Lectura de Elena

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jueves, 2 de agosto de 2018

La bolsa roja – (final)

Mi móvil me avisó de que había recibido un mensaje nuevo. Me aparté de donde estaba la abuela y lo miré. Martín me hacía saber que había conseguido cita con el Juez Martínez, pero que tenía que ser en media hora o si no, dentro de dos semanas. Le dije que me espera allí mismo que iba enseguida. Apenas me despedí de la anciana, sólo le dije que volvería pronto.

A todo lo que daban mis piernas, caminaba en dirección al juzgado para charlar con el Juez Martínez. No era fácil quedar con él, y de hecho me extrañaba que hubiera accedido sin insistir. Mis pulmones trabajaban a toda máquina y en mis piernas notaba los latidos de mi corazón que también iba rápido. Me crucé con dos conocidos, que desde luego saludé con la mano, no podía terciar palabra.

Cuando estaba cerca del juzgado, aminoré la marcha y miré la hora, habían pasado 23 minutos desde que me llamo Martín. Así que me senté en un banco de la plaza que había frente a la entrada. Necesitaba descasar y retomar mi pulso, no quería entrar ante el Juez jadeando como una perra.

Ya recompuesta subí las escaleras a falta de un par de minutos para la cita, Martín estaba arriba esperando. Pasamos juntos a la sala de espera, nos tenían que avisar para entrar. Mientras esperábamos, le pedí la libreta a mi ayudante y le anoté tres preguntas para que hiciera durante la entrevista. Al lado de cada pregunta una nota de cuando debía preguntar.  Se trataba de un bis a bis para contrastar la información de la pruebas y determinar una fecha para el juicio. Daniel era un pobre desgraciado y tenía todos los números para ser el culpable de lo que fuera que le hubiera pasado al secretario. Quería que Martín hiciera esas preguntas anotándolas en una hoja de su libreta y poniéndola encima de la mesa a la vista del Juez. Se trataba de actuar como si fuera un novatillo ansioso por aprender, a la vez que inofensivo. La operación de garganta de Martín era la excusa perfecta para hacerlo así. Necesitaba poner nervioso al Juez Martínez para comprobar su aguante.

Martín se lo miró fijamente hasta que por fin nos llamaron para hacernos pasar al despacho del Juez Martínez. Este nos ofreció asiento en un par de butacas de piel marrón. Martin se puso a mi derecha con la libreta encima de sus piernas cruzadas. Yo dejé el bolso sujeto en uno de los brazos de la butaca y saqué mi bloc y un bolígrafo. El Juez de momento se mantenía al margen e iba haciendo sus cosas. Aquel despacho parecía un pequeño museo. Se podía saber más o menos su trayectoria por la cantidad de cuadros con diplomas que había colgados en las paredes. También tenía trofeos de los bolos, de billar y también uno de tenis.

Martínez removía papales de un lado a otro como para darnos tiempo a que nos preparáramos. Mi ayudante y yo estábamos listos hacía rato, pero nos gustaba observar los detalles, así le había enseñado a Martín. Para llamar su atención dejé el bolígrafo encima de la mesa haciendo un poco de ruido. No se alteró ni lo más mínimo, terminó de cerrar una carpeta y tras suspirar levantó la cabeza mirando primero a Martín y luego a mí preguntando si empezábamos. Lo primero que hice fue decirle al Juez que mi ayudante no podía hablar por una reciente operación de garganta. Pareció no importarle, porque ni tan sólo le miró.

Hice un gesto como de prestar atención. Ese gesto era la señal para que Martín lanzara su primera pregunta. Carraspeó un poco y se levantó del sillón mientras arrancaba la hoja de su libreta donde tenía anotada la primera pregunta. Martínez la cogió y la leyó. Decía así. ¿Con qué frecuencia quedaban usted y el secretario Ignacio fuera de los juzgados? Martínez desvió su mirada hacia Martín. Interrumpí disculpándome para llamar la atención del Juez. Acto seguido le pedí que me explicara un poco la trayectoria del secretario desde que empezó a trabajar con él.

