Lectura de Elena

Lectura de Elena
lectura de Elena

jueves, 18 de octubre de 2018

Todo lo que cabe en una mano

¿Cuanto cabe en una mano?

Cierto es que rara vez nos habremos preguntado qué es lo que cabe en la palma de una mano. Indiferente del tamaño de la mano, diré que caben muchas más cosas, más de las que muchos imaginamos. Y como siempre, habrá quien piense que el tamaño sí importa de verdad. Yo pienso que si la gilipollez se midiera por volumen o tamaño, entonces sí que estaría de acuerdo que importa el tamaño o capacidad. Por lo demás no.

Pienso que en una mano cabe todo lo más importante que una persona puede necesitar para sentirse feliz. Pero también cabe todo lo necesario para herir.

Empezaré con lo malo. Más que nada, por descarte y vano.

En una mano cualquiera, del tamaño y color que sea, cabe un arma con que destruir a cualquiera. Con la que arrebatar vidas. Con la que destrozar a quién se queda. Con la que desbaratar un pueblo, una ciudad, un país, incluso el mundo entero. Que pena. En una mano cabe una pluma con la que escribir y programar una guerra. Cabe una pluma con la que firmar una crisis mundial. Cabe la rabia con la que señalar para otro lado cuando hay situaciones complicadas. Con la que apretar y ahogar. Con la que hurgar heridas y con la que quitar de la boca el pan de cada día. En una mano cabe la opción de rebañar hasta la última pizca de esencia del recipiente que nos da la vida, por el simple egoísmo de tener lo que otros generan con esfuerzo día tras día. En una mano cabe la bofetada más dura que alguien pueda recibir por pensar diferente. Cabe la decisión según señale su pulgar, de vivir o morir, les es indiferente. Su razón, subsistir. En una mano cabe la posibilidad de robar lo de los demás por el simple hecho de tener el poder. Cabe la voluntad de golpear primero y esconderla después. Caben amenazas de muchos tipos, que al final digieren en el mismo revés. En la maldad, el egoísmo, el insulto y la amenaza, la ira, el engaño y el robo. Incluso cabe ajustarse la ley a voluntad de cada uno, y esconderse tras ella para protegerse de la verdad, la razón y los derechos de los demás.

Y esas manos no me gustan, porque en esas manos sólo cabe injusticia, sufrimiento, obligaciones sin derechos, malversaciones y mentiras que firman a escondidas.

Pero también, en una mano cualquiera, que no sea ninguna de las anteriores, cabe la voluntad de ayudar a otra mano. Una mano lava la otra.

En una buena mano cabe la caricia más lenta, que es la que más penetra. Cabe el cariño más tierno. Cabe un ramo de flores o cabe una caja de bombones. Cabe el beso más dulce que guardo para cuando nos veamos. En una mano caben infinitos recuerdos de todo lo que tocamos. Cabe el sudor de nuestro esfuerzo. Caben sensaciones de buenas amistades. Cabe el frío que te rodea y el calor que te entrego. Caben los pares y los nones. Caben todos aquellos suspiros que involuntariamente por ti suspiré. Caben secretos al tacto que jamás desvelaré. Caben acumuladas cientos de arrugas de todo el tiempo que vivo. En una mano caben millones de suspiros y millones de lágrimas sin sentido. En una mano cabe el poder de escribir incontables versos de amor y respeto, de pasión y deseo, de esperanza y afecto. En una mano caben miles de habilidades para hacer lo correcto. En una mano cabe un deseo mientras duermes tus sueños. En una mano cabe, desde secar unas lágrimas, hasta erizar un cuerpo entero con sólo rozar. En una mano cabe la posibilidad de construir, de colorear, de señalar un destino, de desear suerte, de chocarla por gratitud, de decir hasta pronto, de decir ven...porque te quiero. Te quiero porque eres tú. 

En una mano cabe la posibilidad de sujetar a quien lo necesite. 
En una mano cabe toda la vida que quieras que quepa. Insiste.
En una mano cabe todo el amor que quieras dar.

En una mano cabe, para siempre, la posibilidad de aguantar la bandera de la paz.


Lorenzo López

jueves, 11 de octubre de 2018

Avaricia-me...

Pongamos el año actual y tal día como cualquiera de los recientes.

La gente se movía como si el mundo se terminara en unas pocas horas. Parecía no saciarse de tantas cosas que a su alcance se disponían. Unos que van y otros que regresan, otros que nunca lo harán… cada uno por su lado o no. Porque es muy cierto que hay quien piensa que mientras “yo tenga”, el que venga detrás que espabile. Eso se siente a diario, se masca en el ambiente más de lo que uno quisiera. Todo el mundo se queja de este o aquel. De que hace este otro o que tiene fulano de tal. En definitiva, que la sensación natural es que nadie está a gusto en su propia cama, si sabe que el prójimo tiene una más buena.

La avaricia, no es sólo un pecado capital, es una puta costumbre, una manía, una obsesión en infinidad de ocasiones. Esa obsesión por querer más, por ser el mejor, por estar por encima de cualquiera, es sumamente mala. Pero lo peor es que sea a cualquier precio.

Antes se corría por la calle, con la preocupación de caerte y hacerte daño. Ahora son docenas de preocupaciones las recorren la mente de una persona, pensando en la infinidad de cosas que pueden suceder. Desde que te grabe la televisión, te atraquen cuatro críos a punta de navaja, o peor aún, a punta de pistola, o hasta que alguien se enamore de ti…simplemente por que sí.

Hay quien no se cansa de joder al prójimo. Dejar su imprenta sin pensar en nada más que en su propio beneficio. Machacando sin medida, y aprovechando la ocasión para restregarte que “es lo que hay”. Que es el mejor, el más guapo, el más fuerte, el más chulo… joder, más chulo. Si el mundo se alimentara de chulería, no haría falta nada más, porque por todos es sabido que hay demasiada. En este caso se peca por exceso…

Un  mundo donde empresarios cabreados se quejan de que la gente no gasta, que no compra. Que no vende lo que debería para mantenerse, pero estruja al trabajador con la otra mano, la que no se ve, rebajando el sueldo y aumentando horas de producción. Un mundo donde el estado crea un presupuesto general… para el general, para el príncipe y su princesa de ocasión, para rey de titanio, para una serie de políticos varios… (Quería poner cabrones, pero bueno…) en definitiva, que de haber hay, lo que pasa es que se reparte mal. Y digo yo, hay que ser mu gilipollas para que siempre repartas así de mal… no?

Mientras, en la otra punta, vete a saber dónde, familias enteras se hacen cruces para poder llevase un chusco de pan a la boca, en muchas ocasiones no a la suya. A la de sus hijos, los papas se alimentan de la sonrisa de sus hijos. Ancianos que no tienen a nadie que les cuide, y las residencias costando el doble de su pensión. Niños con deficiencias que necesitan tratamientos impagables. Adolescentes que dejan sus estudios porque para eso, como para otras miles de necesidades, no hay pasta…  

Esta alegoría la he titulado la avaricia… no siempre rompe el saco. Considero que así es, porque lo peor que puede pasar, o mejor dicho, lo que está pasando, es que rompe corazones, sentimientos y hasta familias enteras, destrozándolas por completo.

Quizá no he conseguido del todo poner una imagen en la mente del lector en esta alegoría, aunque eso no me preocupa mucho. Lo que sí me preocupa es los ofendidos…porque no harán ni caso.

Lorenzo López



jueves, 4 de octubre de 2018

La lucidez se mide por momentos

Antes de empezar con los momentos de lucidez de algunas personas con las que he tenido relación, quiero decir que hemos hablado. De follar y eso nada… Quiero saludar a todos los que me seguís porque os gusta reíros de vez en cuando, y también a los que hacéis clic en g+, a los que comentáis, tanto en blog como por la calle con los colegas. A la ya…

No hace muchos días, conocí a un chaval que de primeras cae bien, aunque es un poco borrico. Se llama Alfonso Gilin… bueno, “fonsi” pa sus amigos, yo le llamo Alfonso. La cuestión es que nos conocimos porque me paró para preguntarme una duda. Un tío de la ciudad de toda la vida, y me pregunta cómo llegar antes a la estación de tren. Se ve que tenía prisa, que yo pensé, coño coge un taxi… pero bueno. Le empiezo a explicar por dónde me parecía más corto, y me salta, perdona por ahí no me va bien, es que tengo mucha prisa.

Tengo una vena que se me hincha como la de la Patiño. A ella le va del cuello hasta el pecho, la mía es un poco más larga… me llega hasta los cojones.

Total que respiro profundo y pienso en otra ruta que esa sí que le iba a ir bien. Llegaría en unos 4 o 5 minutos. Le empiezo a explicar…y cuando había pronunciado apenas cuatro palabras, me dice. No, no chaval que por ahí pasé una vez y siempre hay mucha gente y eso entretiene mucho.

Tu puta madre…pensé… no se lo dije de milagro. Entonces “fonsi” pa los amigos, me replica. Veo que no te enteras de nada… ya buscaré yo solo el camino. Y se fue… pero que se fue enfadado el tío. Me lo quedé mirando mientras se alejaba…le dije de todo…que se joda.

Otro momento de lucidez, fue con un tipo con el que tuve unas palabras. Fue un camarero de un bar normalito. Me refiero a que no era Pub ni nada de eso. Un bar de toda la vida.

Entro, voy a buscar un diario y me siento en la barra. Tras esperar ojeando la prensa, se acerca Juanito… así se me presentó el camarero. Simpático un rato, igual que espabilao… ya te digo. Ya presentados ambos… le pedí una cerveza bien fría. Juanito se alejó y volvió con una lista de las marcas de cervezas de las que disponía. Yo como había visto que tenían estrella dorada en el tirador, pensé que no hacía falta decir la marca. Total que le dije una estrella de barril. Grande, mediana, pequeña o bien un zurito… Coño con el Juanito. Mediana macho, que a este paso, cuando llegue a casa la vecina ya no usará tanga.

Y la mejor pregunta que uno se puede esperar. Quieres la copa fría o normal. Joder Juanito, copa fría de tamaño mediana…YA ¡¡ Juanito se disculpa, hasta ahí bien…y luego me dice, si me lo hubiera dicho antes, ya se hubiera tomado dos y podría estar mirando los tangas de su vecina.

