Lectura de Elena

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jueves, 23 de julio de 2015

Ser Los Jomes... "la conclusión final"

Se trataba de descubrir la desaparición de la señorita Kiqui. Era una doncella joven, pero de las de confianza de la Señora. Tenía 26 años, era huérfana y de ahí que viviera y trabajara con la Señora. Estudiaba filología inglesa y estaba en su último curso. Sus notas eran excelentes y tenía intención de irse a trabajar a Suiza al finalizar la carrera.

Tal y como dijo la Señora, salí del súper salón sin que nadie me acompañara a la puerta de salida. Ni siquiera el mayordomo. Ya me temía lo peor cuando le vi. Aguardaba a un lado de la puerta principal a que yo llegara. Su rostro no era muy agradable, parecía que todo le molestaba, pero como era detective y tenía órdenes de la Señora para investigar, me paré frente a él y le hice unas preguntas. El enorme mayordomo ni parpadeaba. Eran casi dos metros de tío por unos 70 cm de ancho. Y estaba inmóvil como un maniquí en un escaparate de lujo.

¿Dónde se encontraba usted hace dos días entre las 18.30 horas y las 20.30 horas? El tipo seguía tan quieto que no se hubiese movido ni con un buen bofetón. ¿Conocía bien a la señorita Kiqui? Seguía imbécil…digo inmóvil. ¿Tenía algún motivo para matar a la señorita Kiqui? Parecía que ni respirara… el cabrón.

El puto mayordomo seguía tieso como una caña de bambú. De hecho, parecía que la tenía metida por el culo y hasta el cerebro… (Conexión total).

Pero eso no me desesperó y mantuve la calma, le pedí el sobre de parte de la Señora. Soy Ser Los Jones, le solté al mendrugo grandullón. Ahí sí que movió mínimamente el brazo zurdo. Cogí el sobre con mi zuda, para así poder darle mi diestra y despedirse de él. Quería probar si reaccionaba con su derecha para el saludo. Supuse que me daría la izquierda. Pero no, no directamente. En primer lugar reaccionó haciendo un leve intento con su derecha, pero finalmente alargó su zurda. La reacción que tuvo con su diestra me dio mucho que pensar.
Salí de allí con la certeza de quien era el asesino de la señorita Kiqui. Sólo tenía que demostrarlo.
Me acerqué a una cabina y llamé a mi secretaria para que me buscara información sobre como autolesionar un brazo o parte de él. Una vez le hube dejado el encargo, me fui dando un paseo rodeando la parcela de la casa de la Señora. Apuntaba algunos detalles que me parecían no tener mucha importancia, esos son los que más nos cuestan de recordar. La parcela era bastante grande, y teniendo en cuenta la gran sala de estar, la proporción era normal. Una cosa que no apunté, pero que seguro no se me olvidaría, era con qué lindaba aquella casa tan enorme. Con nada. No había nada a menos de unos 50 metros. Ni tan sólo una boca contra incendios. Algo que sí apunté fueron el número de puertas que me fui encontrando desde que inicié el paseo, hasta que lo terminé en el mismo lugar de inicio. 13 accesos en total. No todos eran puertas normales, pero por cualquiera de ellas podía acceder una persona de grandes dimensiones.

Me desperté con la misma alegría que lo hacía cada día. La única diferencia era que nada más abrir los ojos, me vino a la cabeza la señorita Kiqui. Me preguntaba que habría hecho para que alguien la asesinara. O peor aún, que habría visto u oído. La Señora estaba convencida de que había desaparecido. Como si la hubiesen raptado. Precisamente la Señora era la que corría con los gastos de sus estudios. Pero yo estaba seguro de que la habían asesinado. Por eso esa misma mañana me fui la universidad donde la señorita Kiqui estudiaba. Cuando llegué la mayoría de clases habían empezado y me fue difícil acceder para pedir información. No tuve más remedio que enseñar mi identificación al conserje. Mientras esperaba a una profesoras, que además era la jefa de estudios, pude hacer alguna pregunta por ahí. Pegui, una estudiante de magisterio que al parecer había quedado alguna vez con Kiqui para desayunar, respondió a mis dos preguntas sin dudar.

1- ¿Se sentía a gusto en clase y con sus amigos? Pegui contestó un sí rotundo.

2- Cuándo se terminaban las clases y tenía que irse a casa, ¿se ponía triste? Y como bien suponía Pegui contestó con otro sí igual de rotundo, pero mucho más triste.

Le di las gracias, porque vi venir a la profesora de la señorita Kiqui y no quería hacerla esperar. Me saludó de forma un tanto descortés, mientras pronunció su nombre. Romina Quizji. A pesar de su mal talante me presenté. Soy Ser Los Jomes, investigador privado y llevo el caso del asesinato de la señorita Kiqui. Romina me miró de forma chistosa y masculló. ¿Me dijo el conserje que investiga su desaparición? suspiré lentamente y contesté. Perdone Sra. Romina, pero yo no le dije por qué estaba aquí al conserje. Simplemente le dije que quería hablar con usted.

