Lectura de Elena

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jueves, 23 de agosto de 2018

El gato turista. (1ªparte)

El coche se alejó rápidamente de la zona boscosa, lentamente el sonido del motor se desvanecía.  Me sentía asustado y al abrir los ojos me sentí en un lugar desconocido, siempre había estado en casa de la que consideraba mi familia. Intuí que me habían abandonado.

Soy un gato y mi nombre es Dino.

He sido criado entre caricias y comida envasada especial para gatos. No entendía por qué el señor de la casa, Andrés, me había dejado allí. Empecé a hacer memoria con la intención de recordar si había hecho algo malo. La verdad es que era un buen gato (y no porque lo digo yo) si no porque llevaba con esa familia más de 4 años y jamás me habían reñido por hacer o estar donde no debía. Allí, en la casa, tenía un lugar para mí en la cocina, un almohadón grande donde descansaba y una caja donde hacía mis necesidades y, por cierto, nunca lo hice fuera de ella.

Empecé a caminar lentamente por la zona para investigar. No tenía ni idea de dónde ir.  Empezaba a anochecer y la verdad era que me estaba asustando, aquel lugar era de una vegetación espesa y unos sonidos nuevos para mí, que me hacían perder la concentración. No había comido desde el desayuno y tenía hambre, pero no sabía cómo hacer para encontrar algo para comer. Andaba despacio y sigiloso para poder atender bien a aquellos sonidos que me tenían intrigado. En ese momento cerca de mí pasaba una especie de bicho que no había visto nunca y empecé a jugar con él. Aquel bicho no parecía asustarse, incluso pensé en comérmelo pero era incapaz de matarlo, así que lo dejé y seguí andando.

Tras no sé cuantos pasos observé un ratoncillo diminuto que roía una especie de castaña o algo parecido. Me acerqué muy despacito hasta estar casi encima, pero aquel mini ratón parecía acostumbrado a que se le acercaran. Di un paso más y otro tras una pequeña pausa, y lo atrapé con mi pata diestra (que es la buena) y escuché un graznido débil y corto. Tenía hambre, pero no sabía qué hacer, si comérmelo o dejar que se fuera. Al final me lo llevé a la boca y lo mordisqueé unas cuantas veces hasta que dejó de moverse, continué masticando hasta que me lo tragué. La verdad es que no estaba mal y tenía que acostumbrarme ya que no sabía el tiempo que tenía que estar por allí. Seguí paso a paso hasta que encontré un claro en el que creí que si me asomaba, podría orientarme. Al llegar y asomar mi cabeza por ese claro que dejaban la plantas me di cuenta que aquel bosque seguía tras una pequeña pendiente. Me senté pensando qué podía hacer, casi era de noche y aquel lugar no me gustaba para dormir.  Era un lugar tenue y frío, yo me había acostumbrado a dormir cerca del fuego a tierra que había en la casa. Allí estaba muy bien y sentía el calor por todo mi cuerpo mientras me mantenía estirado a todo lo largo frente a él. Además, en toda la casa el ambiente era bastante cálido, gracias en su mayor parte a que la señora era muy friolera. Pero ahora me encontraba aquí, en un lugar desconocido, frío y además al anochecer se volvía tenebroso. La verdad es que me estaba poniendo algo nervioso y decidí pensar en otra cosa más agradable para combatir aquella situación. Entonces me tumbé encima de un puñado de hojas secas y cerré los ojos con la intención de pensar en algo mejor, pero siempre alerta. 

Entonces… recordé cuando un verano la familia me llevó con ellos de vacaciones, éramos turistas durante 15 días. En ocasiones me tenía que buscar un poco la vida cuando el señor Andrés, su mujer Susana y sus dos hijos, Pablo y María se iban a la playa. A mí me dejaban en el apartamento, que era planta baja, pero siempre estaban las ventanas abiertas. Una vez se coló un perro de un brinco mientras hacía mi siesta de media mañana, me dio un susto de muerte. Me desperté de repente y aterrado. Aquel perro se puso delante de mí y me sentí acorralado. Sólo se me ocurrió impulsarme y saltar por la ventana hacía la calle. Tuve suerte, ya que el perro no lo pudo hacer a la primera. No sabía el tiempo que tardaría en salir y si saldría, pero yo por si las moscas me fui a dar un paseo. Entonces sí que era como el resto de turistas caminando por el paseo marítimo mientras el sol les tostaba la piel. De repente, dejé de recordar y me armé de valor. Ahora era un turista accidental en un lugar que no conocía. Me puse en marcha bajando aquella pendiente hasta llegar a la parte llana. Una cosa estaba clara, no debía perder la calma y ante todo mantenerme alerta. Eché un vistazo a derecha e izquierda y seguí un poco más hacia el frente. Escuché unos sonidos que venían por encima de mí, miré a lo alto y vi un par de ardillas que se metían en un agujero redondo del árbol a unos metros del suelo. Eso me hizo pensar que quizá era una buena opción para pasar la noche, así que me emparré al siguiente árbol. Allí me acurruqué en una de las ramas anchas de las varias que tenía a mi disposición, ya que en este árbol no había agujero para meterme.  Pasé la noche, que fue una de las más largas de toda mi vida, quizá fue larga porque había pasado frío, pero sin más inconvenientes que algunos de los ruidos constantes durante todo el día. Por lo demás no estuvo mal.