Lectura de Elena

Lectura de Elena
lectura de Elena

jueves, 14 de septiembre de 2017

El puzzle de mi vida

Casi cuando aún no me conocía, con la mente recorría cada sentimiento de mis recuerdos. Cuando aún no me conocía, hice cosas que no debía. Mezclé verbos desatinados con whiskey barato, conjugando hasta el acento de un perdón. Y escribí en hojas de papel gastado, poemas sin sentido, versos sueltos de desamor pasado, y rimas rimadas como se riman los besos entre enamorados. Escribí sin acierto un futuro brillante, sin tener en cuenta ni un instante, lo fácil que se pierde cuando apuestas por la gente que te olvida sin más. Mentí y me mentí a mí mismo tratando de calmar la rabia que me perseguía cada noche de cada día.

Caminé caminos de barro y piedra bajo una vara destensada tras docenas de golpes en mi espalda. He llorado escuchando miles de canciones. He llorado millones de lágrimas sin poder ahogarme en ellas. Hasta lloré por el perdón, junto a la angustia y el ahogo. He llorado por amor y hasta por falta de caricias. He regalado mi pan a cambio de una alegría. He visitado desconocidos enmascarado de alegría a cambio de sonrisas bellas. He conducido coches caros y he cenado de cinco estrellas. Y he dormido en portales que no dormirían ni los animales. He vivido con todo y he vivido sin techo, sin nada. He llamado a la esperanza susurrando su nombre y le he gritado mis fracasos sin miedo al rechazo. He tenido el mundo en mis manos y lo solté para compartirlo. He tenido una hija a la que siempre deseé y amo, en una parte dulce de mi vida. He amado con toda mi alma a personas que ni me han querido, y que olvidaron mi nombre al primer suspiro. He admirado aquellas pequeñas cosas que surgían por que sí. He sentido placer infinito por amar con frenesí. He besado con ternura labios rojos, morados… y carmesí. Aunque la mayoría no me devolvieron tantos como recibieron de mí. 

Tengo secretos apilados que guardé y que jamás quise contar, ni contaré, ni por vergüenza ni por placer, sino porque cada secreto esconde una parte de mí, de mi ser, de mi vida cuando se truncó y remonté. De cuando no era nadie y escribía a escondidas, de cuando era joven y soñaba conocerme algún día. Cada secreto es experiencia, sí. Pero cuando la experiencia sólo te sirve para desconfiar de aquellos a los que en un momento de tu vida les diste lo que tenías. Cuando la experiencia te enseña donde tienes que ir a buscar un trozo de pan para saciar el hambre de todo un día… es más la pena que las ganas de comer. Cuando la experiencia te habla mientras duermes pasados llenos de portazos. O cuando la experiencia no sabe decirte hasta aquí hemos llegado, no te sirvo ya. Entonces amaneces encogido por el frío de la noche, bajo una manta maloliente y arrugada esperando las 12 campanadas para pedir una de las cosas que más deseaba. 

Y sin dejar nunca de escribir, colecciono en mi haber textos de todo tipo, algunos inventados y divertidos, otros de historias vividas y enfados, de alegrías, de sueños cumplidos cada media noche, y de besos dulces, y otros de llantos derramados entre sorbos de café helado. Y sin dejar de escribir ni de soñar ni de pensar, como puede ser mí próximo verso. Sin dejar de rumiar cómo escribir el poema más precioso del mundo mojando la pluma en mi corazón. En cómo será mi futura prosa, para expresar con palabras todo lo que me dé la gana. Todo lo que sienta dentro y fuera de mí. Todo, absolutamente todo, porque sí. Porque mientras mis manos puedan agarrar un lápiz y un trozo de papel nadie me prohibirá hacerlo. Escribir, escribirle o escribirte… 

Jamás creí en la vergüenza ajena cuando veía vagabundos, porque siempre pensé que alguien, algún día, podría leerme sumergido entre cartones y whiskey barato. Y mientras su mente imagina sueños que soñé, y sus labios sonrían sin pedirme nada a cambio, simplemente con un puñado de palabras que intentan explicar lo más dulce de un beso y lo mejor de un abrazo, de un si te quiero, o de si me dices ven, vendré.

Ese fue mi deseo, entre otros que jamás explicaré, mientras contaba esas 12 campanadas una fría noche bajo mi manta maloliente y arrugada.



Lorenzo López