Al final de la jornada y apunto
de anochecer, regresaba a casa, cansado y ansioso por llegar. Durante el día todo
era una rutina para él. Pero cuando rebasaba la puerta de casa, volvía a ser
feliz. Recobraba la sonrisa, el ánimo y sus sentimientos más íntimos. Era al
natural para él.
Dejaba sus cosas, de duchaba y
tras enfundarse su batín azul, se acomodaba en su butaca. Allí se relajaba al
instante, mientras una sonrisa le llenaba el rostro. Tomaba su bloc para cartas
y su bolígrafo, con el que se frotaba la sien como el que frota una lámpara mágica
para conseguir un milagro. La idea la tenía, pero él buscaba los detalles, lo
dulce del sentimiento más puro, la esencia de algunas palabras, que sin explicación,
se colaran bajo la piel hasta penetrar en el mismo corazón da la lectora. Algo
maravilloso para los sentidos de quien tenía que leer sus cartas.
Elena era la
destinataria de aquellas hermosas cartas. Una chica bella por fuera y por
dentro. Linda como un manojo de violetas salvajes. Dulce como cada una de las
palabras que el remitente escogía para sus cartas. Especial por la falta de unos
de sus sentidos, la vista. Pero especial también por la agudeza de sus otros
sentidos. Una extraordinaria capacidad para imaginar incluso cosas que nunca
había visto o que sólo hubo leído en alguna ocasión. Un oído capaz de escuchar
un leve murmuro y unas manos con las que leía perfectamente en braille.
Para él escribir mil cartas para
Elena, era plato de buen gusto. Era la reverencia más perfecta que se le podía
hacer a una persona. Era admiración por aquella chica. Era cariño, amor sin
condición. Era estremecerse con el sabor de cada palabra. Era un placer
exquisito escoger los versos perfectos hasta quedar ahíto. Era la ternura y la
pasión de sentir tras releer, casi el mismo escalofrío en su corazón. Saborear las comas, los puntos y los acentos, sin normas, sin punto y aparte, todo
seguido como brisa del mediterráneo acaricia tu cara, igual que si fuesen las
preciosas manos de Elena.
Firmó su carta número mil, la
besó y murmuró… un día de estos te escribo otras mil.
Hasta siempre Elena.
Lorenzo López.