Para señalar, para llamar, para
apuntar, para limpiar, para dibujar, para indicar, para allá, para acá, para
ti, para mí, para él, para ellos, para chupar, para probar y comprobar, para
empujar, para apretar, para acariciar y hasta para pasar página.
Sin ir más lejos de lo que se
tarda en ir i volver, un dedo es un dedo. A este que se le pueden dar infinidad
de usos. Donde menos te pienses, puedes meter un dedo. Lo de meterlos en los
enchufes es para bebés, ya que los adultos buscan otro tipo de chispa. Con un
dedo somos capaces de dirigir a un grupo indeterminado de personas o animales,
haciendo que vayan donde queremos. Les indicamos el lugar de forma enérgica y
usando el nombre de Dios en vano, recordando algunos santos y familiares de los
mismos, es probable que se dirijan al lugar indicado. Con ayuda de ese mismo
dedo accionamos el cerrojo y luego sólo nos faltaría soplarle.
Ese dedo que usamos para buscar
monedas en nuestro bolsillo, en el monedero de la padrina o en los
parquímetros. El mismo que se cuela en la nariz. Parece que no sea posible,
pero entra, y lo mejor de todo es que encima es capaz de removerse buscando un
moco, que luego una vez consigue sacar, no sabe dónde dejarlo… por unos
instantes el dedo se convierte en lo más parecido a la barita de Harry Potter,
que sabemos que es nuestro pero no sabemos qué hacer con él.
Eso de meterlo en lugares que
debemos aun siendo avisados. Cuidado, recién pintado. Pues tenemos que tocar
con el dedo para comprobarlo. Y luego nos quejamos… joder pues era verdad. Muy
caliente, no tocar… ese dedo va hacia allí como si no hubiera mañana. Y acto
seguido nos lo llevamos a la boca. Lo chupamos, lo soplamos y lo miramos
maldiciendo lo mucho que quemaba. Y
cuando pone o nos dicen, “NO TOCAR”, que es lo primero que hacemos, tocar, coño
tocar. Miramos a derecha e izquierda y tocamos, porque eso va con nosotros,
como el dedo que también va y viene con nosotros.
Alguno recodará aquellos
caramelos perforamos por el centro, en los que intentábamos meter el dedo… eso
mismo, los “Chimos”. Tenían los agujeros pequeños, pero insistíamos a pesar de
todo. Además si no se podía con el de color rojo, lo probábamos con el verde, y
si no con el amarillo… Increíble pero cierto. Con los donuts es diferente, el
dedo nos entra de sobra, siempre y cuando no comamos demasiados.
Al llamar al timbre usamos el
dedo sordo. Que es aquel que aunque la persona que tiene que abrir la puerta
nos diga que ya viene, sigue apretando el pulsador del timbre. El indiscreto,
que es capaz de señalar a alguien del cual estás dando datos a otra persona.
Cuando estamos en lugares donde no podemos hablar o por lo contrario, que hay
más jaleo que en el sálvame, usamos el dedo para llamar a alguien. Hacemos esa
especie de semi-rotación hacia arriba con intención clara de que se acerque aquella
persona.
Cuando nos duele alguna parte del
cuerpo, tenemos el dedo que es capaz de averiguar cuál es exactamente la zona
que nos molesta. Y hasta el grado de intensidad del dolor. Si apretamos más,
nos duele más, y cuando dejamos de presionar el dolor disminuye. También somos
capaces de medir la “hartura”. La “hartura” es cuando alguien te tiene hasta
los cojones o un poco más… con el dedo medimos ese nivel, diciendo aquello de “me tienes hasta aquí, (señalando la parte de la sien)
Una cosa chula es cuando
encontramos un coche sucio. Je, je, je… ese dedo artista que improvisa una cara
sonriendo y anota la típica frase de “lávalo
guarro que no encoje” joder, lo bien que nos sentimos después de hacerlo. Yo
he visto gente que hasta firma al terminar. El mismo dedo que repasa las
monedas para pagar el pico de una cuenta. El mismo que repasa la carta de un
restaurante siguiendo los platos de arriba abajo, para elegir lo va a comer, y que
luego golpea dos o tres veces encima del precio del plato elegido como
alertando del precio.
El mismo dedo con el que
señalamos la mancha del prójimo para luego tocarle la nariz y reírnos. El mismo
con el que descolgamos o colgamos una llamada de teléfono, o con el que nos
aseguramos de firmar un documento poniéndolo encima de donde pone “firme aquí” después de preguntar. Cuando
decimos mira allí y nuestros ojos lo primero que ven es la punta del dedo…
luego ya buscan más allá.
Por supuesto está el dedo sexual.
Cuando de una boca salen piropos pobres la dulzura y ricos en bravura, la mano
se recoge, el dedo te hace la peineta y te manda a tomar por el culo.
Lorenzo López