A simple vista no parece que sea para
tanto. Estamos hablando de una clase de
baile. Parece hasta sencillo.
Pero en este caso se intuye que
no es una clase más, si no la primera. Y eso sí que es mucho decir. Porque aquí
se junta todo y más que hubiera.
El que me pongo. El cómo peino. El
como del cómo. Los nervios del que dirán, del que no dirán, de quien me mirará
a mí o quien no me mirará y me gustaría que me mirara. O piden de bailar o no…
o me piden de bailar o sí.
En fin que se acumulan una serie
de circunstancias que una no sabe por dónde empezar con tanto pa qui pa ya…
Se abre el armario como si fuera
el telón para una gran obra de par en par y miras toda la ropa que tienes. Que tienes
de hace tiempo y que es la misma de hace un ratito que ya abriste el armario
para mirarla. Pues le das más vueltas que un gato antes de acostarse y al final
sacas cuatro cosas con intención de probártelas. Combinas un tejano con una
blusa y un jersey con un pantalón de pinzas. Combinas colores como si fuera una
fiesta de disfraces. Tira por aquí y mete por allá. Madre mía que follón!!! Total
para una clase de baile…. Piensas. Pero respiras hondo y sigues con tu propio
mercadillo montado encima de tu cama y por el suelo como un sin papeles.
Con el armario casi vacío, y casi
tan cansada como después de correr una maratón, te decides por una combinación
de pantalón negro y jersey de punto beige. Zapato negro con un poquito de tacón
y listo.
Pero llega el momento de la
verdad. Presentarse en el local donde hacen la clase de baile. Los nervios que
llevas son los mismos que ya tenías en casa mientras buscabas la ropa, pero
multiplicados por 100…por lo menos. Miras
a tu alrededor buscando un sitio donde refugiarte, por decirlo así, de toda
aquella gente que está deambulando por allí. Algunos parecen tan dispuestos a
bailar, que cuando suena un móvil bailan hasta el politono.
Por fin un rinconcillo donde
parece que nadie te ve. Respiras hondo e incluso te atreves a decirte a ti
misma… bueno no será para tanto, que con la gente que hay, no creo que todos me
miren a mí coño. Te acercas a la barra y pides un refresco, porque entre otras
cosas tienes la boca más seca que la ley de 1920.
De repente empieza a sonar la
música. Unas piezas para ir haciendo ambiente. Para que la gente se relaje y se
vaya haciendo un poco a la idea de lo que va a ser la clase de baile.
Un apuesto morenito y su pareja (los
profesores) salen a la pista y se colocan pegados al principio de la pista,
haciendo ademanes para llamar la atención de los allí presentes. Algunos piensas
que eso no va con ellos. Entonces es cuando te entra la risa y te medio
escondes detrás de lo que sea que tengas más cerca de ti. Pero eso no es nada para
lo que falta por llegar.
Al final un grupillo de unas 15
personas se junta en el centro de la pista y el apuesto morenito, empieza dando
una serie de recomendaciones para que se haga más fácil seguir los pasos. La música
suena de nuevo con una salsita. Todos pendientes de las indicaciones del joven
profesor de baile, que propuso que primero ellos bailarán un trozo de la
canción. Él y su pareja de baile empiezan la clase.
Mientras tanto algunos de los que
estaban por la barra se fueron incorporando al grupo de baile. La clase estaba
ya en marcha y aquello iba enserio. Una de las indicaciones del profesor era
que se tenían que hacer parejas para bailar… y aquí viene lo que faltaba por
llegar…
De repente, alguien se acerca y
te pide que si quieres bailar. Le miras y enseguida dices que no, que sólo has
venido a mirar. Pero pasados unos temas y unas fantas… se acerca a la barra un joven y guapo chico, sin más
intención que la de llamar la atención de la camarera y le pide una
consumición. Tú te quedas un tanto atónita pensando… joder, no me importaría que este me pidiera bailar con él. Te lo miras
de arriba abajo, mientras éste se quita su chaqueta, dejando al descubierto su bien
combinada indumentaria, que hace que tu interés por él sea aún mayor. Lo nervios
siguen ahí, pero ahora ya tienen otro no sé
qué…
A la tercera pieza de salsa, el
joven de tupe a lo tintín, se gira
hacia a ti, te mira a los ojos y te dice… quieres bailar conmigo…
Los cubitos de tu fanta se deshacen
en una décima de segundo y tus mofletes son puro plagio de los de la Heidi. Respiras
hondo y piensas… qué coño, porque no. Y le
dices sí, vamos a bailar. Y a disfrutar…
Ahí empieza la clase de baile más
emocionante que jamás hayas tenido nunca.
Si te atreves con esto… no lo
olvidarás jamás.
Lorenzo López