Estamos rodeados por casi 300.000
palabras y sólo usamos aproximadamente un 10% de ellas. Muchas son repeticiones
de aquellas más comunes y otros las que escuchamos y, nos gustan y usamos, en
ocasiones con desconocimiento de sus variados significados o posibilidades.
No existen malas o buenas
palabras. La diferencia está en el uso de la misma. Y cómo no, la forma de interpretar
palabras cuando las escuchamos o leemos. Siempre hay alguna frase o conjunto de
frases, en la que nos llama más la atención una palabra sobre otra.
Y todo empezaría más o menos así.
Llamada de teléfono:
Hola buenos días. Le llamo para
ofrecerle una mejora en su contrato
de línea de móvil.
Que entendemos aquí. Miau!! Seguro
que la mejora es para ellos, ya me
están liando como la otra vez. Aquí la palabra que nos llama la atención es mejora,
y en esta ocasión nos produce una sensación de mierda.
Nos vamos de rebajas:
Otra palabra que nos gusta e
incomoda a la vez es la de rebajas. Vaya
tocada de huevos cuando sabemos que entrados en verano llegaran las rebajas. En
ese momento nos mola porque tenemos la conciencia de que encontraremos una
ganga entre empujones, colas más largas que lo que dura una hipoteca y marujas
indiscretas. Pero también hay rebajas en enero. Y esas sabemos que pueden ser
mejores, pero nos toca la pera saber que al precio que van las gambas, los
polvo-rones, el turrón (aunque las almendras estén rancias) la currada de los
canelones, los putos regalos de compromiso, los de los niños que los empiezan a
pedir en septiembre… y no sigo por no desanimar a nadie. Todo eso hace que
conforme nuestros euros de la cuenta bajan, suba la sensación de que no podremos
comprarnos gran cosa. Yo creo que las rebajas
las inventó alguien que tenía mucho tiempo y poco estilo. Dentro de las rebajas nos puso el ofertón, las super-rebajas, el tres x 2, el 2 x uno y el remate
final. La ostia vamos. Sólo un tipo poco estiloso y con más tiempo libre que el
perro de Obama, sería capaz de permitir que un grupo indeterminado de personas
(normalmente féminas) se atrincheren frente a un centro comercial o gran
superficie, acorralando y acojonando hasta al vigilante. Hay quien viste ropas fibrosas
y elásticas para evitar los agarrones. Ese
vestuario hortera, que en la mayoría de casos hace ya años y paños que fue adquirido en algunas
rebajas-bajas. Ahora pienso por un momento en el diseñador de esa malla y ese suéter
viscoso, elástico y ceñido a la carne más enojada del momento. Quizá fue el
inventor de las rebajas, que pensó que haciendo esa clase de ropa no tendría que
preocuparse por las tallas… o sea talla única… bufff. No voy seguir, porque no
me hago a la idea de cómo vestiría él cuando creaba esas cosas.
Pedir un favor:
A quien no le han pedido un favor alguna vez. Ya!! Vale. Ahora nadie
se acordará de ellos por miedo a que alguien le recuerde lo que tiene pendiente
y esas cosas. Pues bien. A mí me suena haber pedido algún favor, no sé cuántos, pero sí estoy seguro de haberlos devueltos
todos. El caso es que cuando alguien, (dígase, amigo, conocido, aprovechado, caradura,
mascachapas, inventor de rebajas o
como no, un familiar) (vuelvo a abrir paréntesis porque, ¿os habéis fijado en
lo contradictorio de que té pida el favor un familiar?) FAMI-LIAR…es que en el
fondo, o en el final, mejor dicho, ya te está dando pistas “LIAR”. Ahí lo dejo.
Como iba diciendo, cuando alguien se acerca y te saluda…”que tal, te veo muy bien, haces buena pinta, te veo más joven, etc, etc”
Tú le empiezas a mirar con cara rara, tanto, que no sabrías ni reconocerte tu
solo en un espejo. Callado y atento a lo que falta por llegar, no le quitas ojo
y te apartas un poco de él. Y llega el momento más emocionante de tu vida y
escuchas; tengo que pedirte un gran favor.
Bueno un favor normal, pero que es
muy importante para mí. - Tú ya te estás imaginando una calculadora científica…
mientras él sigue. “Es que sabes, el otro día, bueno que me pasó una cosa que
ahora mismo no te puedo contar pero que es muy, muy fuerte y por eso te pido
este favor”. - Tú por dentro ya estás más encendido que el mapa de Bonanza, al
tiempo que piensas en aquella calculadora a la que le va creciendo la pantalla,
como para acoger tantos dígitos como el saldo de una tarjeta black. El sudor se
te desliza sigilosamente por alguna parte de tu rostro que ni tú percibes. Tus
manos alojadas en la parte posterior del cuerpo, mientras tus dedos juguetean
los chicos con los grandes, como apostando a ver a quien le toca cruzarse y a
quien rezar y santiguarse. A pesar de que tienes más prisa que una diarrea,
aguantas hasta el final. Y entonces ese alguien te dice… “Amigo necesito que cuando te llame mi mujer, le digas que ayer por la noche dormí en tu casa”. La ostia
puta… el suspiro que sale de tus entrañas es más caliente que la cama de Julio
Iglesias, y lo hechas…, y es más largo que el paseo que te tocó hacer a la edad
de los granitos, con la más fea de la Wonder un domingo por la tarde. De tu
mente desaparecen muchas cosas. La calculadora vuelve a su tamaño normal. Los euros
de tu cuenta vuelven a ser los cuatro putos cuartos que tenías, y es cuando
reaccionas y le dices… Tranquilo amigo mío, no te preocupes, que si me llama,
(que me llamará…) le diré que estabas cenando en mí casa, conmigo y mi Tere. Él
se va contento, tú más relajado y con una inquietud que te ronda…
Y ahora como coño le digo a mi
Tere que ayer por la noche no estaba en la partida con mis amigos…
Moraleja!!! Por ese nombre no me viene nada. Vuelva a intentarlo
más tarde. En todo caso sería algo así.
No todo lo que parece bueno es tan
bueno y ni todo lo que parece malo… es tan bueno.
Hasta más leer.
Lorenzo López