Creo en cualquier noche de
pasión. Creo que cualquier noche puede ser una buena noche de pasión, mejor
dicho.
Porque no hacen falta condiciones
especiales, ni un porqué, ni siquiera tiene que ser un día señalado.
Simplemente un momento cualquiera. Un momento que ni tan sólo tiene que estar
escogido específicamente. Un momento que surge y que se disfruta.
Porque la ruta de tus piernas
empieza con el primer suspiro… un suspiro repentino, lleno de pasión contenida.
Repleto de emoción, de curiosidad, de incertidumbre, de morbo, de complicidad,
de secretos, que al fin y al cabo se suscitan entre nosotros. Un suspiro que
rebosa lo imaginable y se repite y se repite incontables veces mientras todo aquello
que no te podías imaginar va sucediendo sutilmente. Algo, llamémosle deseo, va
calando delicadamente bajo nuestras pieles de una forma irreverente y a la vez
extraordinaria. Tanto, que creo que casi nadie sería capaz de explicar ni
desmenuzando cada uno de los detalles que se sienten.
Mis manos, como si tuvieran permiso
ilimitado se acercan a tus piernas sigilosamente, y a pesar de que las intuyes,
tu piel se va erizando como si no lo supieras, mientras se acorta la distancia
entre ellas. Aguantas, sonríes, cierras los ojos y los abres de nuevo y
parpadeas sin dejar de sonreír. Es como si fuera la primera vez que se fueran a
tocar, a rozar, a palpar a sentir. Ambas primerizas, las dos acompañadas de la
timidez. Las dos con ganas de sentir a que sabe todo esto. Que se siente, como
se siente y hasta donde son capaces de llegar… sin ponerse límites.
Mis manos ya reposadas en los
muslos de tus piernas, rozan suavemente esa piel fina y suave que las envuelve
y las viste, y cada caricia es como un adorno que la eriza. Y mientras te
ruborizas, yo sigo haciendo como que sigo buscando aquello que sé dónde está,
pero que no quiero encontrar todavía. Y mis ojos se cierran para imaginarme el
camino que tú me marcas con cada espasmo repentino. Los tuyos se cierran para
sentir como mis dedos recorren la senda de tus espasmos. Que te llena de deseo
y me contagia… y la pasión nos domina.
Llego a la orilla de tus nalgas
templadas, suaves y delicadas donde me entretengo como si el tiempo se hubiera
detenido… y lentamente se suceden sensaciones, pequeños gestos, agudos y tímidos
gemidos y silencios… pausas. El tiempo no nos preocupa, tenemos todo el que
queramos dedicarnos. La pasión se hace esencia y la esencia se esparce entre
los dedos de mis manos y se cuela por los poros de tu piel. Casi no se aprecian
los movimientos de mis manos en tus piernas. Son como demasiado lentos, pero
excelentes para tus sentidos. Es como si quisiera acariciar cada milímetro de tu
piel por separado y estarme en cada uno de ellos toda una vida. Mientras tanto
tus sentidos se mezclan entre sí y se contagian de todo ese fulgor que desprende
tu sonrisa de placer absoluto e incierto, inesperado, nuevo a cada instante.
Tus rodillas me entretienen menos
de lo que yo quisiera… y mis manos se deslizan lenta y suavemente hasta llegar
a tus pies, que se retraen con cada caricia inesperada, pero se vuelven a
ofrecer, y nuevamente se retraen… y se vuelven a ofrecer de nuevo. Y los dedos
bailan con cada pequeña caricia que les doy. Es como si se hablaran entre
ellos… del más grande al más pequeño, diciéndose cosas. De fondo se escuchan
cortos susurros inentendibles que acompañan el después de una caricia.
Se serenan manos y piernas, la
calma entra en escena y el silencio se adueña del momento, de todos aquellos
instantes dedicados a descubrir todas y cada una de las sensaciones que mis
manos han descubierto en tus piernas. Hemos sido dos contra dos y no ha habido
ni vencidos ni vencedores, sólo pasión y disfrute. Sólo sensaciones
irrepetibles para mañana.
Lorenzo López