Que cabrón el Juanito…

Este momento de lucidez… la verdad, no sé cómo llamarlo…  porque fue muy curioso.
Resulta que una tarde fui a saludar a un amigo que tiene un bar. Me pido un café con hielo, como lo hacía casi cada tarde y me quedo fuera. Me senté en un taburete en la parte de la barra que da a la calle. No habían pasado ni cinco minutos y llegó una señora, creo que llevaba todas las joyas posibles, por el peso máximo, digo, que una “señora” puede soportar. Iba con traje chaqueta… y os hablo de hace poco más de una semana, con el calor que está haciendo. Parecía que la había maquillado Oriol Junqueras, porque la parte derecha no era igual que su izquierda…  no sé si me explico… Total que se pone a mi lado, saluda también a mi amigo, se pide un vichi catalán. Yo al principio, pensé… esta señora vendrá acalorada por la chaqueta, ya  que parecía más de otoño. Cuando vi cómo se bebía medio vichi sin respirar, entonces me convencí de que el “acarolamiento” que llevaba, no era sólo de la chaqueta, seguramente que el sol debió calentar el exceso de metal que colgaba de sus muñecas, cuelo, orejas…etc y eso puede ser malo para la salud. Pues bien, tras semejante trago de agua con gas, y sin eructar, que me hacía raro, tome una par de sorbos de mi café, ya frío. Aquella mujer empezó explicando que un día fueron a una concierto en una sala de Barcelona, y sólo se hubo tomado un gin-tonic… y venga y sigue y sigue… Yo antes de nada, miré a mí alrededor porque estaba seguro de que debería estar hablando con alguien, que no era yo. Pero qué coño, era a mí a quien estaba explicando su hazaña. 

Cuando la miré a la cara…, porque vamos a ver, no me creía que estuviera contándome aquella historia sin conocernos ni nada, la señora, se ve que no quería que me perdiera nada, y me pregunta… ¿entiendes lo que te digo?... que cojones tenía que entender. Pero ella seguía,…cuando bajé del baño estaba súper mareada. Todo me daba vueltas… y sólo me había tomado una copa, decía. Joder…debería ser de dos litros. Pero me lo aclaró enseguida. Parece ser que le pusieron algo en su cubata. Por cierto esa señora iba con un grupo de seis personas y la eligieron a ella…, como no fuera para mangarle las joyas… porque en brazos os aseguro que no se la llevan ni haciendo tres viajes.

Se terminó el resto de vichi y entonces me dice… oye, que mi yerno es “mosso d’escuadra” y me dijo al día siguiente que sí, que seguro que me habían puesto algo para drogarme y aunque estás consciente, pueden hacer lo que quieran contigo, porque él sabe de estas cosas y dice que se lo han hecho a muchas chicas.

MANDA HUEVOS ¡!! A muchas chicas igual sí, pero señora mía, usted hace 50 años, por lo menos, que dejo de ser una chica. Si la drogan a usted, sería para robarle o para llevarse a su hija, y que no pueda ir detrás de ellos… bueno, para eso no haría falta ninguna droga.

En fin, me terminé el café y me despedí… cuando parecía que empezaba a contarme algo sobre el yerno “mosso” que se disfraza de mujer. Me esperé lo suficiente como para escribir otro momento de lucidez.

Gracias a todos por llegar hasta aquí.


Lorenzo López




jueves, 27 de septiembre de 2018

Pecados capitales (2ª parte)

ENVIDIA:    
      
Aunque parece una marca comercial, no lo es. Se dice del que quiere lo que tiene otro. Celoso con medalla. Del que desea bienes materiales incontroladamente. Aquí colocaría a los usuarios de las opacas, que en cuanto uno fue a por aspirinas con su black, el resto querían comprar la farmacia. Por decirlo así.

SOBERBIA:

O sea. Un buen ejemplo puede ser cuando a falta de unos meses para elecciones, del tipo que sean, a estos des la un poco lo mismo, se enfrentan con otros candidatos. Se chulean como gallitos agilipollados haber quien la tiene más grande. Cada uno se auto valora mejor que nadie y colocándose un sobresaliente en su frente (parte frontal de la cabeza que les protege esa mierda que tienen por cerebro) se condecoran así mismos como el salvador que mejorará lo que nadie ha sabido mejorar. Que harán que todo funcione como tiene que ser. Incluso se atreven sin bacilar, ladran mentiras que disfrazan de promesas, con tecnicismos que es posible que simplemente lean sin saber su significado.

AVARICIA:

Esta, creo que con diferencia, es la peor de todas. La puede hundir desde una sola persona, hasta un país entero. No sé cuántos miles de corruptos hay realmente. Bueno, ni yo ni nadie, porque salen como los granos en la pubertad. Dígase del quiero más de lo que pueda abarcar, ya buscaré sitio donde ponerlo. En bolsas de basura como hacían en el ayuntamiento de Málaga. En fondos de armarios. Ingresando efectivo en cuentas ajenas, mientras la titular canta que te canta. Transfiriendo cifras a Suiza y otros paraísos, con más ceros que las notas de EGB de Jesulín. Recolectando pasta gansa, parné, pavos, plata, guita… llámalo como quieras, pero al final nos lo joden por todos lados. Con facturas más falsas que las promesas de hacer dieta de Homer Simpson. Con presupuestos de “escándalo” (nada que ver con lo que forma Rafael cantando) para obras ridículas. Construcciones absurdas por las que nos hacen creer insistentemente que vale lo pagado. No se lo traga nadie. Aeropuertos que no han tenido ni un solo vuelo (podían habérselo dicho al Willi monago Fog, quizá les hubiera hecho el cupo.

Todos y cada uno de estos pecados capitales tienen en común el vicio por algo. Y si a eso le sumas un atajo de indeseables con acceso ilimitado para delinquir legalmente, ya nos cagamos todos.

Es injustamente injusto, que la justicia no pueda justificar como estos corruptos se deshacen de pruebas y tapan una cantidad de mierda, que si fueran cerdos, podrían nadar en ella más años que los que lleva Jordi Hurtado haciendo su programa en la 2.

Justamente nos falta un justiciero justo. Me da igual si lleva coleta, bragas de esparto, carmín en su sonrisa, mierda en las tripas o se la pela con la mano tonta. Pero que le ponga un par y limpie de escoria un país que nuestros abuelos y más, han luchado por dejarnos entero y llano.

Joder me dado cuenta que quizá hoy no provocaré muchas sonrisas, lo que seguro que quizá provoque es que alguno se dé por aludido y desee cagarse en alguien.

El lavabo al fondo a la izquierda…



Lorenzo López. 

jueves, 20 de septiembre de 2018

Pecados capitales (1ª parte)

Quizá alguno piense que voy a darle una lección de economía. Tranquilos que no es así. Sé lo justo. Que 2 y 2 son 4. Que 1 más 1 no siempre son 2 y creo que tres por culo daban 21.

Quiero tratar de ajustar lo máximo posible, teniendo en cuenta la situación actual, los siete pecados capitales a todo lo que está pasando. Si alguno necesita bostezar, toser, ir a por agua y tirarse un pedete por el camino, rascarse allí… donde le pique, o santiguarse, que lo haga, no pasa nada. Si estéis con la novia, en público o en lugar profano y tenéis una birra fresquita…entonces nada de agua, lo más, depende de la confianza.

Me tomo la libertad de empezar por lo que yo considero, de menos a más. O sea del menos malo al peor. Y quizá cuando termine, ya veré si tengo que arrepentirme de estar bebiendo agua en lugar de una birrita fría.

PEREZA:

Considero que el más “leve”, entre comillas, es la pereza. Algunos diréis que es muy mala porque es cosa de vagos, gandules, holgazanes…etc.

Un gandul o vago, al que le gustaría tener mando a distancia hasta para abrir cuando le llaman al timbre, entra dentro del pecado capital pereza. Pero ahora bien. Aún lo es más, y con MAYÚSCULAS, el que no hace ni el huevo cuando muchos dependemos de que mueva su culo. Ese tío que está donde no tendría que estar y sigue ahí porque tiene unos cojones como los melones BOLLO. Ese tío que es lo más parecido a las máquinas de sacar muñecos de los bares. Que te hartas de meter pasta en su monedero y jamás te da nada a cambio. Al contrario, en las máquinas por lo menos suena una cancioncilla, que aunque te jode, por lo menos mueves la cabeza con ritmo.
Esos tipos a los que la pereza les hace menos eficaces que ir de caza con un mondadientes, son a los que me gustaría que  sus mentes se cautivaran por esa misma pereza y sufrir en su propio día a día lo que muchos no podemos, por derecho, disfrutar por su culpa.

LUJURIA:

Dígase del que hace del sexo un abuso desconsiderado. Quizá algunos obispos u otros comulgadores con sotana, creyentes y practicantes de un testamento que han ido tejiendo a su medida, y siempre “presuntamente”, enganchados a este pecado nos lo podrían explicar mejor.

GULA:

No me refiero a la del norte. Me refiero a comer en exceso, a veces por desorden y otras muy ordenadamente por capricho. Aquí podríamos encajar perfectamente a varios triperos de la política. Tipos que se pasan las normas, leyes y juramentos por el forro de los huevos. Triperos de cuchillo y 5 tenedores (que les clavaría sin dudar en las manos cuando pagan esos manjares con nuestro dinero); les diría que el derecho a alimentarse no se lo negamos, pero me niego rotundamente, a que los demás tengamos que utilizar un plato cada vez más pequeño, para que nos parezca que se llena como antes.

Que la acidez se apodere de sus estómagos eternamente. Amen.

IRA:

Dícese del cabreo sobrenatural que estos días un hombre, según una señorita canaria, ha estado vomitando en varias ruedas de prensa. Haciendo al pueblo culpable por pedirle explicaciones por lo adeudado no anotado en el haber de las cuentas públicas.

