Lectura de Elena

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jueves, 28 de enero de 2016

La profe de lengua

Violeta terminó su jornada corrigiendo 36 exámenes. De los cuales aprobaron veintiuno.  

Ese viernes no quiso entretenerse hablando con nadie. Simplemente se despidió de aquellos que se iba encontrando camino al parquin. Agotada casi del todo subió al coche, se acomodó en el asiento y tras cerrar la puerta gritó con todas sus fuerzas. Se arregló el pelo y se marchó.

Ansiaba llegar a su casa. Cada segundo que pasaba en el coche se le hacía eterno. Lentamente se acortaba la distancia entre ella y su casa, su guarida. El sonido de la llave entrando en la cerradura de la puerta de entrada al piso, fue lo más parecido a un orgasmo fugaz. Dejó el bolso y el porta documentos junto a los zapatos, en el suelo. Caminó directamente hacia el cuarto de baño. Accionó el grifo del agua caliente y mientras su bañera se llenaba, empezó a quitarse el jersey y los tejanos. Mientras el espejo reflejaba parte de la silueta de su cuerpo, sus manos acariciaban la piel que lo envolvía. Su pelo azabache, largo y sedoso, ayudaba acariciando sus hombros y parte de su espalda. Lentamente sus dedos hacían pausas en sus senos, aún tapados por un sujetador rojo, mientras clavaba los ojos en aquel espejo para mirase con lascivia. Su boca abierta dejaba salir el aliento templado de su interior marcando un cerco imperfecto en el cristal que difuminaba parte de su cara. Los labios carnosos de color carmín intenso, sugerían alguna cosa más. La estancia se calentaba a la par que su cuerpo. Su mente se iba estimulando con casa roce, y su lengua asomaba tambaleante como una culebra hambrienta. Usando las dos manos se deshizo del sujetador. Se llevó ambos índices a la boca y los lamió unas cuantas veces, para luego humedecer sus pezones. El brillo de los mismos resaltaba en el espejo mudo y lleno de secretos.

Tan despacio como pudo se deshizo de sus pantis. Sus largos dedos recorrieron las piernas de abajo hacia arriba con la misma prisa con la que se disfruta un beso en el cuello. Cuando los dedos llegaron cerca de su cintura, se apoderaron de sus nalgas. Se las acarició repetidas veces en todos los sentidos, incluso se las azotó media docena de veces, hasta dejarlas sonrosadas del todo. De nuevo sus índices se colaron bajo la cinta de su tanga negro y juguetearon con él un momento. Sesenta y nueve segundos más tarde el tanga llegaba a sus rodillas… poco después rozaban sus pantorrillas haciendo una pequeña pausa. Pasaron por sus tobillos en un instante hasta quedarse en el suelo perdiendo su forma original.

Vació un cuarto del frasco de gel con perfume a rosas y se coló en la bañera sigilosamente. Sus pies entraron en el agua como una cuchilla afilada, formando una honda perfecta que abarcó el ancho y largo del recipiente. Sin ruidos, sólo un ansiado deseo depravado recorría su cuerpo por dentro, emergiendo por cada poro de su piel canela unas gotas de sudor de su pasión sexual. El agua rodeaba su cuello, y sus hábiles manos se escondían bajo aquella espuma aterciopelada. Unas pequeñas burbujas y vaivenes en el agua, delataban el movimiento casi exacto de sus manos en su vagina, rozando delicadamente su clítinferio. Sus dientes mordisqueaban su labio inferior con rabia y tesón. Su corazón latía desesperadamente esperando un orgasmo perfecto que le diera el momento de auténtico placer. Y su mente era como una máquina de crear imágenes eróticas que le ayudaban a masturbarse. Entre sus dientes se escapaban unos pequeños gemidos placenteros que no aguantaban más en su interior. Sus ojos castaños se cerraban para ayudar a inventar escenas de lujuria.

Violeta gozaba cada vez con más plenitud, cada vez era mejor y la lentitud con la que se tocaba ralentizaba el momento cumbre que deseaba. Su cabello negro se despeinaba al ritmo de sus espasmos que anunciaban un ansiado y maravilloso orgasmo.

Un gran gemido en Do mayor resonó en el cuarto de baño abriendo su boca y separando sus labios carmín.  Su cuerpo se sacudió con un par de espasmos más y sus músculos se contrajeron al máximo. Todo su cuerpo estremeció dentro de aquella bañera rebosante de agua y de secretos íntimos.

Se recogió parcialmente su negro pelo y acomodó su cabeza en la esquina izquierda de la bañera, cerró los ojos y la relajación más exquisita se apoderó del cuerpo de la profesora de lengua, aquella noche de viernes 13.

Siempre es mejor unos instantes de felicidad, que unos días de estrés…


Lorenzo López