Lectura de Elena

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jueves, 10 de julio de 2014

El orador (1ª parte)

Tras andar las casi 80 millas desde San Juan hasta Chamico, el Orador entró en el pueblo. Ya era media tarde y quedaban pocas horas de sol. Vestía una sotana con capucha marrón oscuro con una cinta gruesa a la altura de la cintura del mismo color. Una bolsa de tela rustica colgaba en su hombro, en ella llevaba una cuerda no muy larga y una botella de agua vacía. En su mano derecha, un bastón hecho con alguna rama, extraordinariamente recto. Antes de nada necesitaba beber y llenar su botella de agua para poder continuar su camino. Cerca de donde se encontraba, había un establo, al lado del herrero del pueblo. 

Se dirigió directamente a él para pedirle agua. Aquel hombre le miró de arriba abajo y sin mediar palabra, movió su cabeza indicando que no le daba nada. El orador le agradeció la atención al herrero y dio media vuelta.
Caminó unos metros hasta estar frente a la primera casa que marcaba el inicio de la calle de aquel pueblo. Ya en la puerta llamó dos veces. Una señora fue la que abrió y ni tan sólo le preguntó si quería algo, cerró nada más verlo. El Orador se acercó a la siguiente casa y de nuevo llamó, pero en esta ocasión nadie le abrió. Miró a su alrededor y apenas había una decena de personas por la calle. Pero se dio cuenta que unos pasos más adelante, al otro lado de la calle, estaba la cantina. Cruzó y se dirigió hacia allí, entró. Se colocó a un lado de la barra y esperó. El cantinero le preguntó desde lejos que iba a tomar. El orador no contestó su pregunta quedándose inmóvil en el mismo sitio. Cuando se acercó el cantinero repitió la pregunta y el Orador le pidió un poco de agua, advirtiéndole que no tenía dinero para pagarle. El jefe de la cantina, le dijo que se marchará por donde había venido. Este le miraba mientras el Orador caminaba hacia la puerta. Justo antes de salir, un joven le dijo al Orador que no se fuera y, le pidió que le acompañara a la barra. El joven le dijo que bebiera hasta saciar su sed, que él pagaría la cuenta. El Orador sólo pidió agua. El propietario le trajo una jarra llena y un vaso. Empezó a beber, pero cuando la jarra estuvo por la mitad, sacó la botella de su bolsa y vació el resto del agua en ella. Tras pagar el agua, el joven acompañó al Orador fuera y le preguntó si quería descansar un poco, él le podía dejar un sitio para pasar la noche. Este le contestó que no se preocupara, que ya había hecho mucho por él ese día. El joven insistió y anduvieron hasta un pequeño cobertizo, propiedad de su padre, y le dio permiso para pasar las noches que le hicieran falta. El Orador le cogió la mano al joven, preguntó su nombre y le dijo que estaba en deuda con él. Nunca se olvidaría de la ayuda que le había dado.
Tras irse el joven, el Orador se acurrucó entre la paja con intención de dormir. A los pocos minutos el joven llegó con un plato de estofado y una hogaza de pan de medio kilo, envueltos con un trapo viejo. Lo dejó cerca de donde dormía el Orador y se marchó. 
Aún no había salido el sol y el Orador ya se había despertado. Vio el trapo que cubría la comida y sin levantarlo casi pudo adivinar que era. Lo primero que hizo fue arrodillarse y rezar sus oraciones. Cuando terminó, se dispuso a comer, sentándose en el mismo lugar donde había dormido. Apenas tardó 10 minutos en comerse el estofado, el pan se lo guardó para más tarde. Salió del cobertizo con la hogaza de pan en un gran bolsillo de su sotana y su bastón cogido con su mano derecha. Empezó a andar despacio mirando a su alrededor. Buscaba una capilla o iglesia para orar un poco más antes de continuar su camino. Mientras seguía caminando se le acercaron dos muchachos que empezaron a reírse, a estos se le sumaron tres más con la misma intención. 
Él seguía con su paso lento y su intención de orar antes de irse. Uno de los chicos se puso delante de él cortando su lento paso y empezó a provocarle con ademanes despectivos. El Orador dio un paso a su izquierda con la intención de seguir, pero el resto de chicos le rodearon. Entonces agarró con fuerza su bastón y le dijo al primero. Si puedes tumbarme usando todas tus fuerzas, haré todo lo que me pidas. Si no me vences, dejarás que me vaya tranquilamente. Te daré tres oportunidades. El joven le señaló el bastón y le insinuó que debía tirarlo. El Orador le contestó que él sólo usaría una mano, la que no portaba el bastón. El joven aceptó riéndose igual que hicieron sus amigos. El joven que retaba al Orador se separó un par de pasos hacia atrás y el resto de chicos hicieron lo mismo formando una especie de círculo a su alrededor. El Orador permaneció inmóvil a la espera de la reacción del chico. Entonces este se abalanzo por sorpresa. El Orador simplemente se apartó y el joven cayó al suelo. Se levantó rápidamente y volvió a ir contra el Orador, que de nuevo lo esquivó, cayendo el joven otra vez. El resto de chicos empezaron a animarle. El Orador le dijo que aún le quedaba una oportunidad para vencerle y le advirtió que sería mejor que se concentrara en lo estaba haciendo. El joven se enfureció y sacó una navaja con la que intimidó al Orador. Este ni tan siquiera se inmutó, permaneciendo inmóvil en el mismo sitio. El joven aguantó unos segundos como esperando un despiste de su adversario y culminó su último intento. El Orador con su mano izquierda, cogió al joven por la muñeca de la mano donde sostenía la navaja y, con un giro inverso a la dirección que llevaba el joven, lo tumbó sin más, quedándose el Orador la navaja en su mano. El joven quedó perplejo, seguía en el suelo dolorido de los tres tastarazos que se había llevado. Los otros chicos también asombrados, no pudieron reaccionar frente al acontecimiento que acababan de presenciar. Casi al unísono le preguntaron como lo había hecho. 