Otro irascible de los cojones, con un “Grau” de impertinencia y chulería abusadora, nos mostró hace poco sus encantos en una rueda de prensa, porque le dio la gana, en la que pronunció miles de palabras salidas del diablo que lleva dentro, sin cordura, sin lógica y con menos argumento que un anuncio de …

Otra forma de definirla ira, y esta creo que con tanto fundamento con la cocina de Arguiñado, es la del pueblo, que por cojones, tiene que aguantar carros, carretas y carretones, y todos, todos bien cargados y cuesta abajo.

jueves, 13 de septiembre de 2018

La trama-Sutra (2ª parte)

Otra novedad en cuanto a juegos en familia será, si no hay viajes imprevistos, uno que parece que pinta bien por sus motitas… este se llamará “juergas reunidas”. Promocionado por The Monagood by Canarias-Teruel.

Los polvorones, pues eso, polvorones de toda la vida ricos-ricos y que algunos se comen con pan. Otros intentan decir “la colla de l’ancla”…y dicen la polla es ancha, perooo… que le vas hacer.

Los de Ferrero están esperando a que llegue el mayordomo nuevo, el otro tenía Parkinson…
No pueden faltar los calzoncillos y braguitas rojas. Que puta manía con ponerse esas cosas para que nos den suerte. Conozco a uno que un año se puso un décimo del niño en los huevos bajo sus calzoncillos rojos la noche de fin de año, para ver si le tocaba. Y tuvo suerte. Ligo con una tía a la que se folló. De madrugada la chica se fue y el décimo con ella.

Los reyes… uff de estos no voy a decir nada, que ahora su majestad ya no tiene el mismo pulso que antes y quizá sin querer me acierte con su escopeta.

Prefiero a papá noël. Será que como los dos tenemos barriguita… no sé, lo prefiero porque no da tanto por saco como los reyes, de hecho este solo lleva uno y los otros tres. Además sólo se habla de él para navidad y el resto del año nada de nada. Puede que esté fabricando los juguetes mencionados arriba o bien con una black - femme in canarias.

Como fuese que fuera o dígase de manera diferente a la que yo me he pronunciado, así es.


El gusto ha sido mío… un placer si habéis reído… si habéis follado… leerme mientras fumáis.



Lorenzo López.                                











jueves, 6 de septiembre de 2018

La trama-Sutra (1ª parte)

Cada día es un nuevo propósito para hacer algo de provecho… y si no es hoy, mañana.
La cuestión más relevante de algunos sucesos, que a diario se descubren, es la falta de consideración para con los demás.

A ver.

Si hay dos personas en una habitación y dos manzanas sobre la mesa, está claro que hay una manzana para cada uno. Pues si yo no tengo la mía y el otro dice que no sabe, no le consta y te pide perdón… que quieres que piense. Que es un hijo de puta… por lo menos.

La tierra gira y los huevos cuelgan… Cuantos viajes hay que dar, porque son muchos a los que hay que recoger. Son muchos los engañadores que cubren sus vidas con piel de lobo y la recubren con trajes de algodón bueno. Son muchos los que nos muestran numerosos costos y déficit. Hondos agujeros excavados por ellos mismo a dos manos y a prisa. Incluso antes de hacerlos ya saben hasta donde van a llegar, y nos bocean amablemente, eso sí, cuanto nos va a costar aquella mierda de cosa. Dígase edificios, tramas, favores, chanchullos, viajes “sin nosotros”, viagra’s (que no es una marca de paté) con sabor a plátano de canarias. Y siempre por el bien del ciudadano… los cojones, me jodes y encima me cobras.

Gilipollas los hay en cualquier sitio y a cualquier hora. Si la cagas…la “pagas”. Pero está visto que a la justicia no se le hace justicia, igual que al tonto no se le dan los mejores panes. Faltan jueces buenos y sobran mangantes. Hay policía, sí…la que entrega golpes de porra como si llevaran nombre y apellidos. En cambio a los kinkis de verdad, a los que ponen al país patas arriba, los mismos que cultivan la miseria para el pueblo, a los que saquean las arcas del currante, a esos no les dan ni un pellizco. Al contrario, los protegen y se dejan la piel por ellos. Luego van llorando que les bajan el sueldo y no tienen suficientes recursos. Coño, ves y se lo pides con la porra en la mano y con los mismos huevos con los que me pegaste a mí. Irresoluto, maquinal.

Hay hasta quien se atreve a negar lo que todos sabemos, y con pruebas. En fin que se está liando un cipote que hasta Perry Maison pediría el comodín del público.

Hablando de gastar, se gasta hasta el papel para limpiarse el culo, joder. Pero hay ocasiones en las que mientras te limpias, piensas… seguro que mi mierda no es diferente a la suya. Y quiero decir que porque sus estómagos se llenen de buenas viandas, no son mejores que el que cena pan con sombra.
Me gustaría poder aliñar estas letras con un poco más de humor, pero coño, es que ponerse serio y lucir las cosas claras… casi que me pone hasta cachondo…y escoger cuesta. O reímos o follamos… ¿otra vez vamos a reír...?

Pues sí, nos vamos a reír un rato… (El que no quiera reír que se vaya a follar…)

Ayer cuando bajé la basura dudé si tirarla al contenedor gris o llevársela al ministro de trabajo para que siga haciendo contratos con ella…

Ya puestos… las botellas de cristal van al contenedor verde. Si las bajo de una en una, pues nadie piensa nada. Pero si las acumulo en casa, el día que las bajo todas  a la vez más de uno debe pensar… menudo fiestón se ha metido este tío. Que eso no es lo peor que pueden pensar. Ahí lo dejo…

Una estadística anunciaba hace pocos días, que sólo una mujer de cada cinco se hace la dormida para no escuchar al marido. Las otras cuatro se duermen de verdad. En serio que salió publicado, no os miento.

Algunos ancianos aún preguntan cómo va el mundial… joder que alguien les re-sintonice la tele, por favor.

Ayer vi el nuevo anuncio de la lotería de Navidad. Ostia, también el Antonio este tiene huevos de dársela en un sobre… como si no supiéramos que pasa con los sobres. Eso sí, el anuncio va sin música, será para no pagar a los que se van de putas…o se lo ahorran para ir ellos.


Hablando de anuncios, ahora empiezan los de turrones, cavas y otros artículos de la temporada navideña.

Recomendaciones:

Diferencia entre el cava y el champán. Creo que es evidente. Al cava enseguida le coges confianza y aunque no sepas català, te vas animando y oye… fresquito a litros, vamos. En cambio el champán, no sé lo encuentro un poco más francés, y sobre todo muy caro para terminar echando la pota…. Conclusión. Mejor el cava.

Turrones hay a porrillo. Pasa como los helados en verano… ya no saben de qué sabor hacerlos. Ni el que te los vende sabe lo que tiene en la nevera. Igual hay alguna novedad y los Pujol sacan uno nuevo. Amasando desde 1880.

Las uvas (no urnas) uvas. Este producto es el único que si no hay cambios en la familia, siempre compras las mismas, 12 por cabeza. No falla.

Jamones. Ostia, esto sí que mola y mucho, y más cuando son de bellota. Lo malo es que a muchos nos pasa como al Donald que nos cuesta conseguir una buena pata.

Noös lo vais a creer. Hay una ex de lo más alto que quizá lance al mercado un nuevo juego para estas fiestas. Se llamará “atrápame si puedes”.

jueves, 30 de agosto de 2018

El gato rutista. (2ª parte)

Bajé del árbol con dos saltos y, una vez en el suelo, me estiré (como hacemos todos los gatos) poniendo mis patas de delante firmes al suelo y llevando el resto de mi cuerpo hacia a atrás al mismo tiempo que removía mi cola. Una vez terminé me dispuse a asearme lamiendo mis patas, primero la derecha con la que me frotaba la parte de la cara que correspondía a esa pata, y con la otra pata hice la misma maniobra. Tras terminar empecé a caminar siguiendo la misma dirección, al frente. 
Tenía que encontrar agua, la cena de ayer me había dado sed. Me arrimé a unas hojas grandes que aún tenían restos de agua de la madrugada y bebí todo lo que pude. Ahora tenía que seguir y encontrar algo para comer. Pensaba que un ratoncito no estaría mal… mientras me relamía. Otra cosa que quería hacer era comer hierba para purgarme (los gatos comemos una especial para estos casos), pero mandaba narices que en aquel bosque y con toda la cantidad de hierba que había, no encontrara la que nos gusta a los gatos. Quizá llevara una hora caminando, no sé, y de repente escuché unos ladridos de perro grande, o por lo menos lo parecía, me olvidé de la comida, pero no de que yo podía ser la comida de aquella bestia. Así que subí a un árbol que tenía a mi lado y observé el terreno. Cierto, era un perro grande acompañado de dos hombres que portaban escopetas, así que era peligroso estar cerca. Me senté en esa misma rama a esperar que se alejaran. Tenía mucha hambre, por allí no había nada para comer y no sabía el tiempo que tendría que esperar.