Martínez se frotó la barbilla y empezó contándome que había sido una buena persona y que empezó a echarlo de menos nada más saber que había muerto. Antes de que abriera la boca, rectificó, y dijo, desaparecido. Mi boca se abrió y le pregunté por qué hablada en pasado, como si supiera que no iba a volver. Martínez con el semblante más serio que cuando entramos, dijo que de momento no había ningún indicio, ni de desaparición ni de muerte. La verdad era que no estaba claro, de ahí que fuera presuntamente muerto o desaparecido. Aunque él hubo nombrado que había muerto y rectificó por desaparecido, me estaba haciendo dudar. No estaba segura si el Juez nos ocultaba información y por qué. Martínez seguía hablando del secretario lentamente, sin ganas, como si quisiera despistarnos.

Pero hubo un momento que la conversación se puso interesante cuando Martínez dijo que tres días a la semana quedaba con el secretario fuera del trabajo. Eso respondía la pregunta de Martín. Mis oídos y creo que los de mi ayudante se abrieron de par en par. El Juez siguió explicando. Parece ser que el Ignacio acompañaba al Juez a una Clínica. Allí Martínez se hacía un tratamiento de quimioterapia para su cáncer. No tenía ni idea de que el Juez Martínez tuviera cáncer. Pero no quise interrumpir y seguí escuchando.

Explicaba que un día un amigo del secretario, un tipo grande, panchón y de estatura media, les envistió con su coche por detrás cuando iban a la Clínica. Al parecer aquel amigo no tenía seguro del vehículo en vigor y lo pidió a Ignacio que ya lo arreglarían entre ellos. Ignacio aceptó y cada uno siguió su camino. A todo esto, Martín iba anotando mientras Martínez hablaba.

La historia continuaba al día siguiente, cuando al parecer una chica fue a los juzgados buscando al señor Ignacio para entregarle una bolsa roja. Al escuchar la bolsa roja, mis ojos se abrieron más que mis oídos y el rostro seguramente anunciaba mi sorpresa por ello. Y así fue. Martínez me preguntó si me encontraba bien. Le deje que sí, que sólo eran gases. Fue la primera vez desde que entramos que le vi una sonrisa, muy leve eso sí.

Tenía ganas de mirar a Martín, cuando de pronto un dedo tocó mi pierna derecha. Ese dedo se fue deslizando de arriba a abajo y de izquierda a derecha. Estaba alucinando, Martín me estaba metiendo mano delante del Juez. Mis ojos se entornaron un poco hasta que un movimiento se repitió varias veces, tantas, que al final entendí que no me metía mano, si no que me estaba diciendo algo. Aquel vaivén de movimientos formaba la palabra miente.

No sabía a qué se refería Martín exactamente, pero seguro que algo había detectado. Yo seguí prestando atención a lo que decía Martínez. Porque parece ser que la chica entró en el despacho de Ignacio i salió en un par de minutos con las manos vacías. Unos diez minutos después de irse la chica, Ignacio abandonó su despacho llevando consigo la bolsa roja.

El Juez Martínez pareció como si se hubiese cansado de hablar de repente y miró su reloj. Entonces extendió su mano en la que me paso un par de hojas que rubricó en ese instante. Era la citación donde ponía que al día siguiente a las 14 horas, se celebraría el juicio contra Daniel por la desaparición del señor secretario.

Martínez parecía tener claro, que Daniel era el culpable. A Martín y a una servidora no tanto.

Salimos del despacho sin mediar palabra. Martín tenía las mismas ganas de decirme en que mentía el Juez, como yo de saberlo. Ya en la calle, mi ayudante me pasó su libreta, donde pude leer… no sé en qué, pero estoy seguro que el Juez Martínez miente.

 Se me ocurrió pensar que la bolsa roja que había en la casa de la abuela, la casera del secretario, podría ser la que aquella chica misteriosa entregó a Ignacio. Así que le hice saber a Martín la intención de ir a visitar a la anciana y que me acompañara. De camino pasamos por una zapatería para conseguir una bolsa y una caja de zapatos vacía. Cerca ya de la casa de la abuela, le dije a Martín que me siguiera la corriente e hiciera como si le interesara alquilar una habitación por esa zona. Llamé al timbre cuatro veces seguidas, como de costumbre. Escuché un grito basto que me hizo estremecer y preguntar si pasaba algo. Era la abuela que se cabreó porque había llamado tantas veces seguidas. Madre mía… Pensé en decirle unas frescas, pero respiré y sonreí mirando a la anciana. Ésta refunfuñaba y de todo lo que decía sólo entendí una palabra. Pesada.

