cosas, pero cuanto más
sacaba, más interés tenía en ver todo su contenido. Tendí una vieja manta en el
suelo a modo de alfombra y me senté encima. Tal y como iba sacando los
juguetes, los iba colocando a mi alrededor. Hasta que terminé por vaciar la
caja.
Estaba soñando despierto y junto a aquellos
juguetes me envolvió la magia como cuando era pequeño. Alucinaba con una excavadora,
hacía sonidos con la boca como si estuviera funcionando. También me flipaba un
par de coches de carreras. Uno era rojo y el otro azul. Eran de aquellos que
siempre quieres que ganen los dos, pero a mí me gustaba hacer que uno de ellos
se estrellara… pummm… y lo hacía volcar mientras el otro llegaba a la meta. El
ganador era el azul…el color preferido de mi hijo.
Aquella caja contenía cosas con las que yo no
tuve, pero algunas eran parecidas. Lo primero que se me pasaba por la cabeza era con lo que le daba juego a aquellas cosas.
Como con un par de muñecos que iban con pilas, y que por supuesto no tenía. Yo
los usaba de público mientras los coches corrían y cuando había un accidente,
entonces los convertía en servicio de rescate. Era alucinante!! La verdad es
que me lo estaba pasando genial.
Me había puesto un sombrero de pistolero y un
cinturón con una pistola a cada lado, ah! Y la estrella de sheriff colgada en la
parte izquierda de mi camisa, junto al bolsillo donde me puse un silbato. Eso
me transportó a los tiempos de cuando mi padre veía las películas de Jhon
Wayne.
También encontré un bote que contenía un juego de
magia. No se me ocurrió otra cosa que decir, …para todo mi público, que eran
aquellos dos muñecos sin pilas, les pedí que prestaran atención porque les iba
a dejar con la boca abierta con mis trucos súper mágicos.
Así estuve un buen rato, practicando con aquellas
cartas y unos daos mágicos, con la intención de poder lograr hacer el truco más
sencillo. Al final habían pasado más de cuatro horas desde que bajé y decidí
dejar todo donde estaba y subir al piso. Quería asegurarme que la tormenta no
había hecho ningún desperfecto y que todo seguía bien.
Me senté un momento en el sofá, donde hacía unas
horas pensaba que sería mi peor domingo y fue todo lo contrario.
Seguí sentado un buen rato… pensando que nunca
deberíamos perder esa forma de disfrutar la vida, esa manera de sentirnos
simplemente niños.
Al final me quedé acurrucado en el sofá abrazando un
cojín, y por un momento imaginé…
Al final me quedé dormido imaginando.
Lorenzo López