Al final me dormí y cuando desperté sería medio día, porque el sol era más intenso y mi estómago me pedía comida. Salté y empecé a olisquear por allí para ver si encontraba algo para comer. La verdad es que un ratoncillo como el de la otra vez no me iría nada mal. Tras mucho buscar, solo encontré una par de saltamontes, con los que jugué un rato hasta que pudo más el hambre que el juego y me los comí. No me gustaron, pero era lo que tenía. Además tuve que regurgitar el primero que me comí, sus patas traseras impedían que me lo pudiera tragar con facilidad, con el segundo y la lección aprendida, ya fue más sencillo, antes de llevármelo a la boca, se las arranqué. Tras relamerme hasta quedar limpio, me dirigí por donde habían pasado los perros corriendo lo más rápido que pude. Cuando llegué al otro lado me escondí entre unos matojos, descansé un poco mientras se me pasaba el miedo que había pasado. De repente vi un camino y me dispuse a seguirlo. Al principio no veía a donde iba a parar. Tras subir una pequeña cuesta mi visión se hizo más extensa y pude observar que aquel camino iba hacia una granja y sin dudar me fui hacia ella. Al acercarme vi que había un par de niños jugando y seguí caminando, pero ahora más lento hasta llegar cerca de los críos. Uno de ellos al verme gritó…Juaaan, me asusté un poco, mientras me señalaba como si nunca hubiese visto un gato. Yo me hacía el remolón entre sus piernas para que me cogieran cariño y además no dejaba de maullar suavemente. Al final a uno de ellos se le ocurrió que quizá tuviera hambre (menos mal) y me llevó en brazos hasta la casa. Allí me puso un cuenco con leche y al lado otro con unos trozos de jamón york. Empecé a comer mientras notaba la presencia de los dos chicos mirándome. Entonces escuché el sonido de cuando se abre una puerta y entró una señora, que al parecer era la mamá de los críos. Yo seguí comiendo algo más despacio sin perder de vista a aquella mujer. Maullé un par de veces muy suave y continué con lo mío. Aquella mujer me miró y pareció no importarle que yo estuviera por allí, es más, se tomaba un vaso de zumo tranquilamente. Los dos chicos, casi al unísono, se pronunciaron a aquella señora pidiendo entre sollozos que me quedara con ellos en la casa. A mí me iba de perlas que aquellos críos se comportaran así, cuanto más lástima dieran ellos a mamá, más fácil lo tendría yo para quedarme.
A mi favor diré que también ayudé por la parte que me tocaba, maullando unas cuantas veces aún más suave que antes y poniendo cara de gatito bueno y nada asustadizo, ya que a nadie le gustan los gatos así, porque tienden a dañar a quien los intenta coger. Mientras miraba a mamá, mi cara era un poema de los tiernos… 

(Esperaba un sí)

Mamá puso una condición a los dos críos. Tenían que hacerse responsables de mí. De mantener mi zona limpia y recogida, de darme de comer y de no maltratarme (eso me gustaba). Los dos críos gritaron que me atenderían muy bien. Yo la verdad es que tragué saliva, me relamí y caminé hacia mamá, colándome entre sus piernas varias veces. Ella se agachó y me acaricio el lomo un par de veces.

En un rincón de la cocina me colocaron un cojín más o menos grande y me acercaron los dos cuencos, uno de ellos lo llenaron de agua, el otro de momento estaba vacío. Me sentía tan feliz que me tumbé en el cojín y me dormí pensando en que tenía que comportarme en aquella casa, como mínimo un tiempo hasta que me cogieran más cariño. Sobre todo la mamá, a la que tenía que ganarme poco a poco.

Mi sueño era que me quedaba allí para siempre. 


Lorenzo López 
                                                                                                                               
       

                                       


jueves, 23 de agosto de 2018

El gato turista. (1ªparte)

El coche se alejó rápidamente de la zona boscosa, lentamente el sonido del motor se desvanecía.  Me sentía asustado y al abrir los ojos me sentí en un lugar desconocido, siempre había estado en casa de la que consideraba mi familia. Intuí que me habían abandonado.

Soy un gato y mi nombre es Dino.

He sido criado entre caricias y comida envasada especial para gatos. No entendía por qué el señor de la casa, Andrés, me había dejado allí. Empecé a hacer memoria con la intención de recordar si había hecho algo malo. La verdad es que era un buen gato (y no porque lo digo yo) si no porque llevaba con esa familia más de 4 años y jamás me habían reñido por hacer o estar donde no debía. Allí, en la casa, tenía un lugar para mí en la cocina, un almohadón grande donde descansaba y una caja donde hacía mis necesidades y, por cierto, nunca lo hice fuera de ella.

Empecé a caminar lentamente por la zona para investigar. No tenía ni idea de dónde ir.  Empezaba a anochecer y la verdad era que me estaba asustando, aquel lugar era de una vegetación espesa y unos sonidos nuevos para mí, que me hacían perder la concentración. No había comido desde el desayuno y tenía hambre, pero no sabía cómo hacer para encontrar algo para comer. Andaba despacio y sigiloso para poder atender bien a aquellos sonidos que me tenían intrigado. En ese momento cerca de mí pasaba una especie de bicho que no había visto nunca y empecé a jugar con él. Aquel bicho no parecía asustarse, incluso pensé en comérmelo pero era incapaz de matarlo, así que lo dejé y seguí andando.

Tras no sé cuantos pasos observé un ratoncillo diminuto que roía una especie de castaña o algo parecido. Me acerqué muy despacito hasta estar casi encima, pero aquel mini ratón parecía acostumbrado a que se le acercaran. Di un paso más y otro tras una pequeña pausa, y lo atrapé con mi pata diestra (que es la buena) y escuché un graznido débil y corto. Tenía hambre, pero no sabía qué hacer, si comérmelo o dejar que se fuera. Al final me lo llevé a la boca y lo mordisqueé unas cuantas veces hasta que dejó de moverse, continué masticando hasta que me lo tragué. La verdad es que no estaba mal y tenía que acostumbrarme ya que no sabía el tiempo que tenía que estar por allí. Seguí paso a paso hasta que encontré un claro en el que creí que si me asomaba, podría orientarme. Al llegar y asomar mi cabeza por ese claro que dejaban la plantas me di cuenta que aquel bosque seguía tras una pequeña pendiente. Me senté pensando qué podía hacer, casi era de noche y aquel lugar no me gustaba para dormir.  Era un lugar tenue y frío, yo me había acostumbrado a dormir cerca del fuego a tierra que había en la casa. Allí estaba muy bien y sentía el calor por todo mi cuerpo mientras me mantenía estirado a todo lo largo frente a él. Además, en toda la casa el ambiente era bastante cálido, gracias en su mayor parte a que la señora era muy friolera. Pero ahora me encontraba aquí, en un lugar desconocido, frío y además al anochecer se volvía tenebroso. La verdad es que me estaba poniendo algo nervioso y decidí pensar en otra cosa más agradable para combatir aquella situación. Entonces me tumbé encima de un puñado de hojas secas y cerré los ojos con la intención de pensar en algo mejor, pero siempre alerta. 

Entonces… recordé cuando un verano la familia me llevó con ellos de vacaciones, éramos turistas durante 15 días. En ocasiones me tenía que buscar un poco la vida cuando el señor Andrés, su mujer Susana y sus dos hijos, Pablo y María se iban a la playa. A mí me dejaban en el apartamento, que era planta baja, pero siempre estaban las ventanas abiertas. Una vez se coló un perro de un brinco mientras hacía mi siesta de media mañana, me dio un susto de muerte. Me desperté de repente y aterrado. Aquel perro se puso delante de mí y me sentí acorralado. Sólo se me ocurrió impulsarme y saltar por la ventana hacía la calle. Tuve suerte, ya que el perro no lo pudo hacer a la primera. No sabía el tiempo que tardaría en salir y si saldría, pero yo por si las moscas me fui a dar un paseo. Entonces sí que era como el resto de turistas caminando por el paseo marítimo mientras el sol les tostaba la piel. De repente, dejé de recordar y me armé de valor. Ahora era un turista accidental en un lugar que no conocía. Me puse en marcha bajando aquella pendiente hasta llegar a la parte llana. Una cosa estaba clara, no debía perder la calma y ante todo mantenerme alerta. Eché un vistazo a derecha e izquierda y seguí un poco más hacia el frente. Escuché unos sonidos que venían por encima de mí, miré a lo alto y vi un par de ardillas que se metían en un agujero redondo del árbol a unos metros del suelo. Eso me hizo pensar que quizá era una buena opción para pasar la noche, así que me emparré al siguiente árbol. Allí me acurruqué en una de las ramas anchas de las varias que tenía a mi disposición, ya que en este árbol no había agujero para meterme.  Pasé la noche, que fue una de las más largas de toda mi vida, quizá fue larga porque había pasado frío, pero sin más inconvenientes que algunos de los ruidos constantes durante todo el día. Por lo demás no estuvo mal.

jueves, 16 de agosto de 2018

Y mientras tanto suceden cosas

Suceden tantas cosas mientras pasan otras, que apenas nos damos cuenta de ninguna.

Cuando llueve nos quejamos de la tormenta y cuando no llueve nos gustaría que lo hiciera. Si hace calor queremos fresco, y cuando hace fresco queremos un abrigo. Si nos dicen que andar es bueno para la salud, se nos hace más larga la distancia, y cuando nos recomiendan coger el bus, el billete lo encontramos caro. Cuando el pescado es más saludable que la carne nos apetece cocido, y cuando tenemos que comer carne nos viene de gusto un pescadito a la plancha. Cuando deberíamos beber agua bebemos cerveza y cuando deberíamos pillar una cogorza, nos toca conducir. Cuando nos dicen que el pan engorda, nos toca bocata toda la semana porque estamos fuera de casa. Cuando decidimos hacer lo que hace tiempo tenemos ganas de hacer nos pasa algo que nos interrumpe, y cuando nadie nos molesta, no tenemos ganas de hacer nada.

Cuando hay sol dejamos los poemas para cuando salga la luna, y cuando la luna llega estamos dormidos como bebes. Cuando creemos en Dios, no está para escucharnos y cuando parece que nos escucha, ya hemos pecado mil veces más que hacer. Cuando podemos ir lo dejamos para otro momento y cuando llega el momento nos viene mal quedar.

¿Porque hay muchas cosas que pasan mientras suceden otras? Porque es ley de vida. Porque, aquello de… no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, sólo sirve para que no se te olvide hacerlo mañana. Porque cuando podemos decidir lo pensamos tanto que nos llegamos a tiempo, y cuando llegamos a tiempo, no decidimos nada de nada. Cuando las cosas van mal es porque algo no hemos hecho bien, y cuando hacemos las cosas bien, descuidamos la posibilidad de que algo pueda salir mal.
Descuidamos el tiempo que tenemos para querer a quien nos querido. Descuidamos detalles que llenarían un mar de dudas. Descuidamos instantes de felicidad por pensar en lo impensable. Nos fijamos en aquellas cosas que hacen otros, o dicen otros, o piensan otros, antes que en qué hacemos, o decimos, o pensamos nosotros. Porque cuando te preocupa más que pueden hacer, decir o pensar los demás, es porque algo estás haciendo, diciendo o pensando que no deberías.

Cuando te vistes mirándote al espejo y te sientes bien, no te cambies de ropa porque otros no lleven lo mismo que tú. Cuando creas que tienes que hacer algo, hazlo i punto, cuando creas que tienes que decir algo, dilo i punto. Cuando creas que tienes que pensar algo… piensa coño, piensa, y haz y di lo que sientas.