Cuando nos abrió le presenté a Martín como Antonio y le dije que había pensado que como no tenía inquilino, quizá podría alquilarle la habitación del secretario. La casera se rascó la cabeza durante unos segundos y contestó que había condiciones que tenía que cumplir. Antonio asintió y me indicó con gestos si podía ver la casa. Yo le hice saber a la anciana la intención de Antonio. Aquella mujer era bárbara, sólo se le ocurrió decir que la siguiéramos. Pero bueno, al final era lo que queríamos, poder colarnos en su casa para coger la bolsa roja.

Nos vino bien que la habitación que supuestamente Antonio iba a alquilar, estuviera en la segunda planta, ya que el lavabo también estaba allí. Mientras ellos entraron en la habitación yo me colé en el baño y entorné la puerta. Saqué de la bolsa la caja de zapatos y metí la bolsa roja dentro de la caja y ésta dentro de la bolsa de la zapatería. Salí del baño y me acerqué a lado de la ventana, como esperando a que terminaran de ver la habitación. La anciana no pareció extrañarse de no haber ido con ellos. Martín me hizo un gesto para irnos y tras saludar a la anciana, que se quedó allí mismo, fuimos bajando. Al pasar por delante del mueble donde estaban las llaves y la libreta con el número y sin pensarlo, abrí el cajón y metí la mano hasta el fondo, cogiendo las llaves. Cerré mientras Martín me estiraba la manga de la chaqueta y seguimos hacia la mierda de escaleras en pendiente que nos separaban de la calle.

Nos miramos dos veces mientras nuestros pensamientos seguramente coincidían. Nos íbamos a mi casa.

Unos metros antes de entrar en el portal de mi casa, me vino una sensación muy extraña. Empecé a recordar casi todo lo que hice la noche anterior…

Caminaba hacia mi casa cogida del brazo de un hombre. Llevaba mi bolso en mi mano derecha. En la otra mano sujetaba una bolsa de plástico. Instintivamente subimos a casa, abrí la puerta y entramos. Dejé el bolso en un colgador y solté la bolsa en el suelo. Martín cogió la caja de zapatos y sacó la bolsa roja de su interior. Me llamó para ver su contenido. Cuando la palpé por primera vez, no me pareció que fuera ropa. Pero había una toalla, y esta envolvía unos papeles. Eran fotografías y un manuscrito en el que destacaba la petición de una cantidad de dinero y sobre todo a quien iba dirigida.

La resolución del caso fue así…

Daniel quiso vengarse del secretario por cómo le trato en un juicio y casi lo consiguió. Al parecer le había estado siguiendo durante muchos días hasta conseguir su propósito. Hacerle unas fotos cuando se encontraba con su amante. Pero el amante era alguien especial. El señor Juez Martínez. Que aprovechaba sus salidas a la clínica y quedar con Ignacio para acostarse. Daniel los pilló y al parecer les pidió una buena cantidad de dinero. El Juez Martínez con intención de preservar su posición, le dio el dinero a Ignacio para que pagara a Daniel.

La chica misteriosa sólo era una fulana pagada por Ignacio, para conseguir las pruebas y poder dejar a Daniel sin defensa.

Pero lo mejor de todo fue que el número de la libreta, no era un teléfono, correspondía a la parte principal de los dígitos de un número de vuelo a Argentina. Las llaves eran una copia de una taquilla del aeropuerto. En esa taquilla Ignacio recibió el dinero del Juez Martínez, que por supuesto, estaba vacía. Todo esto preparado por el señor secretario tras enterarse del chantaje. La venganza de Daniel fue la puerta de escape del secretario. Se quedó con la suma de dinero que Martínez le dio para pagar el silencio de Daniel y desapareció…

El comisario recibió todas las pruebas, incluidas las fotos. El caso estaba resuelto.
-A Daniel se le acusó de espiar a un cargo de la justicia y de chantaje.
-Al Juez Martínez no se le acusó de nada, pero su relación con Ignacio desmoronó su matrimonio y pidió el traslado a otro distrito.
-El señor Ignacio sigue desaparecido.



FIN


Lorenzo López