Año 1983.
Un día cualquiera de
dicho año, andaba preocupado por saber ciertas cosas que en casa no gozaba
preguntar. Vamos que no me atrevía. Intuía alguna cosa vagamente, pero era
suficiente para mí, necesitaba saber más. Como fuera tenía que enterarme de
como se hacía el amor, de cómo se besaba a una chica y sobre todo que hacer
después…
La primera cuestión para saciar
mi inquietud, era enterarme, o mejor dicho, necesitaba aprender como besar a
una chica. En la boca, claro está. El las mejillas estaba harto de dar besitos
a mis primas, tías, abuela, a mi mamá, etc…
A mis doce años y pico y conforme
iban pasando el tiempo, crecía a la par mis ganas, interés, ambición o dilo
como quieras. Tenía que besar a alguien. Bueno, a alguien me refiero a una
chica, a poder ser guapa y que tuviera tetas. Porque esa también era otra gran
inquietud que tenía. Palpar unas tetas. Yo estaba convencido de que no pedía
mucho, pero al parecer y por lo que escuchaba a escondidas, era algo
impensable.
Un día me armé de valor y me
senté en un banco de una avenida de la ciudad, esperando que pasara alguna
chica que me gustara. La intención era que cuando pasara una que fuera de mi
gusto, pedirle si me dejaba besarla. Fui a sabiendas de que me podía ganar más
de una ostia, y me daba un poco de miedo, lo admito. Pero al final la decisión
fue firme y allí me senté, en un banco de aquella avenida más larga que los
minutos que pasaba sentado.
Se acercaba la primera chica. A
esa distancia, unos 50 o 60 metros, no distinguía bien ni su físico ni la
guapura de su rostro. Esperé…sentado claro.
Cuando estuvo lo suficiente cerca
como para apreciar si me podía interesar, me levanté quedándome apoyado en el
lateral del banco. Cuando ya estuvo a unos diez pasos, me pareció que quizá era
muy precipitado, y que quizá podría esperar a la próxima chica que pasara. Así
lo hice, esperé hasta que una silueta femenina, caminaba hacia donde me
encontraba.
Ya un poco más cerca, asentí con
la cabeza, como si me quisiera convencer a mí mismo de que esa chica era la
ideal. Sin más me acerqué a unos pocos pasos y le di las buenas tardes. La
chica muy amable se detuvo un par de segundos para devolverme al saludo
mientras sonreía. Entonces lo tuve claro.
Aquella sonrisa me cautivo
completamente y se lo dije. Tienes una
sonrisa maravillosa. La muchacha me acaricio la mejilla con su mano derecha
y entonces me lancé. Me puse de puntillas, le pasé una mano por la cintura y la otra la tenía prepara para tocarle una teta, la que me venía de mano. Le puse mis labios pegados, los más que pude a los suyos, e
introduje la lengua en su boca. Toda, hasta que no pude más.
Lo siguiente no fue una ostia
como me dijo un amigo mío. Lo que pasó es que la chica, que parecía una balsa
de aceite, se rebeló contra mí con todas sus fuerzas. Me cogió de los pelos con
una mano, la misma que hacía unos segundos habían acariciado mi mejilla
derecha. Con la otra mano empezó a darme de ostias con una velocidad que ya
quisiera mi madre.
La conclusión que saqué a mis
doce años y pico…, fue que besar a una chica, así, de buenas a primeras, duele
mucho. Porque te juegas la dignidad y casi la vida.
Del tema hacer el amor…bueno, la
verdad es que no pensé más en ello, porque si por un beso, aunque con lengua,
sí, pero un beso al fin y al cabo, me había puesto fino filipino, si le digo de
hacer el amor…no sé qué pensar…vamos.
Lo que sí que tuve claro fue que
tenía que hacer después, en ese caso después de besarla… y era salir corriendo
como si me persiguiera el diabla…o lo más parecido.
Lorenzo López.