Cuando creas en ti, será cuando tu felicidad te acompañe en cualquier momento. Mientras tanto, seguirás solo. Haciendo, diciendo y pensado lo que los demás quieren que hagas, digas o pienses.

El mundo no gira porque los demás quieren que gire. El mundo gira porque suceden cosas mientras pasan otras muchas.

Así que procura hacer tus cosas mientras suceden otras.


Lorenzo López



jueves, 9 de agosto de 2018

Aprovechando la ocasión

Mi aburrimiento hizo que me fuera  a la cama más temprano que de costumbre. Aunque no quería. No recuerdo la cantidad de vueltas que di hasta de quedarme dormido.

Me desperté sin más. Mis ojos se abrieron tanto que a pesar de que aún era de noche puede ir al baño sin dar la luz. Cuando regresé de mear, me senté en el borde de cama y miré la hora. Eran las cinco menos cuarto de la madrugada y yo despejado del todo. Me acerqué al balcón del comedor, lo abrí y me asomé para ver qué tal se presentaba la madrugada. Hacía fresca, pero se me pasó por la cabeza salir a dar un buen paso.

Me levanté en cuello de la chaqueta me subí un poco más la cremallera y me aventuré por la calle que tenía casi enfrente del portal de casa. Despejada de transito y con pocos coches aparcados, avanzaba andando por el medio de esa calle sin más preocupación que pensar hacia qué lado giraría cuando llegará la final de la misma. Decidí que a la izquierda. Anduve arrimado a la pared unos veinte metros, luego volví a caminar por el medio de la calle. Apenas había andado unos pasos por el medio de la calle y me pareció escuchar el sonido de una motocicleta. A aquellas horas cualquier sonido aunque fuera lejano, era como si estuvieran allí mismo.  Nuevamente me arrimé a un lado y me puse tras uno de los pocos coches que había aparcados. Me equivoqué, no era una moto, era un coche que venía muy despacio. Este se detuve unos pocos metros delante de mí. En el interior iban dos personas que no podría describir, ya que me quedé tras aquel coche por curiosidad. Incluso dudé que aquellos dos perlas supieran que un alma despejada deambulaba por la misma calle que ellos a esas horas. Seguí quieto en la penumbra observando.

Los compinches se apearon del coche casi al mismo tiempo. El conductor se quedó al lado de la puerta por la cual había salido. Supuse que vigilando, pero no imaginaba el porqué. El que salió por el lado del copiloto, se fue a la parte trasera del coche y abrió el maletero. Sacó una caja de tamaño mediano, y que parecía pesar un poco. Dio unos pasos y se colocó justo frente al contenedor verde, lo abrió y deslizó aquella caja con cuidado, supongo que para no hacer ruido. Se volvió y fue hacia el coche. Casi al mismo tiempo que se cerraban las puertas, el motor se puso en marcha y tan despacio como habían llegado, desaparecieron en la madrugada aún oscura.

Mi cabeza se quedó dando vueltas a lo que aquellos pardillos habían hecho. Algo malo estaba pasando. Me dejé de ostias y como por allí no había nadie, ni tan solo una luz encendida de ningún vecino, decidí ir a buscar la caja. Abrí el contenedor, me asomé y miré dentro. Mal contadas habría una docena de bolsas, de las que doy fe que sí era basura de la que marca diferencias. Tomé aire y me emparré por aquel contenedor.  Al estar casi vacío, aquella caja había quedado muy abajo y me costaba llegar, pero insistí haciendo un último esfuerzo… hasta que caí dentro. Una vez en su interior y empapado de aquella mierda que hedía como para ponerte el bello de punta, decidí abrir la caja allí mismo. Coño… Vaya sorpresa que me llevé. No entiendo cómo se puede ser capaz de tirar estas cosas en un contenedor de basuras. Cerré la caja y apilé todas las bolsas de basura una encima de otra, hasta conseguir una altura más o menos suficiente como para poner la caja encima y así poder cogerla desde fuera. Salí del contenedor, miré a ambos lados y todo seguía igual  de tranquilo. Mi ropa estaba acartonada y olía como para tirarla allí mismo e irme a casa en pelotas. Hasta se me saltaban las lágrimas de la peste. Pero lo que encontré no podía quedarse allí. Cogí aire de nuevo y me asomé para agarrar la caja. Quería alejarme de aquel contenedor y de su aliento putrefacto. La caja estaba pringada y mis manos resbalaban, bueno la verdad es que todo estaba bastante resbaladizo. También mis zapatillas patinaban más de lo que quisiera. Menuda tenía liada en la calle, aquel tufo desagradable se colaba sin permiso por cualquier sitio. Como pude sostuve la caja para que no se me cayera y empecé a caminar. Lo hice durante unos pocos minutos, cuando un furgón me cortó el paso. Se detuvo a diez metros, más o menos frente a mí. Vi bajar la ventanilla de la puerta, y un tipo de color, un negro vamos, me preguntó si tenía lo suyo. En aquella situación resbaladiza de manos y pies ni tan sólo pensé en corren. El negro se bajó del coche y me dijo. Llegas a tiempo. Bien danos la caja como habíamos quedado. Y lentamente caminaba hacia mí.

Mis uñas al más puro estilo “garras”, se aferraron a la caja, tanto, que los calvos de Cristo parecían chinchetas. Cuando el tipo de color estuvo suficiente cerca como para que la peste de mis ropas de le colara hasta las sienes, no sé movió ni un centímetro. Renegué y solté un par de tacos de los fuertes. Cabrón, gilipollas… que estoy muy loco tío…, y cosas así para acojonarlo. Pero lo que conseguí fue que viniera su amigo que se hubo quedado en el coche hasta entonces. Ese tipo con cara de muy mala leche y unas manos grandes como panes, se acercaba con chulería hacía mí y traía una mochila colgada de su hombro derecho. Yo aflojé de hacer el tonto, que remedio, aunque aún seguía remugando mientras les pregunté qué estaba pasando. El de las manos como panes me lanzó la mochila medio abierta cerca de mis pies. El cabrón no quiso acercarse a mí, supongo que por el pestazo que aún desprendía. Miré la mochila, me agaché y comprobé que contenía billetes de cien euros. Aquel tipo insistió en que le abriera la caja para echar un vistazo y así lo hice. Le echó un vistazo y asintió con la cabeza. No entendía día, yo sólo quería hacer las cosas bien y aquellos tipos me lo estaban impidiendo. Los miré a ambos y haciéndome el valiente les pregunté la cantidad de dinero que había en la mochila. 100.000 euros… ese es el precio que nos dijeron que valía la tinta para los billetes. Dijo el de las manos grandes.    

Y no se me ocurrió otra cosa más que preguntarles, que si estaban seguros que esa era la cantidad que iban a pagarme por aquella caja. Y manda huevos, porque no sé que entendieron aquellos dos, pero el grandote se fue al coche y volvió con un sobre enorme, que esta vez sí me dio en mano, diciendo… ahí van otros 100.000. Y no te daremos ni un céntimo más. Y me señaló la caja con aquella mirada que asustaba al miedo. Tenía que seguir fingiendo el rollo que me había montado, y le pedí hacer un intercambio. Darles mi caja por la mochila, el sobre y las bambas del negro. Tal y cómo estaban las mías no podría correr ni diez metros.

Sin llegar a pestañear, tuve las zapatillas junto a la mochila. Mis uñas seguían clavadas en aquella caja. La dejé en el suelo y me senté encima, era una forma de que no se la llevaran antes de que me calzara las bambas, que aunque me iban un poco grandes, no resbalarían en mi huida. Me levanté, puse el sobre dentro en la mochila, la cerré y mientras tanto retrocedía unos pasos sin dejar de mirares y abandonando la caja.

Parecía que todo estaba saliendo bien. Quiero decir que se lo estaban tragando. No sé a quién esperaban pero no era a mí. Así que me giré y eché a correr todo lo deprisa que pude antes de que apareciera alguien con la caja buena. Sólo pensaba en alejarme de allí lo más rápido y lejos que pudiera.

La casualidad del lugar, la situación que se había producido y las ganas de obedecer a vete a saber quien, se unieron aquella noche. Yo sólo aprovechaba la ocasión. Aquellos dos tipos me habían pagado 200.000 mil euros por una caja, que unos minutos antes recogí de un contenedor cercano.
Lo peor no era pensar lo que yo había pasado a cambio de los 200,000 euros. Lo que no podía imaginarme, era que iba a ser de aquellos dos tipos cuando descubrieran que había en la caja no “la tinta para los billetes”.

El contenido de la caja eran cuatro garrafas de aceite de motor usado, que yo quería dejar en su contenedor correspondiente.



Lorenzo López




jueves, 2 de agosto de 2018

La bolsa roja – (final)

Mi móvil me avisó de que había recibido un mensaje nuevo. Me aparté de donde estaba la abuela y lo miré. Martín me hacía saber que había conseguido cita con el Juez Martínez, pero que tenía que ser en media hora o si no, dentro de dos semanas. Le dije que me espera allí mismo que iba enseguida. Apenas me despedí de la anciana, sólo le dije que volvería pronto.

A todo lo que daban mis piernas, caminaba en dirección al juzgado para charlar con el Juez Martínez. No era fácil quedar con él, y de hecho me extrañaba que hubiera accedido sin insistir. Mis pulmones trabajaban a toda máquina y en mis piernas notaba los latidos de mi corazón que también iba rápido. Me crucé con dos conocidos, que desde luego saludé con la mano, no podía terciar palabra.

Cuando estaba cerca del juzgado, aminoré la marcha y miré la hora, habían pasado 23 minutos desde que me llamo Martín. Así que me senté en un banco de la plaza que había frente a la entrada. Necesitaba descasar y retomar mi pulso, no quería entrar ante el Juez jadeando como una perra.

