Lectura de Elena

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lectura de Elena

jueves, 28 de agosto de 2014

Buscando la felicidad

Era ya de día cuando el castillo todavía no había abierto sus puertas. Aquella mañana, la Princesa, durmió hasta tarde, tuvo una noche de festín y bailes que a ella nunca le gustaban. Una vez despierta, al levantarse de la cama, lo primero que hizo, fue mirar por la ventana.

Sus ojos aún eran pequeños. El sol los iba calentado, mientras poco a poco se iban abriendo, y cada vez veía más, cada vez era más bonito lo que podía contemplar.
Lo primero que vio, el azul del cielo. Era precioso, como ella. Azulado, como cuando la calma acompaña un día plácido de mar. 

Después de aspirar el aire fresco que venía de las montañas, de las flores, de la tierra que rodeaba todo aquel valle, y a su vez todo el castillo que la Princesa tenía.
Escuchaba los pájaros cantar, las hojas de los árboles moverse, como si no dejaran de bailar. Todo era precioso, tan lindo que hacía de ese lugar el más especial. Pero a ella no le gustaba estar allí, encerrada.
Cuando se dispuso a bajar, pidió que nadie la acompañara, quería estar un ratito sola. Llegó cerca del jardín, estuvo un rato mirando sus flores. Tenía rosas rojas, margaritas amarillas y blancas, hermosos claveles de varios colores. Después de un buen rato contemplando sus flores, mandó que abrieran las puertas, tenía ganas de ser libre, de salir de aquellos muros. 
Salió como si nunca hubiera salido, respiró como si jamás lo hubiera hecho. Camino sin saber dónde, hasta sentarse en un sitio que era su preferido. Una pequeña piedra casi redonda, casi perfecta.
Allí se puso a pensar en su amado, en el hombre de su vida. Una lágrima se deslizó, bajando hasta llegar a sus labios, donde con su dedo índice apartó. 

Ese hombre al que la Princesa amaba con toda su alma, para sus padres no era de su talla, no era ni Príncipe, ni sería rey. Por lo tanto nunca le dejarían que ella se casará con él. 
Sus padres, el Rey y la Reina. Ya le habían buscado Príncipe, era arrogante y lleno de hipocresía. La Princesa no estaba muy segura de quererlo, aunque era muy guapo y alto, de cabello castaño y su tono de piel tostado oscuro. 

La verdad es que imagen no le faltaba, pero no sabía apreciar lo que ella era, una mujer. Nunca salió de su boca un te quiero sincero, ni tan solo era amable con ella, solo cuando estaban sus padres presentes, se portaba distinto, hacía el papel de cariñoso, para que ellos lo vieran como el marido perfecto para su hija.
Ella, en cambio, no quería casarse con él. No era para ese Príncipe, el amor que llevaba en su corazón. 

La Princesa, amaba a un joven que vivía en una pequeña aldea muy cerca de su castillo. Tanto que ese joven trabajaba allí. Lo había visto en varias ocasiones arreglando su jardín. Era poco más alto que ella, su piel morena clara, su cabello negro y lacio, pero muy trabajador y sencillo. 

La Princesa, recordaba cuando lo vio por primera vez, cuidando de sus flores, entregaba una caricia diferente a cada una de ellas, con tacto y tan dulce, que hasta las plantas lo notaba cuando él no estaba para que las cuidara.

Un día, después de mirar por su ventana, bajar a su jardín y salir como siempre lo hacía, fue a sentarse en su piedra, como cada mañana. 
Pues esa mañana, se convirtió en la mejor que tuvo en mucho tiempo, fue a partir de ese día, el comienzo de lo que sería la mejor historia de amor que se pueda contar en un cuento, de Princesas y Castillos.
Ese día mientras la Princesa caminaba hacia su piedra, el joven de la aldea se acercó casi al mismo tiempo donde ella se quería sentar.
Se miraron un momento y ella le pidió compartir la piedra un momento. La joven, le dijo que tenía que hablar con él, que no se preocupara por el trabajo.

Él aceptó, y juntos sentados, se pusieron hablar de lo que a cada uno le gustaba hacer. Ella solo le podía explicar lo bien que vivía, que nunca le faltaba nada, comía lo que le apetecía, y como no, mandaba a todos los del castillo, que un día sería suyo. Ella después de contarle todo aquello, pensó que él, lo estaría pasando mal. Sus ropas eran casi siempre las mismas, y le había visto comer grano del que tiraban para los animales.
Él apenas cambió su cara, al contrario, dibujó una leve sonrisa, que ella no lo entendía. Entonces la Princesa le preguntó que porque sonreía si era tan pobre.

Él le contestó: No soy pobre, yo tengo de todo, hasta lo que tú jamás has visto, hasta lo que no comprarías ni con todo el tesoro que pudieras tener en la vida. Ella le pidió que le explicara. 
El joven le dijo, mira, para empezar vivo en un sitio tranquilo, nadie me molesta, cuando quiero música abro mi ventana y escucho los pájaros, el sonido de las hojas cuando las mueve el aire. Cuando tango hambre busca plantas y raíces que conozco, tengo animales en mi pequeña granja que me dan alimento.  
En cuanto a lo que me dices de vivir bien, pues fíjate, ves aquel valle, allí voy con mi perro y jugamos tan divertido que hay días que nos anochece.

Vosotros en el castillo os alumbráis con fuego de antorchas y velas, a mi cada noche me da luz la luna y las estrellas. Vuestro muro limita vuestro espacio, mi espacio lo limita el extenso monte. Bebéis agua estancada, la mía es corriente, del riachuelo que pasa cerca de mi aldea. 

El protocolo que os rige, os manda. A mí, me manda el momento, lo que yo quiera hacer sin que nadie me lo impida. Jamás pienses que soy pobre, doy gracias por tener lo que tengo y disfrutarlo cada día, aunque no lo creas, soy más rico que tú. Vivir bien... tu Princesa, todavía no sabes lo que eso significa, yo te lo puedo enseñar si vienes conmigo. 

La Princesa lo miro sonriendo y le dijo que hablaría con su padre para que le dejara marcharse a vivir con él.
El joven le dijo. Si le pides permiso a tu padre, la que va a ser pobre siempre, serás tú. El no te dejará venir conmigo.
Ella lo pensó tan solo un instante. Se levantó de la piedra, rodeó al joven con sus brazos y le dijo... me voy contigo, a tu castillo, para ser tu mujer, para ser la esposa del hombre más rico del mundo.
Y así lo hizo, se fue con el joven. Vivieron en la aldea los dos juntos, disfrutó de toda la riqueza que él tenía, sin que nunca 

se terminara. Él la amó tanto, que ella además de convertirse en la mujer más rica, fue también la esposa más feliz de su propio reino. Reino que el joven invento para ella. 

-Cuentan, que aunque fue desterrada, él, cada mañana la despertaba diciendo...”Buenos días Princesa”, seguido de un tierno te quiero y acompañado con un dulce beso, para empezar otro día en el reino que él inventó para su Princesa.



Lorenzo López

miércoles, 27 de agosto de 2014

22ª Crónica para Elena

Querida amiga Elena.

Cuando te escribo, es como el tiempo se parara, como si todo fuera conmigo de la mano para poder, de alguna manera, estar a tu lado.

Un placer sin condiciones.

Siempre pendiente de tus sentidos.

Lorenzo López