Lectura de Elena

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jueves, 29 de septiembre de 2016

Matarile-rile-ron

Lo de antes siempre será de antes. Aunque a la mayoría nos siguen gustando todas aquellas cosas. Los juegos, las canciones, los secretos y los escondites. Hasta las miradas eran diferentes. Las chicas y los chicos…también éramos diferentes. Lo eran los besos a escondidas con los ojos cerrados. Los abrazos intensos y los segundos que esperábamos desesperadamente hasta que podíamos ver a la persona que nos gustaba. Todo era muy diferente…

Porque antes, íbamos al cole en grupo, hablando, sonriendo y pensando que hacer con los deberes y donde. Siempre había el típico empollón o empollona… ¿os acordáis? Esas personas estaban en el grupo de los especiales. Solían ir correctamente vestidos. Jersey de cuello alto, normalmente blanco o marrón oscuro. Pantalones o faldilla (larga, muy larga), con calcetines blancos. Mofletes colorados y gafas, eso sí, las gafas los delataban desde lejos.

Dentro del grupo de los especiales, también estaban los malos/as. En ese super grupo no entrabas con facilidad. La verdad es que eran un puñado de pringados que sólo hacían que tocar las pelotas y provocar. Siempre había algún chico guapo que le molaba a las chicas. Eso siempre pasa… igual que en las pelis. Algunos llevaban unas navajillas pequeñas para intimidar, luego la mayoría no sabían diferenciar el mango del filo, pero bueno. Recordáis cuando había pelea…? Ostias de verdad… todos gritaban pelea, pelea… y corríamos como locos para ver cómo se zurraban. La verdad es que pocos íbamos con la intención de separar a nadie, la mayoría, al contrario, animábamos con un par de huevos. Hasta que aparecía algún profe y entonces desaparecíamos como flechas… No sé. Yo no estaba. No he visto nada, etc.. 

A mí personalmente, el grupo que más me molaba era el de los guays. Los molones de verdad, los que hacíamos de las nuestras pero con gracia. Con ese estilo que hicimos único nosotros. El nombre, la pandilla. Eso sí que era amistad, coño, y de la buena. Auténtica tras un “lo juro por Dios”. Nos hacíaamos una piña fuerte y de confianza… Nos valía aquello de “uno para todos y todos para uno…” y ahí estábamos… chicos y chicas jugando juntos, haciendo trastadillas, montando equipillos para el pilla pilla, para el escondite, el media manga, manga entera. Para contar chistes, o historias inventadas de miedo que hacían que las chicas se nos cogieran del brazo… siempre eran cortas esas historias... Cachis. 

Casi todo lo hacíamos juntos. Quedábamos en la plaza e íbamos pasando a buscar a los que sus mamás no les dejaban salir, con la intención de convencerlas para que bajaran a jugar un rato. Muchas veces lo conseguíamos y era super chulo.

Si alguien se hacía daño, siempre estábamos preparados para ayudar. Las chicas eran las que mejor lo hacían. Cogían un pañuelo, se lo llevaban a la boca y lo humedecían con saliva y limpiaban la herida… que dulce!!! Y se nos curaba sin problemas, ni mercromina ni leches…

Conforme crecíamos las cosas cambiaban, pero siempre guardando ese estilo de manera de ser. Ese rol que nos tocó vivir. Esa forma de vida que elegimos, porque quizá, era el momento de hacerlo así. Y creo, no sé vosotros, estar seguro de que así fue de diferente y divertido.

En época de institutos los días entonaban otro ritmo. Era como que te dabas cuenta de que te habías hecho mayor. Te dabas cuenta de que aquella chica que había curado tus primeros rascones con su propia saliva, ahora te gustaba de verdad. Sentías cosillas… como era… “mariposas en el estómago”, eso es. A pesar de que tus carpetas estaban forradas de cantantes famosos/as del momento que encontrabas atractivos/as. Tu chica era tu chica.

Algunos tenemos más o menos anécdotas que contar, vividas en aquellos maravillosos años en los que comunicarse era tan sencillo como ir a buscar a tu amigo a su casa, picar a la puerta tantas veces como pisos de altura vivía y gritarle…”baja un momento que te tengo que explicar una cosa muy importante,,” y eso molaba un mogollón.


Espero que cualquiera que haya leído esto, le haya traído buenos recuerdos y más de una sonrisa.



Lorenzo López