Ya recompuesta subí las escaleras a falta de un par de minutos para la cita, Martín estaba arriba esperando. Pasamos juntos a la sala de espera, nos tenían que avisar para entrar. Mientras esperábamos, le pedí la libreta a mi ayudante y le anoté tres preguntas para que hiciera durante la entrevista. Al lado de cada pregunta una nota de cuando debía preguntar.  Se trataba de un bis a bis para contrastar la información de la pruebas y determinar una fecha para el juicio. Daniel era un pobre desgraciado y tenía todos los números para ser el culpable de lo que fuera que le hubiera pasado al secretario. Quería que Martín hiciera esas preguntas anotándolas en una hoja de su libreta y poniéndola encima de la mesa a la vista del Juez. Se trataba de actuar como si fuera un novatillo ansioso por aprender, a la vez que inofensivo. La operación de garganta de Martín era la excusa perfecta para hacerlo así. Necesitaba poner nervioso al Juez Martínez para comprobar su aguante.

Martín se lo miró fijamente hasta que por fin nos llamaron para hacernos pasar al despacho del Juez Martínez. Este nos ofreció asiento en un par de butacas de piel marrón. Martin se puso a mi derecha con la libreta encima de sus piernas cruzadas. Yo dejé el bolso sujeto en uno de los brazos de la butaca y saqué mi bloc y un bolígrafo. El Juez de momento se mantenía al margen e iba haciendo sus cosas. Aquel despacho parecía un pequeño museo. Se podía saber más o menos su trayectoria por la cantidad de cuadros con diplomas que había colgados en las paredes. También tenía trofeos de los bolos, de billar y también uno de tenis.

Martínez removía papales de un lado a otro como para darnos tiempo a que nos preparáramos. Mi ayudante y yo estábamos listos hacía rato, pero nos gustaba observar los detalles, así le había enseñado a Martín. Para llamar su atención dejé el bolígrafo encima de la mesa haciendo un poco de ruido. No se alteró ni lo más mínimo, terminó de cerrar una carpeta y tras suspirar levantó la cabeza mirando primero a Martín y luego a mí preguntando si empezábamos. Lo primero que hice fue decirle al Juez que mi ayudante no podía hablar por una reciente operación de garganta. Pareció no importarle, porque ni tan sólo le miró.

Hice un gesto como de prestar atención. Ese gesto era la señal para que Martín lanzara su primera pregunta. Carraspeó un poco y se levantó del sillón mientras arrancaba la hoja de su libreta donde tenía anotada la primera pregunta. Martínez la cogió y la leyó. Decía así. ¿Con qué frecuencia quedaban usted y el secretario Ignacio fuera de los juzgados? Martínez desvió su mirada hacia Martín. Interrumpí disculpándome para llamar la atención del Juez. Acto seguido le pedí que me explicara un poco la trayectoria del secretario desde que empezó a trabajar con él.

Martínez se frotó la barbilla y empezó contándome que había sido una buena persona y que empezó a echarlo de menos nada más saber que había muerto. Antes de que abriera la boca, rectificó, y dijo, desaparecido. Mi boca se abrió y le pregunté por qué hablada en pasado, como si supiera que no iba a volver. Martínez con el semblante más serio que cuando entramos, dijo que de momento no había ningún indicio, ni de desaparición ni de muerte. La verdad era que no estaba claro, de ahí que fuera presuntamente muerto o desaparecido. Aunque él hubo nombrado que había muerto y rectificó por desaparecido, me estaba haciendo dudar. No estaba segura si el Juez nos ocultaba información y por qué. Martínez seguía hablando del secretario lentamente, sin ganas, como si quisiera despistarnos.

Pero hubo un momento que la conversación se puso interesante cuando Martínez dijo que tres días a la semana quedaba con el secretario fuera del trabajo. Eso respondía la pregunta de Martín. Mis oídos y creo que los de mi ayudante se abrieron de par en par. El Juez siguió explicando. Parece ser que el Ignacio acompañaba al Juez a una Clínica. Allí Martínez se hacía un tratamiento de quimioterapia para su cáncer. No tenía ni idea de que el Juez Martínez tuviera cáncer. Pero no quise interrumpir y seguí escuchando.

Explicaba que un día un amigo del secretario, un tipo grande, panchón y de estatura media, les envistió con su coche por detrás cuando iban a la Clínica. Al parecer aquel amigo no tenía seguro del vehículo en vigor y lo pidió a Ignacio que ya lo arreglarían entre ellos. Ignacio aceptó y cada uno siguió su camino. A todo esto, Martín iba anotando mientras Martínez hablaba.

La historia continuaba al día siguiente, cuando al parecer una chica fue a los juzgados buscando al señor Ignacio para entregarle una bolsa roja. Al escuchar la bolsa roja, mis ojos se abrieron más que mis oídos y el rostro seguramente anunciaba mi sorpresa por ello. Y así fue. Martínez me preguntó si me encontraba bien. Le deje que sí, que sólo eran gases. Fue la primera vez desde que entramos que le vi una sonrisa, muy leve eso sí.

Tenía ganas de mirar a Martín, cuando de pronto un dedo tocó mi pierna derecha. Ese dedo se fue deslizando de arriba a abajo y de izquierda a derecha. Estaba alucinando, Martín me estaba metiendo mano delante del Juez. Mis ojos se entornaron un poco hasta que un movimiento se repitió varias veces, tantas, que al final entendí que no me metía mano, si no que me estaba diciendo algo. Aquel vaivén de movimientos formaba la palabra miente.

No sabía a qué se refería Martín exactamente, pero seguro que algo había detectado. Yo seguí prestando atención a lo que decía Martínez. Porque parece ser que la chica entró en el despacho de Ignacio i salió en un par de minutos con las manos vacías. Unos diez minutos después de irse la chica, Ignacio abandonó su despacho llevando consigo la bolsa roja.

El Juez Martínez pareció como si se hubiese cansado de hablar de repente y miró su reloj. Entonces extendió su mano en la que me paso un par de hojas que rubricó en ese instante. Era la citación donde ponía que al día siguiente a las 14 horas, se celebraría el juicio contra Daniel por la desaparición del señor secretario.

Martínez parecía tener claro, que Daniel era el culpable. A Martín y a una servidora no tanto.

Salimos del despacho sin mediar palabra. Martín tenía las mismas ganas de decirme en que mentía el Juez, como yo de saberlo. Ya en la calle, mi ayudante me pasó su libreta, donde pude leer… no sé en qué, pero estoy seguro que el Juez Martínez miente.

 Se me ocurrió pensar que la bolsa roja que había en la casa de la abuela, la casera del secretario, podría ser la que aquella chica misteriosa entregó a Ignacio. Así que le hice saber a Martín la intención de ir a visitar a la anciana y que me acompañara. De camino pasamos por una zapatería para conseguir una bolsa y una caja de zapatos vacía. Cerca ya de la casa de la abuela, le dije a Martín que me siguiera la corriente e hiciera como si le interesara alquilar una habitación por esa zona. Llamé al timbre cuatro veces seguidas, como de costumbre. Escuché un grito basto que me hizo estremecer y preguntar si pasaba algo. Era la abuela que se cabreó porque había llamado tantas veces seguidas. Madre mía… Pensé en decirle unas frescas, pero respiré y sonreí mirando a la anciana. Ésta refunfuñaba y de todo lo que decía sólo entendí una palabra. Pesada.

Cuando nos abrió le presenté a Martín como Antonio y le dije que había pensado que como no tenía inquilino, quizá podría alquilarle la habitación del secretario. La casera se rascó la cabeza durante unos segundos y contestó que había condiciones que tenía que cumplir. Antonio asintió y me indicó con gestos si podía ver la casa. Yo le hice saber a la anciana la intención de Antonio. Aquella mujer era bárbara, sólo se le ocurrió decir que la siguiéramos. Pero bueno, al final era lo que queríamos, poder colarnos en su casa para coger la bolsa roja.

Nos vino bien que la habitación que supuestamente Antonio iba a alquilar, estuviera en la segunda planta, ya que el lavabo también estaba allí. Mientras ellos entraron en la habitación yo me colé en el baño y entorné la puerta. Saqué de la bolsa la caja de zapatos y metí la bolsa roja dentro de la caja y ésta dentro de la bolsa de la zapatería. Salí del baño y me acerqué a lado de la ventana, como esperando a que terminaran de ver la habitación. La anciana no pareció extrañarse de no haber ido con ellos. Martín me hizo un gesto para irnos y tras saludar a la anciana, que se quedó allí mismo, fuimos bajando. Al pasar por delante del mueble donde estaban las llaves y la libreta con el número y sin pensarlo, abrí el cajón y metí la mano hasta el fondo, cogiendo las llaves. Cerré mientras Martín me estiraba la manga de la chaqueta y seguimos hacia la mierda de escaleras en pendiente que nos separaban de la calle.

Nos miramos dos veces mientras nuestros pensamientos seguramente coincidían. Nos íbamos a mi casa.

Unos metros antes de entrar en el portal de mi casa, me vino una sensación muy extraña. Empecé a recordar casi todo lo que hice la noche anterior…

Caminaba hacia mi casa cogida del brazo de un hombre. Llevaba mi bolso en mi mano derecha. En la otra mano sujetaba una bolsa de plástico. Instintivamente subimos a casa, abrí la puerta y entramos. Dejé el bolso en un colgador y solté la bolsa en el suelo. Martín cogió la caja de zapatos y sacó la bolsa roja de su interior. Me llamó para ver su contenido. Cuando la palpé por primera vez, no me pareció que fuera ropa. Pero había una toalla, y esta envolvía unos papeles. Eran fotografías y un manuscrito en el que destacaba la petición de una cantidad de dinero y sobre todo a quien iba dirigida.

La resolución del caso fue así…

Daniel quiso vengarse del secretario por cómo le trato en un juicio y casi lo consiguió. Al parecer le había estado siguiendo durante muchos días hasta conseguir su propósito. Hacerle unas fotos cuando se encontraba con su amante. Pero el amante era alguien especial. El señor Juez Martínez. Que aprovechaba sus salidas a la clínica y quedar con Ignacio para acostarse. Daniel los pilló y al parecer les pidió una buena cantidad de dinero. El Juez Martínez con intención de preservar su posición, le dio el dinero a Ignacio para que pagara a Daniel.

La chica misteriosa sólo era una fulana pagada por Ignacio, para conseguir las pruebas y poder dejar a Daniel sin defensa.