Acto seguido le pregunte. ¿Conocía bien a la señorita kiqui? Romina asintió varias veces con la cabeza levemente. ¿Sabe si tenía algún problema a la hora de guardar secretos? La profesora un tanto confundida por la pregunta, dijo… pues no lo sé, no teníamos tanta confianza. Entonces saqué mi libreta, removí algunas hojas y miré un par de apuntes. Y pregunté. ¿Usted le daba clases particulares a la señorita Kiqui? No, contestó con fuerza. ¿Sabe dónde vivía la señorita kiqui? Respondió igual de fuerte. No. Está bien Sra. Romina, ya no la molesto más. Y sin despedirse dio media vuelta y se perdió por el pasillo.

Cuando salí del edificio, vi al conserje que estaba haciendo arreglos en el jardín. Me acerqué, le di los buenos días e hice un comentario para ver su reacción. – buena chica la señorita Kiqui. La verdad es que era una muy buena estudiante. El conserje dejó de lo que estaba haciendo, me miró y dijo… pues sí una lástima que no esté entre nosotros. Me dijo el jardinero de la Señora, el colega de la señorita Kiqui, que se iba a marchar a Suiza. Le di los buenos días y me marché directo a casa de la Señora.
Llamé de forma apresurada al timbre de la gran casa. No es que tuviera prisa para identificar al asesino, aunque sí había avisado a la policía local. Llamaba enérgicamente porque quería que todo el mundo que hubiera en la casa estuviera al tanto de que algo pasaba. 

La puerta se abrió y una sombra enorme me cubrió por completo. Era el mayordomo. Simplemente se apartó haciendo sitio para que pudiera pasar. Le dije que necesitaba ver a todo el servicio y también a la Señora. Por fin escuché la voz del gigante. ¿Quiere ver a la Señora mientras voy avisando al personal? Me pareció bien, teniendo en cuenta que eso llevaría unos minutos. Accedí al gran salón. Esta vez con mucho cuidado de que mis flatulencias no se abrieran paso porque sí. Me senté en un sillón, no quería tocar nada. En un minuto exacto apareció la Señora. Me levanté, saludé y me mantuve de pie. Ella insistió en que me sentara. Decliné su invitación y me anticipe a pedirle mis honorarios. Tengo el caso resuelto. Mis honorarios ascienden a 1800 libras, gastos incluidos. La Señora, incrédula del todo dijo, eso es un abuso.

Permanecí inmóvil, más o menos como el mayordomo. La Señora llamó al susodicho, le susurró algo (supongo que la cantidad) y se alejó. Un detalle que antes no había visto de la Señora, era que esta vez se presentó con un bastón de apoyo, y parecía una talla algo grande para su estatura. En dos minutos apareció el mayordomo con un abultado sobre. Lo entregó directamente a las manos de la Señora y antes de irse, me dijo que ya tenía todo el personal a punto. Agradecí su aviso con un gesto. A la Señora no pareció hacerle gracia alguna, repitiendo varias veces mientras me dirigía a la puerta,…porque no me avisó de esto con tiempo… Tomé el sobre de sus manos, paré, la miré y contesté. Perdóneme Señora, pero como insistió en que lo resolviera cuanto antes, pues eso…. Si hace el favor de acompañarme fuera. Me interesa que escuche las preguntas que voy a hacer.

Salí del salón lentamente, mientras se escuchaban los pasos de la Señora, y un pequeño golpe en el suelo por cada dos pasos. 
En total había 6 personas de servicio, contando el mayordomo, y por supuesto faltaba la señorita Kiqui. La Señora se sentó en un butacón preparado para la ocasión, que cuando entré no estaba allí. La cuestión era que si el mayordomo no podía mover un brazo, ¿Quién lo puso ahí? El sonido del teléfono interrumpió mi pensar. Y una voz suave me anunció que era para mí. Atendí la llamada sin más. Apenas dije nada, salvo un gracias.

Me dirigí a todas las personas que estaban allí con una pregunta. ¿Alguien conoce al conserje de la universidad? Se levantó un brazo fuerte y musculado, el del jardinero. ¿Y a la Sra. Romina? La señorita Mery levantó su bracito derecho. ¿Alguien sabe en qué gastaba el sueldo la señorita Kiqui? Sólo la Señora contestó que sí. ¿Quién de ustedes presta servicio 24 horas? Hubo 2 personas que levantaron sus brazos. Me aseguré de que la Señora estuviese al tanto e hice salir de la casa a las 2 últimas personas que levantaron su brazo, al jardinero y a la  señorita Mery. Eso descartaba directamente a 4 personas del servicio. Era como un juego de descarte, me encantaba. Quedaba el mayordomo, la señorita Rita y la Señora. Rita no hubo levantado su brazo ni se había pronunciado en nada. Me acerqué a ella y le pregunté por su nombre completo. Contestó, Rita Git Salomm. Mandé al mayordomo quitarse la americana. Este permaneció inmóvil... pero una mirada feroz de la Señora hizo magia. Le costó deshacerse de la chaqueta, sobre todo cuando tuvo que sacar su brazo derecho de ella. Le mandé que hiciera lo mismo con la camisa. Esta vez fue él quien miró a la Señora… tras el esfuerzo y signos de dolor, su brazo diestro quedó el descubierto. Pero una venda cubría su antebrazo. Sin decir nada se la quitó sin dejar de mirar a la Señora. Mientras tanto Rira observaba atónita aquella situación.

