Lectura de Elena

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jueves, 19 de mayo de 2016

Dos Rombos

Por aquellos entonces, años 80 y algunos más, ver en la esquina superior derecha de la pantalla de televisión dos rombos, era motivo claro para irte a la cama directamente, sin pasar por la casilla de salida, sin rechistar ni mirar de reojo, y donde sí que podías cobrar. Tengo que confesar que el hecho de que pudieras tener televisión en casa ya era un lujazo, lo de los dos rombos una alegría para algunos y una ilusión para muchos.

Recuerdo despedirme antes de ir a la cama, de una manera tan y tan lenta, que me daba tiempo de verle una teta a la Emmanuelle 2. No es que fuera para estar orgulloso, pero sí era un motivo evidente de envidia para los colegas de clase, que se morían porque un servidor les explicara cómo era esa teta de la joven Emmanuelle 2. Aquella sesión se convertía en una divina adivinanza para todos aquellos niños tremendamente atentos a mis explicaciones. Era brutal.

Yo como buen parlante y sabedor de que aquellos pequeños hombrecillos darían su brazo derecho por saber todos y cada uno de los detalles de aquella hermosa hembra nacida en los países bajo, llamada Sylvia Kristel.

Era evidente que no siempre daban ese tipo de películas por televisión, pero mi imaginación era más que infinita en esos años. La primera vez que le vi una teta a la señorita Sylvia Kristel, yo tenía casi nueve años.

Imagínense como de deprisa iba mi mente, que fui capaz de soñarla a mi lado tumbada en mi cama, durante demasiadas noches. Tanto fue así, que los hombrecillos del cole, formaban grupos para atender mis comentarios. La verdad es que hacían muchas preguntas también, pero yo en lugar de responderlas una por una, simplemente me limitaba a decirles, el que no quiera escuchar que se vaya… eso me daba un poder especial, y me sentaba bien. Tan bien me sentaba y me sentía, que si en aquella época hubiera existido el twiter, el face o el insta… en el apartado de número de seguidores hubiesen tenido que poner una calculadora científica para echar las cuentas.

Recuerdo que en alguna ocasión se acercaron cinco niñas preguntándome casi en secreto por aquellas tetas tan maravillosas. Eran las típicas niñas que se creían más guapas que las demás. Las repipis, por decirlo así. La mayoría me entendéis, y ellas también… La cuestión era que de una forma más o menos discreta, se acercaban para que les resolviera sus envidiosas dudas femeninas. Y yo que siempre fui (y aún lo soy) un caballero, les seguía la corriente, discretamente hablando, para poder explicarles bajo mi punto de vista y mi experiencia como espectador (en teoría) de esas pelis de dos rombos, que no veía, lo que era mejor y más conveniente en una chica, en cuanto a seducción masculina se refería. También les aconsejaba que tipo de chico era el más indicado para iniciar una relación besucona (siempre con los ojos cerrados, claro) Todo eso a cambio de alguna chuchería al principio. Días más tarde, me di cuenta que en esa lista de chicos para la iniciación besucona, podría incluirme yo mismo. Antes de sucumbir con ese “afer”, me atreví a discurrir otras sugerencias para ellas. Pero antes tenía que hacer lista de los colegas más colegas para emparejar. Eso sí, siempre a cambio de algo apetecible. Recuerdo que me encantaba el regaliz de palo, los tebeos de “el capitán trueno” “Mortadelo y Filemón” “Zipi y Zape” y otras cosillas…

Tras contarles a los hombrecillos otra de mis historias de dos rombos, maquillada para la gran ocasión que se me presentaba, les propuse a los chicos dos listas. Una lista con mis peticiones y la otra lista con sus nombres ordenados de mejor amigo a peor amigo (según el compromiso adquirido con mi lista de peticiones)

A partir de ahí, llegó el momento de quedar con el grupo de chicas repipis, sedientas de información seductora. Les di algunas nuevas opiniones basadas en mis teorías como experto en “temas de seducción, posturas, tratos y formas de relacionarse”. (Así es como llamé a las clases que daba en mis reuniones con los hombrecillos y las chiquillas)

Después de mis explicaciones y consejos casi maestros, decidí que era el momento de exponer mis intenciones para con ellas (concretamente con una de ellas) el caso fue que me incluí de una forma super discreta en la lista de recomendados. Por supuesto mi nombre encabezaba los cinco nombres escritos en un trozo de papel a doble espacio. (Las cuentas estaban claras, cinco chicas, cinco chicos) Tal merecida confianza me dieron las chicas, que yo mismo recorté los cinco nombre de la lista, para repartirlos “al azar”, uno de a cada una de las chicas. Y tal fue mi discreción frente a ellas, que en un hueco de mi mano izquierda me guardé el recorte de papel donde estaba escrito mi nombre. Muy hábilmente le pasé en penúltimo lugar, a la chica que me molaba mazo. Una vez que cada una de las chicas tuvo en su mano su pareja recomendada sutilmente por el experto en “temas de seducción, posturas, tratos y formas de relacionarse” un servidor le hizo el mejor detalle que se le podía hacer a una chica, guiñarle el ojo acompañado de una sonrisa provocadora.

Aquella chica, de cuyo nombre prefiero no recordar, se ofreció para iniciarse en una relación besucona con el chico que su papel le propuso.

Recuerdo que fue una de las tardes más agradables que pasé junto a una repipi descaradamente atrevida,  guapa y femenina. Tras varias citas conseguimos superar la primera fase de forma excelente. 

En la última se produjo una pregunta que me costó responder apenas dos rombos… perdón, dos segundos. (En qué estaría yo pensando María del Carmen)

PREGUNTA: ¿Cuándo empezamos la segunda fase…?
RESPUESTA: Ya…



Lorenzo López