Pero lo mejor de todo fue que el número de la libreta, no era un teléfono, correspondía a la parte principal de los dígitos de un número de vuelo a Argentina. Las llaves eran una copia de una taquilla del aeropuerto. En esa taquilla Ignacio recibió el dinero del Juez Martínez, que por supuesto, estaba vacía. Todo esto preparado por el señor secretario tras enterarse del chantaje. La venganza de Daniel fue la puerta de escape del secretario. Se quedó con la suma de dinero que Martínez le dio para pagar el silencio de Daniel y desapareció…

El comisario recibió todas las pruebas, incluidas las fotos. El caso estaba resuelto.
-A Daniel se le acusó de espiar a un cargo de la justicia y de chantaje.
-Al Juez Martínez no se le acusó de nada, pero su relación con Ignacio desmoronó su matrimonio y pidió el traslado a otro distrito.
-El señor Ignacio sigue desaparecido.



FIN


Lorenzo López

jueves, 26 de julio de 2018

La bolsa roja (2ª Parte)

Había leído aquellas notas tres veces seguidas y aún no me lo podía creer. Daniel se había confesado claramente con Martín, no había ninguna duda. Ignacio, el secretario del Juez Martínez, explicaba una relación con la persona equivocada.  Una persona demasiado influyente como para que aquellas notas salieran a la luz. Lo  importante de tener esa información, no era lo mucho que nos ayudaría a nosotros con el caso de del secretario, si no que teníamos que ir con más cuidado del que habíamos tenido nunca. Aquella información era una bomba casi atómica y no se podía manipular demasiado. Por no decir no abrí ni la boca. En la libreta de Martín anote, que se fuera a casa hasta que le llamara y mientras que hiciera varias copias de aquella confesión, guardándolas en lugares distintos. Dejé el importe de los dos cafés en la mesa y primero salió Martín, yo me entretuve mirando el periódico. No quería caer en la costumbre de comentar algo que no tocaba por el hecho de salir y caminar juntos un rato. La precaución con lo que sabíamos a partir de ahora tenía que ser extrema. Dejé pasar unos cinco minutos más o menos y salí del café.

A pesar de que la confesión de Daniel ocupaba dos páginas completas, casi que me acordaba de todo. Había que tener en cuenta que me lo había leído tres veces, pero tal y como llevaba la semana, era extraordinario que lo recordara. Ciertamente parecía claro el motivo de por qué no aparecía el cuerpo del secretario.

Me fui a casa un poco más tranquila de lo que había salido por la mañana.  Aunque el día permanecía algo fresco, aquella gran noticia me hizo revivir y me sentía mucho mejor. De pronto me vino a la cabeza aquella bolsa roja. Tanto la que tenía en casa como la que tenía la anciana en su cuarto de baño. Durante el resto del camino hasta llegar a casa, no dejé de preguntarme por qué no la abrí. Intentaba recordar si la traje conmigo cuando volví a ayer noche, pero la verdad es que la cena no me sentó nada bien, y menos aún las cuatro copas que me tomé después con aquel tipo. Un amigo de la universidad de derecho que no sé por qué siempre dijo estar enamorado de mí. Yo creo que lo que quería era echar un polvo conmigo. No es que tuviera fama de tía fácil, pero sí de hacerlo muy bien. Aunque me resisto con muchos tíos, hay algunos que merece la pena dejarse llevar. Con este de anoche la verdad es que estaba bastante bien, pero me da que tiene que ser un poco pesado aguantarlo continuamente. Yo también busque ese polvo, desde luego, pero al final no sé porque aparecí a pocos metros del portal de casa empapada a tope por la lluvia y helada de frío. No era capaz de recordar si la bolsa la subí esa misma noche, u otro día.

Al entrar al portal me detuve en seco y retrocedí un par de pasos. Miré donde estaban los buzones y vi que en el mío había algo. Lo abrí y saqué de su interior un par de cartas, un menú del restaurante chino de la esquina, un programa de las fiestas de Abril y un sobre grueso. No me entretuve a tirar nada a la papelera de la entrada, simplemente me lo puse bajo el brazo y subí las escaleras.

Cuando abrí la puerta de casa lo primero que me encontré fue la ropa que había dejado tirada la noche anterior. Medio esparcida por el recibidor junto a los zapatos que aún rezumaban humedad. Me fui al comedor y dejé el correo, el bolso y las llaves. Si sacarme el abrigo, sólo el pañuelo del cuello, fui a recoger la ropa y ponerla en la lavadora y los zapatos los dejé en la ventana de la habitación que era donde tocaba un poco el sol hasta media tarde. Aproveché que estaba en la habitación para quitarme el abrigo y las botas. Me puse mis zapatillas de elefante y me acerqué a la cocina. Me tomé dos vasos de agua mientras miraba la nevera, tenía que comer algo pero no sabía el qué. Un tupper me indicaba que quizá debería abrirlo, la verdad es que no recordaba su contenido. Lo cogí. Al abrirlo se me quitaron las ganas de haberlo hecho, eran unos canelones que me sobraron no sé cuándo y que estaban pasados. Que desastre… pensé. Una cosa que sí me salía bien de verdad, era hacer tortilla a la francesa. Así que lo dispuse todo. Una sartén con un chorrito de aceite, un plato, unas rebanadas de pan, dos huevos y como no, un tenedor y un vaso para batirlos. Una costumbre que tenía, y no sé porque, era la de silbar mientras cocinaba, bueno, cocinar lo que se dice cocinar, no, pero algo hacía. La cuestión era que siempre me daba por silbar o a veces incluso cantaba algo. Normalmente no tenía visita, algún tío de vez en cuando, pero no veníamos a cenar precisamente. Quiero decir que no solía tener gente a comer por regla general. Recuerdo una vez que vino mi ayudante a cenar. Martín  se empeñó tanto en traer unos macarrones con queso que le hizo su madre para la ocasión, que no tuve que hacer nada, sólo cortar el pan y poner dos cubiertos. Estaban muy buenos.  Cuando mi tortilla estuvo a punto la puse en el plato y me fui al comedor. Me apalanqué en el sofá y puse la tele un rato para entretenerme mientras cenaba. Solía poner noticias o algún documental, pero cuando necesitaba desconectar de verdad me ponía un canal de dibujos. Era lo único que conseguía arrancarme unas carcajadas y realmente me olvidaba de muchas cosas que me agobiaban demasiado. Soy muy constante en las cosas y me involucro, a veces demasiado, en asuntos que sólo son trabajo, pero soy así.

Terminé la tortilla y la mitad del pan se quedó en el margen del plato. El nivel de la botella de agua también había bajado y alguna lágrima se me desbordaba por las mejillas de la risa. Cené muy bien y lo pasé divertido, pero era momento de ponerme a trabajar. Recogí los cacharros y volví al comedor. En ese momento en la televisión estaban pasando un anuncio de bolsos y eso me hizo pensar en la bolsa roja que aún seguía en la cocina sin abrir. Fui muy decidida a por ella y me la llevé al sofá. Mientras intentaba deshacer el primer nudo, sopesaba la bolsa y no daba la sensación de que pesara mucho. Al final desaté los dos nudos y pude ver lo que contenía la bolsa roja. Era ropa de hombre, un par de calcetines, una camiseta imperio blanca, un calzoncillo, una camisa y unos pantalones, que por supuesto no reconocía. Hacía varios días que no entraba un hombre en mi casa. Lo extraño de aquella ropa era lo bien doblada que estaba para haberlo hecho un hombre. Parecía que la hubiese doblado una mujer, además olía a suavizante y detergente. Estaba limpia.

El tamaño de aquellos calzoncillos me confirmaba que así era, demasiado culo para mi gusto. Volví a meter la ropa en la bolsa y la até. No me explicaba cómo había llegado a mi casa y además juraría que en la entrada aquella bolsa no llevaba más de una noche. Lo que sí recuerdo era que yo subí sola, empapada y con mi bolso, pero no con una bolsa roja. La dejé en el balcón de la cocina y me lo quité de la cabeza. Me senté a repasar mis notas, pero antes quise abrir el correo para quitarme cosas pendientes de encima. El sobre grueso contenía un expediente, el de Daniel. Lo pedí la semana pasada y ya lo tenía, me hizo raro que llegara tan pronto y que además me lo mandaran a mi casa. Por cierto cuando repasé el sobre estaba en blanco. Ni remitente ni destinatario. Eso aún era más raro, alguien lo tuvo que haber traído en mano y dejarlo en mi buzón.

Me vino a la cabeza Martín y rebusqué en el bolso para coger el móvil y mandarle un mensaje. Quería saber cómo iba el tema de las copias de la confesión de Daniel. Aquella información era muy peligrosa. Habían pasado más de diez minutos y Martín no me había contestado, normalmente lo hacía enseguida. Así que esperé otros cinco minutos y lo llamé. Sonó hasta cuatro veces y no contestaba. Colgué. Respiré hondo, fui a la nevera tomé un vaso de agua del tirón y volví para presionar el botón de rellamada. “Llamando a Martín”…al quinto tono una voz de mujer descolgó el teléfono. Era su mamá, aunque no estaba segura y pregunté por Martín. Me confirmó que era su madre y que se había estirado un rato en la cama para descansar. Le dije que no era urgente y que le dijera que me llamara cuando despertara. El saber que estaba en casa con su madre y que por lo tanto se encontraba bien, me dejaba más tranquila. Volví a mis papeles y a estrujarme el coco para seguir con aquel caso. Decidí mandarle un mensaje a Martín que viniera a mi casa y se trajera dos copias de la confesión de Daniel.