Los 3 frente a mí, me miraban con los nervios a flor de piel. Di dos pasos atrás y anuncié mi conclusión final.

Como bien dije al llegar, el asesino de la señorita Kiqui estaba en esta casa. Ahora añado que hay un cómplice. Habrán visto que hice marchar al jardinero. A pesar de su corpulencia, no asesinó a la joven Kiqui. Dijo conocer al conseeje, pero de coincidir en el garden. De haberlo hecho no hubiera necesitado cómplice alguno. La señorita Mery, es evidente que con sus bracitos no podría ayudar casi en nada. De hecho tengo entendido que su labor es sacar el polvo de la casa y estar al tanto del correo. Y conoce a la Sra. Romina porque en alguna ocasión visitó esta casa. La Señora masculló enérgicamente. Yo seguí con los descartes. Es evidente que las dos personas que están aquí 24 horas no la mataron, estuvieron preparando la cena y sirviendo.

Las marcas que tiene el mayordomo son recientes, yo diría que de hace unos días. Y tienen mucho que ver con el asesinato de la señorita Kiqui. Concretamente con 4 marcas horizontales, con respecto al suelo, que se pueden producir cuando alguien extiende el brazo, para protegerse de un ataque con algún tipo de bastón grande. Seguí antes que me interrumpiera la Señora…

Usted, Rita Salomm Git es hija de la Sra. Romina Quizji Salomm, y es la persona que le pasaba información de lo que ocurría en la casa. En cuanto a que hacía con su sueldo la señorita Kiqui, es evidente que no era pagar sus estudios, los ahoraba para cumplir su sueño. Miré a la Señora y le pregunté el por qué le pagaba los estudios. Sólo contestó que era buena chica y le caía bien, eso era todo. La dejé por un segundo y me dirigí al mayordomo. ¿Sabía dónde quería ir Kiqui cuando sacara su carrera? El mayordomo me dijo que a Suiza. Seguí preguntando… ¿usted tenía intención de irse con ella? Agachó la cabeza unos segundos, la subió hasta que no pudo más, como mirando al cielo, y contestó, sí. La Señora empezó a agitarse, pero no me iba a ablandar con su malestar repentino. De hecho abrí la puerta de la entrada, hice un gesto para que la policía entrara y llevara a cabo la detención.
Me acerqué al mayordomo y le tendí mi mano izquierda para agradecerle su sinceridad. Recomendé a un agente que le visitara un médico.
En cuanto a la señorita Rita Git Salomm, tenía un motivo importante para matar a la joven Kiqui. Y no lo va a explicar ahora mismo.
Y así empezó: La señorita Kiqui vió y escuchó cosas que no debería haber visto ni oído. Coincidiendo con las visitas que hacía la Sra. Romina, mi madre, a casa de la Señora con el pretexto de darme clases, Romina se veía con Señora en una habitación que normalmente estaba vacía. Allí las dos se quedaban en ropa interior y una a otra se fustigaba, insultaba y tenían sexo duro, muy duro. Rita abrió la puerta de aquella habitación, en teoría vacía, para limpiar un poco. Vio y escuchó lo que no debía, cerró enseguida y se fue a la siguiente estancia. Entonces yo se lo comenté a la señora en cuanto mi madre salió de la casa. La señora me ordenó matar a la señorita Kiqui cuanto antes. Al día siguiente la joven Kiqui llegó a la casa pocos minutos después que mi mamá se marchara. Entró por la puerta a las 17.50 horas, habló unos minutos con el mayordomo y subió a su habitación para cambiarse. Entonces fue a hacer su ronde diaria por las habitaciones. Por todas. Yo la esperaba en la estancia del ala este. La habitación más oscura, alargada y alejada del resto de estancias. En ese momento de espera, entró el mayordomo y le aticé varias veces. Él puso su brazo derecho para defenderse. Creí que era Kiqui. Pero al escuchar ruido entró para ver que ocurría y le di en la cabeza el golpe de gracia, el que la mató en el acto.
El mayordomo no podía hablar, estaba sin papeles y la Señora le amenazó con denunciarle.
Ahí terminó la esplicación de Rita.

Los agentes se acercaron a la Señora, le ayudaron a levantarse del butacón y se la llevaron. Cuando pasó por mi lado me dijo… si sé que me iba pillar no le pago. Otro agente acompañó a la señorita Rita hasta un coche patrulla.
La Sra. Romina no era culpable. Fustigarse y tener sexo, aunque sea duro, si es consentido no es delito. 

Sólo me quedó una duda… quien puso el butacón en el hall.


Lorenzo López