Lectura de Elena

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jueves, 17 de noviembre de 2016

El susto es mío...

Y cuando menos te lo esperas... 

Un fuerte golpe me despertó, menudo "susto" eran las seis y veinte de la mañana. Sin dar luz, me levanté de la cama y me acerqué a la puerta de la habitación. Pegué el oído a ella, intentando escuchar algo, pero nada. La abrí con mucho cuidado y mientras caminaba por el pasillo intentando no hacer ruido, intentaba tranquilizarme. Cuando llegué a la puerta del comedor, me asomé y todo estaba en calma. Fui a la cocina por si me hubiera dejado la ventana abierta, pero estaba cerrada. Era muy extraño. Aquel ruido tan fuerte y seco, era como si alguien hubiese golpeado una puerta. Entonces eché un vistazo por la mirilla de la puerta de entrada al piso. En el rellano no había nadie.

Cuando parecía que todo podía haber sido un mal sueño, volví a escuchar un golpe parecido…y en pocos segundos otro más. Me daba la sensación de que venían de la escalera, y volví a mirar por la mirilla durante un buen rato. Tras unos minutos, vi a dos tipos que entraban por la puerta de la escalera y se plantaron en mi rellano. Se me pusieron los pelos de punta. Uno de ellos llevaba una bolsa como de deporte, pero demasiado grande para ir al futbol, vamos. El otro una barra de hierro en una mano y en la otra una anilla con diversas llaves de distintos tamaños.

Justo cuando quería moverme para ir a buscar el móvil y llamar a la policía, uno de ellos miró hacía mi puerta… entonces si queme acojoné de verdad. Pero el otro, algo más corpulento, le hizo una señal dirigiendo su mano donde portaba el manojo de llaves, hacia la puerta del vecino.

EN parte me tranquilizó que hubiera señalado la mía. Pero no sabía qué hacer, si ir a buscar el teléfono que lo tenía en la habitación para llamar a la policía, o seguir observando para poder identificarlos más adelante. Al final decidí ir a buscar el móvil. Con mucho sigilo caminé hasta la habitación, cogí el móvil y volví a la puerta de entrada. Miré de nuevo por la mirilla… pero aquellos tipos no estaban. Me cague en todo, estaba seguro que habían entrado en casa del vecino a robar y lo peor es que luego me podía tocar a mí.

Con más nervios que “Falete” en un trampolín a punto de tirarse a la piscina, marqué en número de emergencias.

Me contestaron enseguida, muy rápido, tanto que la “nómina” me dura más tiempo. Les expliqué lo que estaba pasando. Le proporcioné los datos suficientes como para que vinieran ya. Aquella chica me seguía hablando, diciendo que no le abriera la puerta a nadie. Joder señorita, ¿usted cree que les llamo para abrirles la puerta a unos ladrones?... la ostia!! Pero ella continuó diciendo de las suyas. Señor, no les diga nada, no hable con ellos, ni entre en discusión con ninguno de ellos. Me caguen la leche… si la telefonista le hubiese visto las pintas y sobre todo las manos del que llevaba la bolsa, que parecían raquetas de squash, no me diría eso. También me dio otra fantástica indicación. Si consiguen entrar no se resista, dele todo lo que le pidan y no les mire a la cara, si les mira, es posible que le maten. Dios mí… pero de donde ha salido esta tía… ¿será posible las instrucciones que da? como se nota que ella no está aquí.

Por un par de segundos dejé de mirar por la mirilla… intentaba pensar en lo que me había dicho aquella señorita del servicio de emergencias. Sonó el timbre de mi puerta y mi cuerpo se quedó inmóvil. No sabía si girarme y mirar de nuevo o ir al baño, atrancar la puerta y esperar a la policía. De nuevo el timbre sonó y tras sonar dos veces, una voz tan grave como mi ataque de nervios, dijo. Abra por favor, soy el hijo del vecino, necesito comentarle una cosa. Es urgente.

Entonces pensé que quizá ya le hubieran robado y necesitara llamar a la policía, o igual le habían hecho daño y necesitaba curarse. Esta vez sin usar la mirilla, abrí la puerta.

Sorpresa!!! Eran aquellos dos tipos. Por mi cabeza ya no pasaba lo mismo que por mis venas, creo que la sangre estaba toda es mis pies, porque lo único que sentía eran ganas de salir corriendo.

El más grandete, el de las manos como raquetas de squash, me dijo. Señor, soy el hijo del vecino, mi padre está fuera y hemos venido a hacer unas reformas. Este es mi socio Martín y yo me llamo Antonio. Encantado de conocerle. Las ostia puta… el susto que me habéis dao. Joder chavales, pensaba que habíais venido a robar a mi vecino.

No, no tranquilo, sólo necesitamos que nos deje enchufar un alargo para poder cagar los móviles, es que no tenemos batería y necesitamos llamar para que nos traigan el material.

Manda huevos que vengan a trabajar sin material, sin batería en los teléfonos y sin vergüenza… que jeta tienen algunos.

Cuando llegó la policía se formó una que ni los papeles de Salamanca… Al final muchas disculpas y mucho lo siento, pero yo aún tenía nervios para un par de semanas… por lo menos.




Lorenzo López