Sobre las seis y cuarto llamaron al timbre. Era mi ayudante que aparecía con un maletín y un paquete de catón. Le hice pasar al comedor directamente y le ofrecí tomar algo. Él siempre era muy agradecido y en aquel paquete de cartón traía unas galletas que su madre debió hacer mientes dormía. Aún estaban algo templadas. Le traje un vaso de leche caliente y para mí un zumo de arándanos. No me gustaban mucho, pero oí que eran buenos para estimular la mente y por eso los tomaba. Las galletas estaban muy buenas, Martín lo sabía y me miraba mientras me las engullía a dos carrillos. No hacía falta tener hambre para comerse media docena de esas galletas. Martín era casi 14 años más joven que una servidora y aunque el chaval no estaba mal del todo, siempre es mejor no mezclar el placer con el trabajo. Yo intuía que algo sí le gustaba, pero prefería pensar que opinaba como yo. Así que le trataba como a un compañero de trabajo normal, a pesar de su dificultad para hablar. A él no le importaba lo que pensaran los demás sobre ese tema, iba a su rollo. Era buen trabajador y lo demostraba cada día. Se implicaba bastante y se estrujaba los sesos tanto como yo por encontrar soluciones a los casos. Yo le dejaba leer todo lo que traían los expedientes, aunque en el bufete no querían cuando eran sólo ayudantes. Pero como Martín era mi ayudante le dejaba leerlo. Estas cosas no hacían falta decirle que no las contara, era inteligente como para saber que no debía hacerlo.

Siempre traía unos apuntes en su libreta, como una especie de resumen de todo lo que tenía hasta el momento. Eso a parte de las dos copias de la declaración de Daniel. Que por cierto me había traído en dos sobres por separado. Una en su maletín y otra metida en la parte trasera de sus pantalones, que sacó cuando yo estaba en la cocina. Evidentemente un sobre estaba más arrugado que el otro. Quizá le daba vergüenza que supiera donde lo guardó. Me di cuenta del bulto cuando caminaba delante de mí yendo hacía en sofá. Aunque imaginé lo que podría ser, no le dije nada. No me importó abrirlo yo mismo, con mis manos, cosas peores había tocado sin duda. Mientras destripaba aquel sobre basto y bien pegado entre sí, Martín me miraba tímidamente, como pensando que no me daba cuenta de aquellas arrugas que delataban que ese sobre no había viajado en el maletín de mi ayudante. No quise imaginar el estado de aquel sobre si hubiese sido en pleno agosto.

Martín me ayudó a recoger los vasos y llevarlos a la cocina. Me pidió usar el cuarto de baño y le indiqué con la mano como llegar. No sé cuanto rato estuvo en el lavabo, pero yo me había leído la confesión de Daniel por cuarta vez. No tenía desperdicio nada de lo que decía aquel muchacho y por supuesto que sería difícil culpar a otra persona si Daniel el día del juicio no declaraba lo mismo. El expediente policial no era demasiado bueno, y aquella declaración no era válida ante un tribunal,  ya que para eso tenía que haber estado presente el fiscal y dos testigos, aparte de Martín y yo. Por eso teníamos que encontrar una prueba sobre lo que dijo Daniel, con la que doblegar a la acusación.

Teníamos muchas cosas como para hacer que la balanza se inclinara de nuestro lado y eso me hacía sentir mejor, mucho mejor, aunque había que investigar mucho. Escuché la cisterna del baño. Martín se acercó donde estaba su maletín,  sacó su libreta, me la tendió y ofreció que me quedara con aquellas cuatro hojas que él había escrito como resumen de lo que tenía. Arranqué las hojas sabiendo que Martín tenía apuntado el contenido en algún otro sitio. Le dije que fuera al juzgado y pidiera cita con el juez Martínez, necesitaba hablar con él y eso era complicado de conseguir.

Yo quizá ir a visitar a la anciana casera del secretario. Así que invité a Martín a que se fuera, le acompañé hasta la puerta y vi la bolsa roja. Puse cara de niña buena y a pesar de que yo bajaría en unos minutos, le pedí el favor de que tirara aquella bolsa al contenedor. Martín no rechistó y cogió la bolsa por el nudo preguntando qué tipo de desperdicio era, para saber, supongo, en que contenedor tirarlo. Me puso en un compromiso y estuve a punto de decirle que era ropa de mi padre, pero pobrecito, mi padre cuando murió los calzoncillos eran largos, no ceñidos como ahora. Así que le dije que me la encontré en la escalera y que seguro que alguien la dejó por error al lado de mi puerta y que yo entré en casa sin pensar. Martín asintió al tiempo que movió los hombros, como que vale… y se marchó.

Yo me fui a la habitación para vestirme y mientras me desnudaba miraba mi cuerpo reflejado en el espejo del armario. Estaba muy bien, pero necesitaba un poco de alegría para mantenerlo en forma. Me puse la misma ropa con la que había ido a ver a la anciana, quizá de esa manera me reconociera más fácilmente. Apagué la luz, y salí de casa cerrando la puerta con llave. Cuando estuve en la calle y dirigí hacía mi derecha y al pasar por donde estaban los contenedores vi aquella puta bolsa de plástico tirada y vacía al lado del contenedor naranja. Lo primero que pensé fue que Martín se había quedado la ropa para usarla. Después conforme caminaba, pero conociéndole no era posible, ya que Martín no hubiese tirado la bolsa al suelo, ni llena ni vacía. Además si se hubiera llevado la ropa, lo hubiese hecho en la misma bolsa, en su maletín no creo que le cupiera.

Me dejé de pensar en la ropa, en la bolsa de los huevos y me centré para la visita con la anciana. Era dura de roer aquella abuela, pero tenía que conseguir que me contara algo más de lo que me hubo contado por la mañana.

Llamé al timbre otras cuatro veces, como la vez anterior. Entonces apareció la anciana. Parecía una costumbre eso de esperar a que llamen cuatro veces antes de abrir. En cuanto se asomó le dije, soy Elena… y pronunció algo que no entendí y después dijo… otra vez usted, y me abrió la puerta. Antes de que se cerrara la puerta detrás de mí, escuché a la casera del secretario preguntarme si quería una taza de té. Madre mía, para mis adentros pensé en aquel sabor áspero y la temperatura excesiva que era capaz de provocarle al té aquella anciana. Me hice como si no la hubiese escuchado, mientras trepaba por aquellas escaleras agarrándome a la barandilla empinada y sucia que se mantenía al margen derecho de aquellos escalones desalineados y recubiertos por capas y capas de polvo incrustado.

Me ofreció el mismo asiento, justo al lado de la misma mesa donde tenía preparada una taza de té humeante. Que posiblemente pudiera ser también el mismo, ya que no tuve narices a terminar con él por la mañana. Omitiendo la taza de té, fui directa al grano. Le pregunté si el secretario, el señor Ignacio, tenía alguna relación sentimental. La casera parecía tener algo especial con el té, porque insistió en que lo tomara. Decliné la invitación. A la anciana no parecía haberle sentado muy bien aquella decisión. Así que para que no se molestara, tuve el gesto de coger la taza de té, por el asa, asó sí. Desprendía un calor que de no ser invierno, quizá no la soportaría en mi mano. Volví a repetirle la misma pregunta. Sabe si el señor Ignacio tenía una relación sentimental. Entonces su cabeza empezó a balancearse de un lado a otro durante un rato, hasta que contestó. Creo que sí, creo que salía con alguien, pero no sé quién era, nunca le vi la cara. La casera cayó en seco cuando llamaron al timbre, se levantó a mirar y mientras yo aproveche para ir al baño y llevarme la taza de té conmigo. A los pocos segundos de cerrar la puerta, volqué la mitad del té en forma de chorro por el wáter, para conseguir el sonido que provoca el chorrito al hacer pipí. No sé por qué pero tenía la sensación que la anciana estaba al otro lado de la puerta escuchando. Así que volví a derramar otro chorrito de té en el wáter durante tres o cuatro segundos y paré. Tampoco quería vaciar la taza del todo, el que pareciera que me lo había bebido, no me lo creía ni yo. Atenta por si escuchaba algo tras la puerta, observé que aún estaba la bolsa roja anudada en el mismo sitio que por la mañana. Bueno había muchas cosas en el mismo sitio desde hacía mucho tiempo por allí. A ojo parecía que el bulto era parecido a la que había tenido yo en casa, así que la cogí y la sopesé. Al tacto no parecía que fuera ropa. Cuando quise deshacer el primer nudo, dos porrazos me asustaron sin remedio. Vaya mujer aquella. Le contesté que ya salía y tiré de la cadena del wáter. Dejé la bolsa y salí del baño. A los pocos segundos de estar fuera recordé que había dejado mi taza de té dentro del cuarto de baño y no rechisté. Me senté en mi sitio y le pregunté si el señor Ignacio recibía llamadas a deshoras. Sólo movió un hombro un par de veces y nada más. Insistí con la pregunta, pero de otro modo. Sabe si le llamaban por la noche. La anciana masculló, que ya sabía lo que quería decir a deshoras, y contestó que no. Era fácil memorizar las respuestas, simplemente sí o no, o contar los movimientos de su hombre diestro o los de su cabeza. Vio al secretario entrar en la casa acompañado. Apunté otro no en mi memoria. Me hizo callar con un gesto y dijo que una vez vino con alguien pero que no le vio la cara. Bueno eso ya era algo. Para terminar le pregunté si el secretario le pagaba en efectivo o por transferencia. La abuela hizo un gesto frotándose los dedos índice y pulgar al unísono. Eso quería decir que no declaraba nada. No entendía por qué esa mujer no alzaba la voz, ni tan sólo contestaba, limitándose a gesticular en muchos casos. Parecía como si supiera que alguien la pudiera escuchar. Le dije que de momento era suficiente y que antes de irme volvía a ir al baño. La abuela se acercó a un palmo de mí y me susurró. Con la meada que hizo antes, no sé como vuelve a tener ganas. Entonces fui yo la que gesticuló y me metí dentro del baño. Mi intención era ver el contenido de aquella bolsa. Estaba hasta las narices de quedarme con las ganas de ver lo que había dentro. Le deshice un nudo, y al tirar para deshacer el otro golpeé la taza que había dejado antes en el borde del lavabo. Cayó irremediablemente rompiéndose en varios pedazos y armando un ruido como para que la anciana volviera a golpear la puerta como si fuera la guerra, preguntando si estaba bien. Solté la bolsa más o menos donde estaba y abrí la puerta del baño. Me disculpé por la rotura de la taza y recogí los trozos con la mano. De reojo miraba la bolsa maldiciendo aquella mierda de taza, de té y la mala ostia que me provocó el quedarme con la ganas de saber que contenía la bolsa roja.


Lorenzo López

Continuará el próximo jueves 2 de agosto