Lectura de Elena

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jueves, 9 de abril de 2015

Libros para soñar

La mañana había traído un sol esplendido que ya calentaba mi ventana desde hacía horas. Aún medio dormido, intentaba despertar para que mis ojos vieran ese precioso día. Con mis pies en el suelo, me asomé por la ventana de cristales calientes y miré sin referencia ninguna. Miraba a todas partes, quizá porque me gustaba todo lo que se me presentaba delante de mí esa mañana.  Empecé a vestirme, parecía que tenía prisa, la verdad es que las ganas de bajar y andar con dirección a ningún sitio, simplemente caminar, me alteraba por completo. Oler la hierba aún húmeda, acariciar las flores que me iba encontrando a mi paso. Todo aquello me parecía tan maravilloso que sentía la misma curiosidad cada amanecer de cada día.

Entré en casa para terminar de arreglarme y tomar una café. Cuando lo tuve todo salí con dirección a mí trabajo. Tengo un puesto de bibliotecario en la biblioteca municipal. Allí me paso las horas ordenando libros y sellando las entradas y salidas de las personas que los usan y de los que se los llevan a casa. La verdad es que es muy entretenido, aunque hay gente que me dice que tiene que ser pesado. Para mí no lo es. Recuerdo que cada libro que sellaba u ordenaba, era una nueva aventura en la que yo mismo me hacía protagonista. Por ejemplo, había un libro que era especial para mí, “El rey del bosque”. Se trataba de un señor que se creía el rey de un bosque en el que había vivido toda su vida. Desde muy pequeño se crió en él y se abrió camino por los cuatro frentes del mismo. Yo cuando lo tenía en las manos, me creía ese rey y en mi mente crecían las aventuras en cuestión de minutos.

Un día me despertaron un par de ciervos que estaban lamiendo mi rostro. Sus lenguas me hacían cosquillas en las mejillas y no tenía más remedio que despertarme. Entonces me enfundaba mi traje de explorador y me disponía a buscar tesoros. Aquellos rincones eran casi mágicos. En ocasiones tenía que lidiar con algunos animales realmente fieros, pero usaba mi espada de rey para combatir sus ataques… zaaggg… zarandeaba la espada hasta asustarlos y conseguía que se fueran, eso sí, furiosos y creo que con la intención de volver en otro momento. Una vez encontré unas crías de ardilla atrapadas en un arbusto a las que ayudaba salvándoles la vida, mientras de reojo sus mamas me miraban sin hacer ningún ruido. Hasta que sus crías salían airosas y se les oía una especie de gemido como agradeciéndome la labor. Un día era casi de noche y escuché un graznido que me hizo estremecer. Me asusté y tome cobijo entre unos matorrales que tenía cerca de mí. Permanecía allí varios minutos, en todo ese tiempo no volví a escuchar nada. Salí de mi escondite y seguí andando pero algo más alerta, como más pendiente de todo lo que podría suceder allí. De nuevo escuché aquel sonido, pero esta vez no me escondí, si no que aguanté la respiración y me fui acercando a la zona de donde provenía. Oportunamente había llegado a una zona donde se encontraban una gran manada de elefantes. Había varios grupos, pero en un rincón más apartado, se encontraba un elefante hembra dando a luz, fue algo espectacular.  En el momento en que ya había salido la cría, se formó una tormenta y en menos de un segundo se puso a llover como nunca había visto antes. No sabía qué hacer, ayudar a esa cría sería mi perdición, pero dejarla a la intemperie no me lo perdonaría jamás. Se me ocurrió una idea y me puse manos a la obra. Cogí una gran hacha y corté cuatro árboles con la intención de que cayeran encima de donde estaba la elefante y su cría, así se quedarían medio sujetos con los árboles que había allí, provocando un refugio improvisado para aquella familia de elefantes. Todo eso tenía que hacerlo lo más delicadamente posible para no asustares. Como es de esperar me salió bien, la verdad es que la imaginación me ayudó bastante.  

Había otro libro en el que me hacia piloto de carreras. Por supuesto siempre ganaba, aunque en alguna ocasión hacía por quedar en segundo lugar con la intención de mejorar para la siguiente carrera. Entonces era cuando ponía todos mis sentidos y ganaba el mayor trofeo de la historia. Tras ese triunfo me hacía famoso y ganaba mucho dinero, el cual utilizaba para formar una academia de jóvenes pilotos con la intención de enseñar los valores principales de la vida. Enseñaba a los pequeños que la vida es ya una carrera y que solo teníamos que saber conducir nuestras vidas por ella. La humanidad era la principal herramienta para solucionar cualquier avería y poder seguir luchando por alcanzar la meta deseada. Era apasionante imaginar la cara de aquellos chicos disfrutando en sus coches mientras aprendían que era la vida y como disfrutarla cada día.
Alguna vez me tocaba sellar cuadernos le matemáticas. Estos los sellaba como control de que los chicos habían hecho sus tareas. También entre los números de esos cuadernos me evadía para hacerme investigador matemático y poder solucionar problemas económicos del mundo. Me imaginaba haciendo miles de cuentas y resolviendo cientos de problemas cada hora, con la intención de poder resolver el hambre en los países más necesitados y recortar de los presupuestos para fines no sociales una pequeña parte, que se hacía grande, cuando se utilizaba para prestar atención médica básica a todas las personas necesitadas y hacer mágico cualquier instante de vida. En ese momento me sentía el hombre más feliz de la tierra. A veces, el sello lo plasmaba en mi corbata de lo entusiasmado que estaba con todo aquello. De hecho tenía más de un sello en varias de ellas.

Me encantaba soñar, me divertía pensar que se podían arreglar muchas cosas con más voluntad que avaricia. También sería posible hacerlo con más humanidad y menos arrogancia, con más tesón y menos dejadez. Con más paciencia que urgencia, con más ganas que desgana. Creo que las cosas son como son porque nosotros hacemos que así sean. Si algo no funciona, tendríamos que buscar solución, no recambio.

Creo que seguiré soñando con cada sello que estampe o con cada momento en el que me pueda permitir hacerlo.

                                                                                                

Loren lome