El Orador les dijo. -La rabia no hace al ser humano, sino que lo llena de cólera y sólo la pureza os salvará del encuentro con el mal-. Entonces dio dos pasos había atrás y al tiempo en que se giraba lanzó la navaja del joven que se clavó entre sus piernas, cerca de sus genitales.

Los chicos quedaron mudos y el Orador retomó su marcha. Con la cabeza gacha caminó a ritmo lento ya con intención de salir de aquel pueblo. Pero antes de abandonar Chamico una anciana caminaba por su diestra a la que detuvo para preguntarle si había alguna ermita, iglesia o capilla. La anciana le dijo que caminara con ella, ya que se dirigía a la única capilla en 150 millas a la redonda y estaba a unos minutos tras salir del pueblo. El Orador se puso cerca de la anciana pero a un par de pasos por detrás. Anduvieron poco más de veinte minutos. Cuando llegaron a la puerta de la capilla había un hombre arrodillado en el suelo, sin que nada amortiguara sus rodillas. Vestía ropajes rasgados y oscurecidos por la suciedad de varios semanas... Cuando la anciana cuando se disponía a entrar en la capilla, ese hombre le pidió una limosna, la anciana se la negó y entró sin más. El Orador se acercó al mendigo y le dijo que no tenía dinero. Sacó la hogaza de pan que había guardado y le dijo que si tenía hambre, estaba dispuesto a compartir su pan con él. Ese hombre asintió y el Orador lo partió por la mitad, entregándole una parte al mendigo. También le ofreció agua, el mendigo bebió sin respirar hasta que el Orador le dijo basta. Guardó la otra mitad del pan y accedió a la capilla. 
Mojó la punta de sus dedos en la pila del agua bendita que había cerca de la puerta. Miró hacia el frente mientras se santiguaba. Había una cruz hecha de madera sin ninguna imagen en ella. Encima de la mesa un cirio apagado casi en las últimas y unas flores secas, que llevarían meses allí. El silencio era casi absoluto. Se acercó un poco al altar y permaneció de pie, agachó la cabeza y empezó a orar. Una especie de ronquido como cuando te sorbes los mocos, interrumpía de vez en cuando al Orador. Era la anciana, cabizbaja y con los ojos cerrados, respiraba por la nariz medio tapada, eso era lo que provocaba el ruido semejante a los ronquidos. El orador la miró unos segundos y luego se volvió hacia el altar. La anciana levantó la cabeza y miró fijamente al orador mientras él no hizo más gesto que el de seguir con sus rezos. La anciana se levantó y fue hacia él. Le tocó en el brazo llamando la atención de este y le preguntó porque le había dado un trozo de su pan a aquel mendigo. El Orador hizo una pausa en lo que era su segunda oración y mirando a la anciana le contestó. -De momento no necesito todo el pan, esta mañana ya comí para todo el día-. La anciana le dijo que si le daba el resto del pan. El Orador se lo sacó del bolsillo e hizo dos partes casi iguales ofreciéndole una a la anciana. Esta le dijo que no estaba de acuerdo y replicó. Porque a ella le daba una cuarta parte de su pan y al mendigo una mitad. El Orador le contestó. -Perdone señora, pero le estoy dando lo mismo que al mendigo- -A él le di la mitad de lo que tenía, y ahora hago lo mismo con usted, le estoy dando la mitad de lo que tengo- La anciana cogió aquel trozo de pan y se fue sin darle las gracias y refunfuñando en voz baja. El Orador sonrió ligeramente y siguió con sus rezos durante una hora aproximadamente. Cuando salió de la capilla no había nadie, ni tan solo el mendigo. Estaba solo en aquel lugar y su intención de seguir se truncaba al no poder preguntar cómo dirigirse a Villa San Antonio. Miró al cielo un instante, luego se colocó la capucha de su atuendo y se puso a caminar hacia Villa San Antonio. Era como si del cielo le hubiesen susurrado hacia donde tenía que caminar. Aquel mendigo le había dejado con apenas unos sorbos de agua y le quedaba un gran camino por delante. 

miércoles, 9 de julio de 2014

15ª Crónica para Elena

Amiga Elena

Una semana más que ha pasado como si nada. El tiempo transcurre mientras la vida nos va regalando momentos. Mientras esos momentos se suceden, los recuerdos acumulan sensaciones que nos hacen, muchas veces... sonreír sin motivo aparente. 

Aunque mi felicidad no es completa, sí me llena saber que hay personas buenas que luchan cada día por otras personas que merecen ser escuchadas, atendidas o simplemente respetadas, 
Cada día se concibe diferente, pero la marca es la misma. Yo tengo los días contados como cualquier otra persona. No me da miedo morir... lo que me aterra de verdad, es vivir triste y sin ilusión...sufriendo. 

Sé que el lunes tienes una revisión...ya me contarás. Te deseo lo mejor. Haber si hayan una solución.   

Te quiere siempre...

Lorenzo López.