Lectura de Elena

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jueves, 15 de febrero de 2018

Once minutos para un sueño


Mientras caminaba hacia la parada del Bus, no dejaba de pensar que siempre era lo mismo. Cada día era calcado al anterior y nunca se acontecía algo diferente. A veces me gustaría que pasara algo muy gordo, no sé, un poco de emoción en mi vida me iría fenomenal.

Llegué a la parada y me senté, más o menos donde siempre, ya te digo que cada día era calcado. Miré la hora, eran las siete y cuarenta y nueve de la mañana, así que faltaban once minutos para que llegara mi Bus. El primero del día era puntual. Crucé las piernas y me acurruqué un poco contra la esquina de la parada, y por un momento cerré los ojos. Pensaba en que once minutos cuando estás aburrido, es demasiado tiempo para esperar.

Algo estremecedor sonó de repente. Un fuerte estruendo quebró la calle casi por completo y un seguido de fuertes explosiones, se iban acumulando entre las grietas del asfalto y las aceras. Las farolas se desplomaban como si fueran de alambre fino y las fachadas se iban desmoronando como castillos de naipes demasiado usados. Las sirenas de ambulancias y bomberos aullaban a lo lejos la urgencia de los acontecimientos. La gente corría sin norte y los gritos de socorro se entonaban a miles. Una parte de la acera donde me encontraba empezó a abrirse con suma rapidez, y mis ideas para salir de allí eran escasas en ese instante de tensión.

Pero me bastaron unos pocos segundos para dar un salto y pasar al otro extremo antes de que aquella maldita grieta se tragara la parada del Bus. Miré a mí alrededor y sólo percibía agonía, miedo y voces de auxilio clamando ayuda desesperadamente. Tenía que trazar un plan estratégico con el que poder salvar al máximo de personas posible. Empecé por recoger a un par de críos que se había separado de su mamá cuando el asfalto empezó a desquebrajarse. Tras ponerlos a salvo a los tres, empujé parte de un edificio que empezó a desmoronarse, para impedir que la parte superior cayera encima de un grupo de personas que quedaron aisladas en una zona peatonal.

Me colé en un garaje cercano para comprobar si había alguien en peligro. No me equivoqué. Tuve que ingeniármelas para colarme entre varios vehículos amontonados, seguía la llamada de socorro de varias personas y el sollozo de unos niños. Supongo que eso fue lo que me hizo sacar fuerzas de no sé donde, para apartar lo que tenía por delante hasta llegar donde estaba aquella gente. En total eran siete personas, que evidentemente no podía sacar de una vez. Pero mi ingenio, de nuevo funcionó. Se me ocurrió llevar a aquellas personas hasta un furgón que tenía a unos ocho o diez metros y meterlos dentro. Una vez los tuve a todos bien sentados y aprovechando el espacio libre que había hecho para llegar hasta allí, arrastré el furgón. Mis fuerzas iban a más, parecía que cuanto más me esforzaba, mejor me encontraba. Seguí empujando hasta conseguir sacarlo al exterior. Acerqué aquel furgón hasta un puesto que hubo montado los servicios de emergencia sanitaria.

Mi labor aún no había terminado. Al otro extremo de la avenida, una columna de humo negro y espeso me indicaba mi próximo rescate. Con una velocidad que jamás hubiera imaginado, ni yo ni nadie, me situé en el lugar exacto donde tenía que ayudar. Era como si las ideas surgieran solas, o mejor dicho, la intuición iba por delante de cualquier intención o propósito.

Se había producido un incendio en un edificio de oficinas y se había extendido a dos viviendas. A pesar de que era evidente la gravedad del siniestro, los servicios de bomberos no habían llegado, obviamente estaban ocupados en otros incidentes y rescates. Tras asegurarme que el edificio estaba desocupado, fui primero a ver si quedaba alguien en las viviendas. Por suerte todo el mundo había podido salir. Salvo por algunas rozaduras y contusiones leves, estaban todos bien.

Para sofocar el incendio se me ocurrió subir como un rayo por el edificio de oficinas, pasando por todos los wc y abriendo todos los grifos posibles, también abrí las bocas contraincendios para que el agua se colara por cualquier agujero, grieta, boquete o hueco, provocando el enfriamiento del edificio y apagando el fuego. Cuando terminé con el tema del agua, me encontraba en el piso cuarenta y dos, el último, y de allí accedí a la azotea. Me asomé aprovechando la altura para poder ojear lo que estaba sucediendo. Era realmente caótico. Pero lo mejor fue ver a muchas personas atendidas por campamentos sanitarios y otros muchos ya a salvo.

Los estruendos habían disminuido, aunque aún había movimientos de tierra. Desde allí arriba, me sentía como un gran héroe salvando la ciudad de no sabía qué, y eso tenía que averiguarlo, Fui bordeando poco a poco el edificio con intención de observar lo que ocurría por los alrededores. De pronto vi una especie de maquina rara, me detuve y la observé. Estudié sus ángulos y puntos débiles durante unos segundos. Cuando supe por donde entrar en ese montón de hierro, salté al vacío en dirección a aquella cosa. En cuatro saltos me planté delante de aquel trasto indefinido. Golpeé lo que me pareció una puerta varias veces. Allí no contestaba nadie. Golpeé de nuevo más fuerte y la puerta cayó hacia dentro. Me colé en el interior y un ambiente frío y seco me invadió por completo. En voz alta grité si había alguien… no hubo respuesta. Lo único que reaccionó fueron un conjunto de luces brillantes que llamaron mi atención. Me dirigí hasta el panel en cuestión y observé unos minutos la secuencian de las luces. Parecía fácil la combinación que se presentaba, pero no toqué nada hasta asegurarme. Cuando estuve seguro que debía hacer y cómo, me acerqué al panel correspondiente y apreté una secuencia contraria a la que se había producido unos segundos antes. Todo lo que había por allí, se detuvo de inmediato.

Un fuerte bocinazo sonó dentro de mi cabeza atolondrada. Me desperté, abrí los ojos y vi el Bus parado frente a mí y al conductor haciendo ademanes para que me subiera o si no, se marchaba.

Me caguen la ostia… me levanté del asiento de un brinco mirando a mi alrededor, buscaba las grietas, el humo, los gritos de auxilio y los llantos, e intentaba escuchar las sirenas y yo que sé que más… 

Bueno sí, también buscaba aquella puta máquina rara y la secuencia de lucecitas. Y lo único que vi era la luz intermitente de la máquina lectora del Bus, que marca las tarjetas de viaje.

Joder…  yo creí que estaba siendo un día diferente, que era un superhéroe… y resulta que sólo  fue un sueño de once minutos.


Lorenzo López